LOCALIZADAS EN ANDALUCÍA 614 FOSAS CON 47.399 ASESINADOS EN LA GUERRA CIVIL


Cientos de días de documentación e investigación de los horrores de la Guerra Civil a partir, en el 90% de los casos, de testimonios de supervivientes, familiares o investigadores locales han dado resultado: la localización de 614 fosas en 359 pueblos donde fueron asesinados y enterrados 47.399 andaluces.

La mayoría de paredones (350) se encuentran en Sevilla, Huelva y Cádiz, donde primero ganó el golpe militar fascista. Pero también hay del otro bando. Casi todas las fosas (80%) son de 1936, cuando la ley imperante era el "bando de guerra" y la ejecución se sucedía al denominado "paseo", que consistía en sacar a los vecinos de sus casas o escondites, llevarlos al cementerio (el 71% de los enterramientos han sido localizados en los camposantos o sus alrededores) y fusilarlos.

Estos son algunos de los datos del Mapa de fosas de las víctimas de la Guerra Civil y la posguerra en Andalucía, el trabajo finalizado por las asociaciones memorialistas y las universidades andaluzas a través del Comisariado para la Memoria Histórica de Andalucía. En este trabajo se detallan una a una las fosas localizadas, el contexto histórico en el que se crearon, imágenes y actuaciones realizadas.

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EUSKAL SELEKZIOA


Tras muchas dudas y presiones, hoy se recupera el habitual partido navideño del combinado vasco. Por vez primera el equipo se denomina Euskal Selekzioa (Selección Vasca), en sustitución de su último y polémico nombre, Euskal Herria. Bajo su nueva denominación se convocan, como en otras ocasiones, a jugadores de la Comunidad Autónoma de Euskadi, de Navarra y del País Vasco francés. En este sentido, la plataforma Euskal Herriko Futbolariak reconoce que el cambio de nombre refleja el deseo de superar un evento festivo y recaudatorio para el fútbol base por un encuentro reivindicativo por la oficialidad y la territorialidad. Estos objetivos coinciden con los defendidos por Esait (Euskal Selekzioaren Aldeko Iritzi Taldea / Grupo de Opinión a favor de las Selecciones Vascas).

El origen histórico del equipo se encuentra en plena Guerra Civil, cuando el Gobierno Provisional del País Vasco crea el Euzkadi (1937-1939) con un claro objetivo propagandístico en Europa y América, y en menor medida económico. Esta selección representa «a la juventud vasca que lucha en el frente por la libertad» con una misión «humanitaria y pacífica», y cuyos fondos se destinan a la compra de alimentos y medicinas para la Consejería de Asistencia Social dirigida por el socialista Juan Gracia. Esta iniciativa es una más de las que utiliza el primer Gobierno Vasco para darse a conocer internacionalmente.

La idea de recurrir al fútbol como plataforma propagandística y recaudatoria tiene su precedente inmediato en los partidos celebrados a principios de 1937 en Bilbao entre los equipos de gudaris de ANV y del PNV, y entre una selección vizcaína y otra de refugiados guipuzcoanos. El delegado del Euzkadi, Ricardo Irezábal, había sido presidente del Athletic de Bilbao cuando el lehendakari Aguirre (PNV) era uno de sus jugadores (1921-1926). De igual manera, el representante del Gobierno autónomo en la gira europea, Manuel de la Sota, había sido presidente del Athletic y posteriormente había organizado dos encuentros, en 1930 y 1931, entre una selección vasca -Vasconia- y otra de Cataluña. Sota, nacionalista radical, era entonces íntimo colaborador de Aguirre.

En la guerra se cuida mucho el aspecto simbólico de la selección vasca: desde su denominación -el neologismo sabiniano Euzkadi- hasta su indumentaria. Luce la famosa E gótica del periódico peneuvista Euzkadi en el bolsillo de sus chaquetas, al igual que en las camisas de los ertzainas y en las matrículas de su parque móvil. Y su equipación adopta los colores de la ikurriña. El emblema del Euzkadi'ko Jaurlaritza está formado por la versión jeltzale de los escudos de Álava, Vizcaya, Guipúzcoa y Navarra, aunque esta última no estaba incluida en el Estatuto Vasco del 36.

Durante la Transición se recupera la idea de tener una selección de fútbol con el nombre de Euskadi (1979-2006) como medio para reivindicar el hecho diferencial vasco. Su primer encuentro se celebra, significativamente, contra Irlanda en el contexto de la campaña 'Bai euskarari' en agosto de 1979. El saque de honor lo realizan dos jugadores del mítico Euzkadi de la Guerra. El partido está marcado por la polémica al negarse Osasuna a ceder a sus jugadores y prohibirse el 'Gernikako Arbola'. Esto último provoca que Garaikoetxea (PNV), presidente del preautonómico Consejo General vasco, abandone el palco. Meses después, y con el mismo objetivo, se juega otro partido en San Sebastián y al año siguiente en Vitoria. Desde entonces se celebran más de una veintena de encuentros con el nombre de Euskadi.

