Puede parecer paradójico que un pueblo tan antiguo como el
nuestro sólo tenga 30 años de existencia como País, como entidad política
institucionalizada (salvo el breve período del Estatuto de la 2ª República,
votado por las Cortes en octubre del 36, con el ejército golpista en Elgeta y
cuando al Gobierno del lehendakari Agirre sólo le quedaba Bizkaia). En efecto,
el Estatuto de Autonomía de 1979, conocido como Estatuto de Gernika, ha sido el
único instrumento político común que ha unido a los vascos en el marco de la
democracia española. Hasta entonces, los regímenes forales, de carácter
provincial, establecían sus acuerdos particulares con la Corona de Castilla,
antes con el Reino de Navarra, después con las Cortes españolas. Las guerras
carlistas no fueron guerras de liberación, sino guerras dinásticas en el
escenario de las batallas entre el Antiguo y el Nuevo Régimen, y los
historiadores interesados en el tema han publicado que, entre los vascos, a
pesar de la importante presencia carlista, los liberales fueron mayoría.
No hemos tenido País, políticamente homogéneo, hasta el
logro del Estatuto, en 1979. Su consecución fue una de las grandes demandas en
la Transición, tanto en Euskadi como en Cataluña («libertad, amnistía, Estatuto
de Autonomía»). De tal manera que una de las primeras decisiones del Consejo
General Vasco, creado en 1978, y presidido por Ramón Rubial, primer lehendakari
en la preautonomía, fue poner en marcha una ponencia con participación de todos
los partidos políticos interesados, incluidos quienes no habían obtenido
representación parlamentaria, para elaborar un primer texto de Estatuto de
Autonomía y someterlo a la discusión y aprobación por la Asamblea de
parlamentarios.
En aquella ponencia que trabajó muchísimo, decenas y decenas
de reuniones, con apertura a la participación pública, a las propuestas y
sugerencias ciudadanas y de grupos sociales, culturales y de opinión, creando
una dinámica positiva de implementación y de esfuerzo unitario, participaron
directamente Carlos Garaikoetxea, Marcos Vizcaya, Emilio Guevara, Xabier
Arzalluz, Txiki Benegas, José Antonio Maturana, José Antonio Aguiriano, Mario
Onaindía, Xabier Garaialde, Chus Viana, Alfredo Marco Tabar, entre otros
muchos, y el que suscribe, a la sazón secretario general del PCE-EPK. Se analizaron
15 textos completos de posibles estatutos, buscando siempre el acuerdo, la
superación de las dificultades, las propuestas unitarias, así como el encaje en
la Constitución recién aprobada. Predominó clarísimamente lo que luego hemos
conocido como «el espíritu de la Transición». De la misma manera actuó la
Asamblea de parlamentarios y eso facilitó enormemente la negociación con el
Gobierno central presidido por Adolfo Suárez, que junto a Carlos Garaikoetxea,
segundo lehendakari de la preautonomía, cerró el texto definitivo, aprobado
luego en referéndum el 25 de octubre 1979.
En ese proceso no participaron, voluntariamente, ni AP ni
HB. El entonces líder de AP, Manuel Fraga, ponente constitucional, se opuso
frontalmente al título 8º de la Constitución (el Estado de las Autonomías) y
trasladó a su gente de aquí una postura abstencionista respecto al Estatuto.
En relación a HB y el mundillo etarra, su actitud fue la
conocida: estar siempre de espaldas a la gente, incluso a los que conseguimos
la amnistía en 1977, de tal manera que a principios de 1978 no había un solo
preso etarra en las cárceles. Que nadie olvide ésto: la democracia fue muy
generosa con ETA, no hay continuidad entre la ETA antifranquista y lo que ha
llegado hasta nuestros días. La amnistía marcó el corte entre los militantes
antifranquistas y los matones de hoy.
