30º ANIVERSARIO DE EUSKADI, UN PAÍS JOVEN (Roberto Lertxundi)



Puede parecer paradójico que un pueblo tan antiguo como el nuestro sólo tenga 30 años de existencia como País, como entidad política institucionalizada (salvo el breve período del Estatuto de la 2ª República, votado por las Cortes en octubre del 36, con el ejército golpista en Elgeta y cuando al Gobierno del lehendakari Agirre sólo le quedaba Bizkaia). En efecto, el Estatuto de Autonomía de 1979, conocido como Estatuto de Gernika, ha sido el único instrumento político común que ha unido a los vascos en el marco de la democracia española. Hasta entonces, los regímenes forales, de carácter provincial, establecían sus acuerdos particulares con la Corona de Castilla, antes con el Reino de Navarra, después con las Cortes españolas. Las guerras carlistas no fueron guerras de liberación, sino guerras dinásticas en el escenario de las batallas entre el Antiguo y el Nuevo Régimen, y los historiadores interesados en el tema han publicado que, entre los vascos, a pesar de la importante presencia carlista, los liberales fueron mayoría.

No hemos tenido País, políticamente homogéneo, hasta el logro del Estatuto, en 1979. Su consecución fue una de las grandes demandas en la Transición, tanto en Euskadi como en Cataluña («libertad, amnistía, Estatuto de Autonomía»). De tal manera que una de las primeras decisiones del Consejo General Vasco, creado en 1978, y presidido por Ramón Rubial, primer lehendakari en la preautonomía, fue poner en marcha una ponencia con participación de todos los partidos políticos interesados, incluidos quienes no habían obtenido representación parlamentaria, para elaborar un primer texto de Estatuto de Autonomía y someterlo a la discusión y aprobación por la Asamblea de parlamentarios.

En aquella ponencia que trabajó muchísimo, decenas y decenas de reuniones, con apertura a la participación pública, a las propuestas y sugerencias ciudadanas y de grupos sociales, culturales y de opinión, creando una dinámica positiva de implementación y de esfuerzo unitario, participaron directamente Carlos Garaikoetxea, Marcos Vizcaya, Emilio Guevara, Xabier Arzalluz, Txiki Benegas, José Antonio Maturana, José Antonio Aguiriano, Mario Onaindía, Xabier Garaialde, Chus Viana, Alfredo Marco Tabar, entre otros muchos, y el que suscribe, a la sazón secretario general del PCE-EPK. Se analizaron 15 textos completos de posibles estatutos, buscando siempre el acuerdo, la superación de las dificultades, las propuestas unitarias, así como el encaje en la Constitución recién aprobada. Predominó clarísimamente lo que luego hemos conocido como «el espíritu de la Transición». De la misma manera actuó la Asamblea de parlamentarios y eso facilitó enormemente la negociación con el Gobierno central presidido por Adolfo Suárez, que junto a Carlos Garaikoetxea, segundo lehendakari de la preautonomía, cerró el texto definitivo, aprobado luego en referéndum el 25 de octubre 1979.

En ese proceso no participaron, voluntariamente, ni AP ni HB. El entonces líder de AP, Manuel Fraga, ponente constitucional, se opuso frontalmente al título 8º de la Constitución (el Estado de las Autonomías) y trasladó a su gente de aquí una postura abstencionista respecto al Estatuto.

En relación a HB y el mundillo etarra, su actitud fue la conocida: estar siempre de espaldas a la gente, incluso a los que conseguimos la amnistía en 1977, de tal manera que a principios de 1978 no había un solo preso etarra en las cárceles. Que nadie olvide ésto: la democracia fue muy generosa con ETA, no hay continuidad entre la ETA antifranquista y lo que ha llegado hasta nuestros días. La amnistía marcó el corte entre los militantes antifranquistas y los matones de hoy.