En 2007 el equipo se rebautiza como Selección de Euskal Herria/ Euskal Herriko Selekzioa. Este cambio, sin importancia aparente, causa un gran malestar en el PNV, partidario de su reconocimiento como selección oficial. Horas antes del encuentro, los gobiernos autonómicos vasco (de Ibarretxe), catalán y gallego firman la Declaración de San Mamés a favor del reconocimiento de la oficialidad de sus selecciones. Asimismo, Esait organiza una manifestación bajo el lema 'Euskal Herria nazio bat selekzio bat' y el escudo de Euskal Herria con el diseño de Udalbiltza. Al inicio del partido, los jugadores saltan al campo con una pancarta similar ('Euskal Herria nazio bat selekzio bat/Catalunya una nació una selecció'), pero sin el escudo, emblema que sí se incorpora a la camiseta.

Con este precedente, la Federación Vasca de Fútbol contrata a Irán para el partido navideño del 2008, que finalmente no se celebra por la oposición de los jugadores a participar como Euskadi. Paralelamente, Esait se manifiesta con la misma pancarta del año anterior, a la que le añaden el mapa y el escudo de Euskal Herria y la petición de una federación propia. En 2009, esta vez con el Gobierno del socialista Patxi López, tampoco se disputa el tradicional partido navideño porque la Federación Vasca no accede al cambio de denominación.

Resulta paradójico que, transcurridos casi 75 años desde el nacimiento del simbólico Euzkadi, su instrumentalización política convierta los significados territoriales de los términos Euskadi y Euskal Herria en antónimos: dividiendo y enfrentando a la comunidad abertzale, no tanto por los objetivos políticos como por los símbolos, los medios y los ritmos. Mientras tanto, y tras dos años sin partido navideño, se ha logrado consensuar la polisémica denominación de Euskal Selekzioa, que para la Federación Vasca se circunscribe a la Comunidad Autónoma y para los nacionalistas representa -y debe representar- a Euskal Herria.
Fuente: Lorenzo Sebastián, historiador; Josemari Alemán, ilustración. DIARIO VASCO, 29 diciembre 2010

!FELIZ NAVIDAD! (UNA HISTORIA DIGITAL DE LA NAVIDAD)

Cine histórico en IMDb


La Internet Movie Database (IMDb, en castellano 'Base de datos de películas en Internet') es una base de datos on line de información relacionada con películas, directores, productores, actores, programas de televisión, videojuegos, actores de doblaje y más recientemente, personajes ficticios que aparecen en los medios. La IMDb fue inaugurada el 17 de octubre de 1990, y en 1998 fue adquirida por Amazon.com.

Se pueden hacer diferentes tipos de búsqueda en ella, y una de ellas es la de películas por géneros. En este enlace tenéis las películas de género histórico. Una inmenso mar donde encontrar excelentes películas sobre diferentes épocas de la historia.

LAS MONJAS Y LA BANDERA (Arturo Pérez-Reverte)


Hace algunos años, en el canal de entrada de San Juan de Puerto Rico, frente a los castillos del Morro y San Cristóbal, me llamó la atención una enorme bandera española que alguien ondeaba en un edificio blanco próximo a la embocadura. «Son las monjas», dijo quien me acompañaba, que era mi amigo y editor en Puerto Rico Miguel Tapia. «Y eso es que está entrando un barco español.» No hablamos más en ese momento, pues estábamos ocupados en otras cosas; pero lo de la bandera y las monjas me picó la curiosidad. Así que después procuré enterarme bien del asunto, que resultó ser una bella historia de lealtades y nostalgias. Algo que realmente comenzó hace más de un siglo, el 16 de julio de 1898.

Aquel fue el año del desastre. Trece días antes, la escuadra del almirante Cervera, que había salido a combatir sin esperanza en el combate más estúpido y heroico de nuestra historia, había sido aniquilada en Santiago de Cuba por el abrumador poder naval norteamericano. Los buques de guerra yanquis bloqueaban la isla de Puerto Rico, impidiendo la llegada de refuerzos y suministros a las tropas cercadas. En esas circunstancias, el Antonio López, un moderno y rápido buque mercante que había salido de Cádiz con armas y pertrechos para la guarnición, recibió un telegrama con el texto: «Es Que Usted Haga Llegar Preciso El Cargamento Un Puerto Rico Aunque Sí Pierda El Barco». Veterano, disciplinado, profesional, con los aparejos en su sitio, el capitán del Antonio López, que se llamaba don Ginés Carreras, intentó burlar el bloqueo estadounidense. No lo consiguió. El 28 de junio, cuando navegando sin luces y pegado a la costa intentaba entrar en San Juan, fue localizado por el USS Yosemite, que lo cañoneó. El capitán Carreras logró escapar a medias, varando el barco en Ensenada Honda, cerca de la playa de Socorro, desde donde en los días siguientes intentó llevar a tierra cuanto podía salvarse del cargamento. Pero dos semanas más tarde, el USS New Orleans se acercó para dar el golpe de gracia, destrozándolo a cañonazos.