El Estatuto es hoy más fuerte desde el punto de vista del
apoyo popular que en 1979, porque los herederos de AP (hoy en su mayoría en el
PP) lo han aceptado como la regla de juego. También corrientes como Aralar, que
provienen de la izquierda abertzale, han abrazado el Estatuto que sus mayores
rechazaron en su momento. Todos los demás partidos actúan en el marco
estatutario, con mayor o menor entusiasmo, pero desde el poder institucional que
obtienen en cada proceso electoral. Son los protagonistas directos, a través
del voto popular, del autogobierno que proporciona el Estatuto.
El Estatuto ha hecho Euskadi. Hemos consolidado un sistema
institucional eficaz, que funciona y crea País, desarrolla conciencias
colectivas, sentimientos y actitudes en la ciudadanía de reconocimiento mutuo.
Lo que decíamos en nuestra juventud «la construcción nacional». Es el lugar de
encuentro de corrientes políticas, culturales, históricas diferentes. Es un gran
logro, lo mejor que tenemos los vascos en el campo de la política.
¿Reforma, desarrollo, nuevo Estatuto?
Mi opinión es muy clara: desarrollar lo que tenemos. El
futuro de nuestra autonomía es nuestro propio Estatuto. No se dan hoy las
condiciones políticas de consenso necesarias para una reforma positiva del
Estatuto. Seguro que si hoy se planteara una ponencia de reforma estatutaria,
los resultados serían manifiestamente peores de lo que tenemos ahora. Mejor ni
moverlo. Sobre todo, teniendo en cuenta lo que hay por ahí fuera: si estudiamos
los regímenes de autogobierno, bien sean autónomos o federales o incluso
confederales que hay por Europa, en las casi 200 regiones, naciones o
comunidades sin Estado propio, nuestro Estatuto, el de 1979, está claramente a
la cabeza en capacidad de autogobierno, incluyendo los lander alemanes,
Flandes, Bretaña, Escocia o Gales... Hay, eso sí, un archipiélago, de origen
sueco, perteneciente a Finlandia, las islas Aaland, que podía disputarnos esa
primacía...
Desarrollar el Estatuto hasta el final, sabiendo que lo
tenemos ya muy completado, que de cada 100 euros recaudados, gastamos aquí más
de 90, y que el cupo al Estado no llega, por tanto, al 10%. El margen de mejora
es el que es, limitado. Por eso debe completarse, razonablemente, el proceso de
las transferencias pendientes, fundamentalmente lo que afecta a la Seguridad
Social y a las políticas activas de empleo, dando cumplimiento al artículo 18
del Estatuto y a la disposición adicional correspondiente.
Sería también muy conveniente para la plena consolidación
del Estado de las Autonomías la reforma del Senado y su reconversión efectiva
en una Cámara territorial, en un Parlamento de solidaridad y colaboración entre
diferentes nacionalidades y regiones, dejando de ser la actual cámara de
segunda lectura, que no resulta eficaz en el entramado democrático español. Una
reforma también conveniente para el acceso de las comunidades a las
instituciones europeas, a través del Senado, como ya ocurre en algunos de los
países de la Unión, Alemania, por ejemplo.
Frente a la autonomía y el autogobierno que proporciona,
sólo caben -como suele decir Emilio Guevara, el padre más padre del Estatuto de
Gernika- o centralismo o independencia. No hay estaciones intermedias, se
llamen autodeterminación, confederación o estado libre asociado. No dejan de
ser subterfugios para desvalorizar lo existente y crear situaciones de
inestabilidad político-social.
Tenemos un gran Estatuto, aunque el plan Ibarretxe u otras
iniciativas hayan pretendido minusvalorarlo.
Nuestros jóvenes, los que no
vivieron la Transición y para quienes afortunadamente Franco y la Guerra Civil
son piezas de museo, tienen en la autonomía las más valiosas reglas de
convivencia y de encuentro. Somos un país que tiene claras sus reglas de juego,
y que se va a interesar siempre en defenderlas y ensancharlas, sabiendo que la
ley es la que nos libra de la barbarie. Y esto no es poco en nuestro pequeño
País, donde todavía hay tanto cafre.
Roberto Lertxundi, senador por Euskadi.
FUENTE: DIARIO VASCO, 17 OCTUBRE 2009