El Estatuto es hoy más fuerte desde el punto de vista del apoyo popular que en 1979, porque los herederos de AP (hoy en su mayoría en el PP) lo han aceptado como la regla de juego. También corrientes como Aralar, que provienen de la izquierda abertzale, han abrazado el Estatuto que sus mayores rechazaron en su momento. Todos los demás partidos actúan en el marco estatutario, con mayor o menor entusiasmo, pero desde el poder institucional que obtienen en cada proceso electoral. Son los protagonistas directos, a través del voto popular, del autogobierno que proporciona el Estatuto.

El Estatuto ha hecho Euskadi. Hemos consolidado un sistema institucional eficaz, que funciona y crea País, desarrolla conciencias colectivas, sentimientos y actitudes en la ciudadanía de reconocimiento mutuo. Lo que decíamos en nuestra juventud «la construcción nacional». Es el lugar de encuentro de corrientes políticas, culturales, históricas diferentes. Es un gran logro, lo mejor que tenemos los vascos en el campo de la política.
¿Reforma, desarrollo, nuevo Estatuto?

Mi opinión es muy clara: desarrollar lo que tenemos. El futuro de nuestra autonomía es nuestro propio Estatuto. No se dan hoy las condiciones políticas de consenso necesarias para una reforma positiva del Estatuto. Seguro que si hoy se planteara una ponencia de reforma estatutaria, los resultados serían manifiestamente peores de lo que tenemos ahora. Mejor ni moverlo. Sobre todo, teniendo en cuenta lo que hay por ahí fuera: si estudiamos los regímenes de autogobierno, bien sean autónomos o federales o incluso confederales que hay por Europa, en las casi 200 regiones, naciones o comunidades sin Estado propio, nuestro Estatuto, el de 1979, está claramente a la cabeza en capacidad de autogobierno, incluyendo los lander alemanes, Flandes, Bretaña, Escocia o Gales... Hay, eso sí, un archipiélago, de origen sueco, perteneciente a Finlandia, las islas Aaland, que podía disputarnos esa primacía...

Desarrollar el Estatuto hasta el final, sabiendo que lo tenemos ya muy completado, que de cada 100 euros recaudados, gastamos aquí más de 90, y que el cupo al Estado no llega, por tanto, al 10%. El margen de mejora es el que es, limitado. Por eso debe completarse, razonablemente, el proceso de las transferencias pendientes, fundamentalmente lo que afecta a la Seguridad Social y a las políticas activas de empleo, dando cumplimiento al artículo 18 del Estatuto y a la disposición adicional correspondiente.

Sería también muy conveniente para la plena consolidación del Estado de las Autonomías la reforma del Senado y su reconversión efectiva en una Cámara territorial, en un Parlamento de solidaridad y colaboración entre diferentes nacionalidades y regiones, dejando de ser la actual cámara de segunda lectura, que no resulta eficaz en el entramado democrático español. Una reforma también conveniente para el acceso de las comunidades a las instituciones europeas, a través del Senado, como ya ocurre en algunos de los países de la Unión, Alemania, por ejemplo.

Frente a la autonomía y el autogobierno que proporciona, sólo caben -como suele decir Emilio Guevara, el padre más padre del Estatuto de Gernika- o centralismo o independencia. No hay estaciones intermedias, se llamen autodeterminación, confederación o estado libre asociado. No dejan de ser subterfugios para desvalorizar lo existente y crear situaciones de inestabilidad político-social.

Tenemos un gran Estatuto, aunque el plan Ibarretxe u otras iniciativas hayan pretendido minusvalorarlo. 
Nuestros jóvenes, los que no vivieron la Transición y para quienes afortunadamente Franco y la Guerra Civil son piezas de museo, tienen en la autonomía las más valiosas reglas de convivencia y de encuentro. Somos un país que tiene claras sus reglas de juego, y que se va a interesar siempre en defenderlas y ensancharlas, sabiendo que la ley es la que nos libra de la barbarie. Y esto no es poco en nuestro pequeño País, donde todavía hay tanto cafre.

Roberto Lertxundi, senador por Euskadi.

FUENTE: DIARIO VASCO, 17 OCTUBRE 2009