Fue entonces cuando se tejió la historia que les cuento. Bajo el bombardeo, un tripulante del Antonio López, que se había atado la bandera del barco a la cintura antes de echarse al agua para intentar ganar tierra a nado, llegó gravemente herido a la orilla. Nunca pudo averiguarse su nombre, pues murió en brazos de un puertorriqueño de los que acudieron a ayudar a los náufragos. «Que no la agarren», suplicó el marinero mientras moría, señalando la bandera. Y el puertorriqueño cumplió su palabra, quizá porque se llamaba Rocaforte y era de padres gallegos. Hombre supersticioso o religioso, y en cualquier caso hombre de bien, por no incumplir la demanda de un moribundo, la guardó en su casa durante años. Y al fin, un día, pensó en las monjas.

Eran españolas, de las Siervas de María, instaladas en la isla desde 1897. Atendían un hospital junto a la boca del puerto, y permanecieron allí después de la salida de España y la descarada apropiación de la isla por los Estados Unidos. Acabada la guerra, las hermanas, con la natural nostalgia, adoptaron la costumbre de saludar desde la galería del hospital, agitando sus pañuelos, cada vez que un barco de su lejana patria entraba o salía en el puerto. Eso dio a Rocaforte la idea de confiarles la bandera. Se presentó en el hospital, contó la historia a la madre superiora, y le entregó la enseña. Y desde entonces, cuando entraba o salía de San Juan un barco español, las monjas hacían ondear en la galería, en vez de pañuelos, la vieja bandera del barco perdido.

Todavía lo hacen, un siglo después. De las veintisiete monjas que atienden hoy el hospital de las Siervas de María, ya sólo cinco son compatriotas nuestras. Pero cada vez que un barco español pasa frente al hospital, navegando lentamente por la canal de boyas, su capitán cumple el viejo ritual de dar tres toques de sirena y hacer ondear la bandera en respuesta al saludo de las monjas, que desde la galería agitan la suya. De haberlo sabido, aquel anónimo marinero del Antonio López que hace ciento doce años se arrojó al mar, intentando ganar la playa bajo el fuego norteamericano con la enseña de su barco atada a la cintura, estaría satisfecho. Me pregunto si quienes salieron a la calle tras el último partido del Mundial de Fútbol, llenándolo todo de colores rojo y amarillo, serían conscientes de que se trataba de la misma memoria y la misma bandera. Y de que, al ondearla con júbilo en calles y balcones, rendían también homenaje a tanta ingenua y pobre gente que, manipulada, engañada, manejada por los de siempre -«Aunque Sí Pierda El Barco», ordenaron los que diseñan banderas pero nunca mueren defendiéndolas-, cumplió honradamente con lo que creía eran su deber y su vergüenza torera. Y esto incluye a las monjas de San Juan.

Fuente: XL Semanal nº 1195, 19-25 septiembre 2010

LOS MOROS DE LA PROFESORA (Arturo Pérez-Reverte)


Te lo voy a explicar en corto, chaval. Sin irnos por las ramas. Esa maestra, profesora, docente o como quieras llamarla, es imbécil. Tonta del culo, vaya. En el mejor de los casos «suponiendo que no prevarique a sabiendas, prisionera del qué dirán», une a su ignorancia el triste afán de lo políticamente correcto. La cuestión no es que te haya reprendido en clase de Historia por utilizar la palabra moros al hablar de la Reconquista, y exija que la sustituyas por andalusíes, magrebíes, norteafricanos o musulmanes. Lo grave es que a una profesora así le encomienden la educación histórica de chicos de ambos sexos de catorce o quince años. Que la visión de España y lo español que muchachos de tu generación tengan el resto de su vida dependa de cantamañanas como ésa. Tienes dos opciones. La primera, que desaconsejo, es tu suicidio escolar. Mañana, en clase, dile que no tiene ni puta idea de moros, ni de Historia, ni de lengua española, ni de la madre que la parió. Te quedarás a gusto, desde luego; y las churris te pondrán ojitos por chulo y por malote. Pero en lo que se refiere a esa asignatura y al curso, puedes ir dándote por jodido. Así que lo aconsejable es no complicarte la vida. Ésa es la opción que recomiendo.

Tu maestra, por muy estúpida que sea, tiene la sartén por el mango. Así que traga, colega, mientras no haya otro remedio; que ya tendrás ocasión, en el futuro «todos pasan tarde o temprano por delante de la escopeta» de ajustar cuentas, real o figuradamente. Así que agacha las orejas y llama a los moros como a ella le salga del chichi. Paciencia y barajar. Por lo demás, duerme tranquilo. Por muy maestra que sea, eres tú quien tiene razón. No ella. En primer lugar, porque el habla la determinan quienes la usan. Y no hay nadie en España, en conversación normal, excepto que sea político o sea gilipollas «a menudo se trata de un político que además es gilipollas», que no llame moros a los moros. Ellos nos llaman a los cristianos arumes o rumís, y nada malo hay en ello. Lo despectivo no está en las palabras, sino en la intención con que éstas se utilizan. La buena o mala leche del usuario. Lo que va, por ejemplo, de decir español a decir español de mierda. La palabra moro, que tiene diversas acepciones en el diccionario de la Real Academia, pero ninguna es peyorativa, se usa generalmente para nombrar al individuo natural del norte de África que profesa la religión de Mahoma; y es fundamental para identificar a los musulmanes que habitaron en España desde el siglo VIII hasta el XV. Desterrarla de nuestra lengua sería mutilar a ésta de una antiquísima tradición con múltiples significados: desde las fiestas de moros y cristianos de Levante hasta el apellido Matamoros, y mil ejemplos más. Así que ya lo sabes. Fuera de clase, usa moro sin cortarte un pelo. Como español, estás en tu derecho. Aparte del habla usual, te respaldan millones de presencias de esa palabra en textos escritos.

Originalmente se refiere a los naturales de la antigua región norteafricana de Mauretania, que invadieron la península ibérica en tiempos de los visigodos. Viene del latín maurus, nada menos, y se usa con diversos sentidos. Caballo moro, por ejemplo, se aplica a uno de pelaje negro. En la acepción no bautizado se extiende incluso a cosas «vino moro» o personas de otros lugares «los moros de Filipinas». Hasta Gonzalo de Berceo aplicaba la palabra a los romanos de la Antigüedad para oponerlos a judíos y a cristianos. De manera que basta echar cuentas: la primera aparición en un texto escrito data de hace exactamente mil ochenta y dos años, y después se usa en abundancia. «Castellos de fronteras de mauros», dice el testamento de Ramiro I, en 1061. Por no hablar de su continuo uso en el Poema de Mío Cid, escrito a mediados del siglo XII: «Los moros yazen muertos, de bivos pocos veo; los moros e las moras vender non los podremos». Y de ahí en adelante, ni te cuento. «Las moras no se dejan ver de ningún moro ni turco», escribió Cervantes en el Quijote. La palabra moro está tan vinculada a nuestra historia, nuestra sociedad, nuestra geografía, nuestra literatura, que raro es el texto, relación, documento jurídico antiguo u obra literaria clásica española donde no figura. También la usaron Góngora, Quevedo, Calderón, Lope de Vega y Moratín, entre otros autores innumerables. Y tan vinculada está a lo que fuimos y somos, y a lo que seremos, que sin ella sería imposible explicar este lugar, antiquísima plaza pública cruce de pueblos, naciones y lenguas, al que llamamos España. Imagínate, en consecuencia, la imbécil osadía de tu profesora. El atrevimiento inaudito de pretender cargarse de un plumazo, por el artículo catorce y porque a ella le suena mal, toda esa compleja tradición y toda esa memoria.

Fuente: XLSEMANAL, nº1.200, 24-30 octubre 2010

HÉROE, CONQUISTADOR, ASESINO (Arturo Pérez-Reverte)


A veces coinciden las cosas de un modo asombroso. Estaba hace unos días repasando la carta que escribió en el siglo XVI el conquistador Lope de Aguirre al rey Felipe II, ciscándose literalmente en sus muertos. Ésa en la que se proclama «rebelde a tu servicio como yo y mis compañeros seremos hasta la muerte». Lo hice con intención de mencionarla, de pasada, en un momento determinado de la séptima entrega alatristesca, con la que ando a vueltas y que aparecerá en febrero o marzo, supongo.

El caso es que esa misma noche fui a cenar con Javier Marías, como solemos de vez en cuando;y apenas sentados, Javier me puso sobre la mesa el último título publicado por su editorial Reino de Redonda: La expedición de Ursúa y los crímenes de Aguirre, del inglés Robert Southey. El nuevo libro redondino es una estupenda traducción del original publicado en 1821: breve, escrito con tono contenido, clásico, ajeno a los habituales tópicos británicos sobre la barbarie española y el aliento a ajo. En realidad apenas disimula la fascinación del autor por el personaje. Y no era para menos; pues si alguien encarna la desesperación, el coraje y la locura criminal en que acabaron algunos episodios de la exploración y conquista de América, es Lope de Aguirre. Sobre él, historiadores y novelistas coinciden con singular unanimidad. Otros como Pizarro, Cortés o Alvarado, heroicos animales que dieron un nuevo mundo a España, tienen admiradores y detractores que subrayan su valor brutal o condenan sus atrocidades.

En el caso de Aguirre, vascongado de Oñate, la coincidencia es absoluta: su aventura es la más enloquecida y sangrienta de todas. La expedición para el descubrimiento y conquista de la mítica ciudad de El Dorado acabó en una orgía de sangre, culminada cuando Aguirre mató a su propia hija, para impedir que cayera en manos de los enemigos, antes de que sus hombres le cortaran la cabeza. La historia de ese conquistador fracasado, cruel, arrogante, paranoico y asesino, me fascina desde que leí La aventura equinoccial de Lope de Aguirre, de Ramón J. Sender: novela subyugante, extraordinaria, que los once chicos que hacíamos bachillerato de Letras en mi colegio nos pasábamos como quien confía en voz baja el descubrimiento de un tesoro. Aquel soldado receloso y cruel, que dormía armado con peto y espada, por si acaso, y degollaba con carácter preventivo, sin despeinarse, simbolizó para mí, desde entonces, el lado más turbio y oscuro de la Conquista. Luego, con el tiempo y otras lecturas, me adentré más en el personaje: un par de libros fundamentales del profesor Emiliano Jos, las novelas de Ciro Bayo y Uslar Pietri, y la película de Werner Herzog Aguirre, la cólera de Dios; que, aparte del magnífico plano inicial de la película, me decepcionó por dos razones: era un tostón macabeo, y los visajes del histriónico rubio Klaus Kinski nada tenían que ver con ese carnicero hosco, cerril, de acero fácil, al que siempre imaginé bajito, cetrino, barbudo, tranquilo y silencioso.

Otra película que rodó Carlos Saura, El Dorado, tampoco era para tirar cohetes; pero afinaba más. Calaba mejor la psicología del asunto y el ambiente, aunque también me dejó con las ganas: Omero Antonutti «que luego encarnó a un excelente maestro de esgrima» tampoco cuajaba el personaje. No era mi Lope de Aguirre. Si tuviera que quedarme con algo de toda esa peripecia amazónica, sería con la carta famosa que Aguirre escribió al rey de España para decir que renegaba de él y de su casta, y que desde ese momento él y sus hombres se proclamaban libres e iban a su aire: «Estando tu padre y tú en los reinos de Castilla sin ninguna zozobra, te han dado tus vasallos, a costa de su sangre y hacienda, tantos reinos y señoríos como en estas partes tienes. Mira que no se puede llevar con título de rey justo ningún interés en estas tierras donde no aventuraste nada».

Esa carta la calificó Simón Bolívar de primera declaración de independencia americana; pero el libertador barría para casa. Lo que a mi juicio simboliza Aguirre, dirigiéndose así a Felipe II, es la osadía del español arrogante, cruel como la tierra que lo parió, harto de trabajos sin recompensa, maltratado por monarcas, ministros y gobernadores, que se revuelve en el extremo del mundo, gritando que cuanto pagaron su sudor y sangre le pertenece. Que él mata con sus manos y fía con su vida el precio de tanto horror y trabajos; mientras que el gobernante, allá en su palacio «entonces como ahora», gobierna y mata de lejos sin arriesgar nada, con las leyes y los verdugos a su servicio. Y al cabo, rotos los diques de la sumisión y la obediencia, ese súbdito desesperado pregona a voces que, quien tenga agallas, vaya allí y se atreva a obligarlo. Dando mayor sentido a las palabras de Cervantes en El casamiento engañoso, cuando hace decir al alférez Campuzano: «Espada tengo. Lo demás, Dios lo remedie».

Fuente: XL Semanal, nº 1196, 10-16 octubre 2010

EL VASCO QUE HUMILLÓ A LOS INGLESES (Arturo Pérez-Reverte)


Hace doce años, cuando escribía La carta esférica, tuve en las manos una medalla conmemorativa, acuñada en el siglo XVIII, donde Inglaterra se atribuía una victoria que nunca ocurrió. Como lector de libros de Historia estaba acostumbrado a que los ingleses oculten sus derrotas ante los españoles -como la del vicealmirante Mathews en aguas de Tolón o la de Nelson cuando perdió el brazo en Tenerife-, pero no a que, además, se inventen victorias. Aquella pieza llevaba la inscripción, en inglés: El orgullo de España humillado por el almirante Vernon; y en el reverso: Auténtico héroe británico, tomó Cartagena -Cartagena de Indias, en la actual Colombia- en abril de 1741. En la medalla había grabadas dos figuras. Una, erguida y victoriosa, era la del almirante Vernon. La otra, arrodillada e implorante, se identificaba como Don Blass y aludía al almirante español Blas de Lezo: un marino vasco de Pasajes encargado de la defensa de la ciudad. La escena contenía dos inexactitudes. Una era que Vernon no sólo no tomó Cartagena, sino que se retiró de allí tras recibir las suyas y las del pulpo. La otra consistía en que Blas de Lezo nunca habría podido postrarse, tender la mano implorante ni mirar desde abajo de esa manera, pues su pata de palo tenía poco juego de rodilla: había perdido una pierna a los 17 años en el combate naval de Vélez Málaga, un ojo tres años después en Tolón, y el brazo derecho en otro de los muchos combates navales que libró a lo largo de su vida. Aunque la mayor inexactitud de la medalla fue representarlo humillado, pues Don Blass no lo hizo nunca ante nadie. Sus compañeros de la Real Armada lo llamaban Medio hombre, por lo que quedaba de él; pero los cojones siempre los tuvo intactos y en su sitio. Como los del caballo de Espartero.

La vida de ese pasaitarra -mucho me sorprendería que figure en los libros escolares vascos, aunque todo puede ser- parece una novela de aventuras: combates navales, naufragios, abordajes, desembarcos. Luchó contra los holandeses, contra los ingleses, contra los piratas del Caribe y contra los berberiscos. En cierta ocasión, cercado por los angloholandeses, tuvo que incendiar varios de sus propios barcos para abrirse paso a través del fuego, a cañonazos. En sólo dos años, siendo capitán de fragata, hizo once presas de barcos de guerra enemigos, todos mayores de veinte cañones, entre ellos el navío inglés Stanhope. En los mares americanos capturó otros seis barcos de guerra, mercantes aparte. También rescató de Génova un botín secuestrado de dos millones de pesos, y participó en la toma de Orán y en el posterior socorro de la ciudad. Después de ésas y otras muchas empresas, nombrado comandante general del apostadero naval de Cartagena de Indias, a los 54 años, y tras rechazar dos anteriores tentativas inglesas contra la ciudad, hizo frente a la fuerza de desembarco del almirante Vernon: 36 navíos de línea, 12 fragatas y varios brulotes y bombardas, 100 barcos de transporte y 39.000 hombres. Que se dice pronto.

He visto dos retratos de Edward Vernon, y en ambos -uno, pintado por Gainsborough- tiene aspecto de inglés relamido, arrogante y chulito. Con esa vitola y esa cara, uno se explica que vendiera la piel antes de cazar el oso, haciendo acuñar por anticipado las medallas conmemorativas de la hazaña que estaba dispuesto a realizar. Pese a que a esas alturas de las guerras con España todos los marinos súbditos de Su Graciosa sabían cómo las gastaba Don Blass, el cantamañanas del almirante inglés dio la victoria por segura. Sabía que tras los muros de Cartagena, descuidados y medio en ruinas, sólo había un millar de soldados españoles, 300 milicianos, dos compañías de negros libres y 600 auxiliares indios armados con arcos y flechas. Así que bombardeó, desembarcó y se puso a la faena. Pero Medio hombre, fiel a lo que era, se defendió palmo a palmo, fuerte a fuerte, trinchera a trinchera, y los navíos bajo su mando se batieron como fieras protegiendo la entrada del puerto. Vendiendo carísimo el pellejo, bajo las bombas, volando los fuertes que debían abandonar y hundiendo barcos para obstruir cada paso, los españoles fueron replegándose hasta el recinto de la ciudad, donde resistieron todos los asaltos, con Blas de Lezo personándose a cada instante en un lugar y en otro, firme como una roca. Y al fin, tras arrojar 6.000 bombas y 18.000 balas de cañón sobre Cartagena y perder seis navíos y nueve mil hombres, incapaces de quebrar la resistencia, los ingleses se retiraron con el rabo entre las piernas, y el amigo Vernon se metió las medallas acuñadas en el ojete.

Blas de Lezo murió pocos meses después, a resultas de los muchos sufrimientos y las heridas del asedio, y el rey lo hizo marqués a título póstumo. Creo haberles dicho que era vasco. De Pasajes, hoy Pasaia. A tiro de piedra de San Sebastián. O sea, Donosti. Pues eso.

FUENTE: XL SEMANAL nº 1.191 (22-28 agosto 2010)

RAZONES DE UN SEUDÓNIMO (Bernardo Atxaga)


Preguntaron a una mujer de 100 años sobre perros rabiosos, y ella comenzó su narración diciendo: "Yo sé de perros rabiosos tanto como cualquiera". Quiso decir que había visto muchos y tenía una experiencia directa del peligro que, antes de la vacuna de Pasteur, suponían las mordeduras.

Pues bien, lo mismo podría afirmar yo de los seudónimos. Tendría que saber del asunto tanto como cualquiera. Desde que, hace más de 30 años, dejé de lado mi nombre oficial, José Irazu, para firmar los libros como "Bernardo Atxaga", los lances derivados de la decisión han sido incontables. Un día era un billete de avión que no podía hacer mío; otro, un cheque; otro más, un paquete postal; una vez, el enfado de un poeta que tomó a mal "no saber exactamente con quién estaba hablando". Aparte, nunca faltaba la pregunta: "¿Por qué lleva usted seudónimo?".

Vuelven a hacérmela ahora, y trato de dar una explicación.

Creo que en mi caso el uso de un seudónimo fue algo inevitable, y que todo empezó con los vaivenes políticos y onomásticos de mi lugar natal, el País Vasco.

Los romanos lo llamaron "Vasconia", nombre que perduró en cierta literatura costumbrista hasta que, en los años sesenta, un libro de inspiración revolucionaria que reivindicaba un territorio vasco cinco veces mayor que el de los mapas lo tomó prestado. A partir de ese momento fue tabú para los costumbristas. Después de unos años, el prestigio social del libro decayó, y "Vasconia" pasó al olvido definitivo.

Otro nombre histórico era "Vascongadas". Durante la dictadura, los franquistas se referían al lugar de esa manera, y ahora es igual de tabú que Vasconia. También lo son, o casi, los de "País vasco-navarro" o "País vasco-francés". En su lugar, florecen los más neutrales de "País Vasco" o "Pays Basque".

Cuando se puso en marcha la reivindicación independentista, a finales del siglo XIX, apareció un nuevo nombre, inventado por Sabino Arana: "Euzkadi". Casi un siglo más tarde, con el nacimiento de ETA, "Euzkadi" (con zeta) se convirtió en "Euskadi" (con ese), y es ahora, paradójicamente, una denominación cuasi-oficial.

Pero, con todo, el nombre más popular, el que todo el mundo utiliza cuando habla en euskera y el que más se ha utilizado a lo largo de los siglos, es el de "Euskal Herria". Era hasta hace poco un término cultural y estable; pero últimamente va adquiriendo connotaciones políticas, y no sabemos cómo acabará el asunto.

Creo que se podría escribir una historia de los países a través del estudio de sus nombres. Su inestabilidad, su número, son índices significativos.

Pasemos a lo particular, de los vaivenes generales a los personales. Oficialmente me llamo "José", porque el año en que nací -1951, según me aseguran personas de toda confianza- era inimaginable que un niño fuera bautizado con un nombre vasco como, por ejemplo, "Garikoitz", "Iker" o "Imanol". Sin embargo, solo he sido "José" en los papeles. Para los vasco-parlantes es más fácil decir "Joshe" que "José". Así que fui "Joshe" durante toda mi infancia. Más tarde, en la universidad, mis compañeros empezaron a llamarme "Joxeba", una forma políticamente marcada como vasquista. Un par de años después, un nuevo cambio: "Joxeba" se convirtió en "Ioseba".

Publiqué mis primeros textos en 1972, firmando, como ya he mencionado, "Bernardo Atxaga". Fue algo normal. El 70% de los que en esa época publicaban en lengua vasca usaban seudónimo. Solo que, en general, recurrían a algún término toponímico. En mi caso, un aforismo que me gustaba mucho me indujo a inventar un nombre que pareciera de verdad, auténtico. Decía el aforismo: "El chipirón lanza su tinta para esconderse del pescador, pero el pescador sabe dónde está el chipirón precisamente por la mancha de la tinta". Un topónimo habría indicado que detrás había alguien, una persona con nombre y apellido. "Bernardo Atxaga" no manchaba el agua, ni siquiera la agitaba.

En un determinado momento, quise parar, detener la multiplicación. Pero es imposible. Tras el primer impulso, el nombre se convierte en un perpetuum mobile. Doy la última noticia: acabo de volver de una universidad americana en la que, durante tres meses, he sido "Jose I. Garmendia". Los administradores de la universidad consideraron que "Irazu", mi primer apellido, era en realidad un middle name, y me dejaron con el segundo.

Si dentro de unos años alguien me propone escribir otro artículo sobre este tema, tendré, estoy seguro, dos o tres nombres más de lo que tengo hoy, y podré aportar más ejemplos.

Fuente: EL PAÍS, 12 diciembre 2010
Bernardo Atxaga es escritor.

LOS PELIGROS DE UNA "ÚNICA HISTORIA"

Los peligros de una única historia


EL CATÓLICO QUE SE NEGÓ A HACER ARMAS PARA MATAR


Se llamaba Alejandro Cuadrado Blanch y tenía su propia empresa de transportes cuando el Ejército republicano reclamó sus servicios en la fábrica de armamento número 15 de Olot (Girona). Allí le encomendaron la misión de montar los subfusiles catalanes Labora Fontbernat. Cuadrado, cuenta a su hijo, era un hombre católico pero sin significación política. El hecho de construir material bélico le superó. «Su moral no le permitía hacer armas para matar. Así me lo contó. No hablaba mucho de la guerra, pero ese detalle me lo repitió varias veces. Mi padre montaba los subfusiles mal a propósito. En un primer momento sí que realizaban alguna prueba previa, pero al final no había control de calidad, toda arma que salía de la fábrica iba directa al frente. Uno de sus superiores un día observó defectos en los subfusiles que pasaban por las manos de mi padre, y le dijo que se estaba jugando la vida, que la próxima vez que lo detectaran no lo contaría, le matarían».

Cuadrado decidió abandonar. La frontera con Francia está muy cerca de Olot, y tomó la decisión de exiliarse voluntariamente antes de que le mataran, o antes de seguir trabajando al servicio de la muerte. Su hijo, Alejandro Cuadrado Puig, relata que justo antes de irse, su padre hizo una última aportación a la causa: «Dejó muchos percutores con una medida superior a la adecuada. Así, el subfusil sólo dispararía una bala antes de encasquillarse. Después se fue. Mi padre odiaba la muerte y no quería ser cómplice, sólo eso». Miles de ‘enemigos’ de Alejandro nunca han sabido todo lo que le deben.

Fuente: DIARIO VASCO 12 diciembre 2010

LAS BOMBAS QUE NO MARATON


Trabajadores españoles y alemanes se jugaron la vida en la Guerra Civil saboteando obuses en los que dejaban notas de ánimo para los republicanos. Alfonso López García publica un interesante reportaje sobre este tema el el DIARIO VASCO (12-Diciembre-2010).

Paul Preston, afamado historiador, dice: "Es una prueba más de que la República fue un simbolo de la lucha antifascista para los demócratas de todo el mundo".

Así comienza el reportaje:

"Un obús había tocado el edificio, pero no había estallado. Había pasado a través de las viejas gruesas paredes y se había tumbado a descansar a través del umbral del dormitorio de los guardias. La madera del piso estaba humeante aún y en la pared de enfrente había un roto. Una hilera de volúmenes del diccionario Espasa-Calpe había brincado en un remolino de hojas sueltas. Era una granada de 54 centímetros, tan grande como un recién nacido. Después de conferencias sin fin aquí y allá, vino un artillero y desmontó la espoleta; el obús vendrían a recogerlo después. Los guardias transportaron el enorme proyectil, ahora inofensivo, al patio. Alguien tradujo la tira de papel que se había encontrado en el hueco entre la espoleta y el corazón de la bomba. Decía en alemán: 'Camaradas: no temáis. Los obuses que yo cargo no explotan -Un trabajador alemán'".

Éste es un párrafo perdido dentro del libro del escritor español Arturo Barea (Badajoz, 1897-Londres, 1957), autor de La forja de un rebelde, una de las novelas que describe con mayor precisión cómo se desarrolló la vida en Madrid durante la Guerra Civil. Los sabotajes de armamento con mensajes de ánimo a las filas republicanas en el interior aparecen también descritos en obras como El asedio de Madrid (1938), de Eduardo Zamacois; Gavroche en el parapeto (1937), de Elías Palma y Antonio Otero, o en periódicos de la época como El Socialista o Milicia Popular.

Tras una larga tarea de investigación en archivos nacionales (Madrid, Alcalá, Ávila y Salamanca) y hemerotecas, V ha localizado abundante documentación oficial donde la Policía Militar, quintocolumnistas y milicianos que cambiaban de bando informaban a Franco de numerosos casos de obuses que no explotaron en el frente y que contenían mensajes de ánimo. Los escritos, hasta hoy inéditos, certifican que estos episodios fueron reales, a pesar de que hasta ahora habían pasado desapercibidos para los historiadores, que los consideraban producto de la propaganda republicana o de la invención de los autores. Incluso un personaje tan relevante como Santiago Carrillo no dudó en afirmar, preguntado por el asunto, que todo este tipo de historias sólo podrían ser producto de "bulos y leyendas urbanas" ya que en su opinión "nadie se atrevería a poner en riesgo su vida escribiendo mensajes de este tipo en obuses que fácilmente se pudieran ver".

Pero la Guerra Civil no deja de sorprender, y los archivos históricos aún conservan en sus entrañas numerosas 'joyas' que demuestran que los hechos descritos por Barea, Zamacois o Palma sí tuvieron lugar. Documentos oficiales que dan fe de sucesos humanos extraordinarios, en unas circunstancias límite en las que no fueron pocos los trabajadores que arriesgaron sus vidas en fábricas de armamento españolas (en zona franquista) y alemanas para no causar dolor o muerte, y que además tuvieron el valor de escribir una nota de ánimo al 'enemigo' en un medio tan destructivo como un obús.

Y sigue el reportaje:

El nerviosismo de Franco al ser informado de estos sabotajes fue en aumento. Primero mandó distribuir una orden que instaba a su ejército a poner en marcha medidas de precaución para evitar los actos de sabotaje en polvorines y depósitos de municiones. En un documento posterior, Franco llega a instar a que "el personal que entre para manipular armamento deberá ser no sólo de absoluta garantía sino que debe además estar convenientemente vigilado".

A estos hombres que irritaron a Franco y se jugaron el pellejo cargando obuses que jamás explotaron, la historia no les guarda un lugar de honor. Jamás se les hizo un homenaje ni se les puso una calle. Algunos fueron localizados y los mensajes de ánimo significaron su sentencia de muerte. Hoy, generaciones de españoles, aunque no lo sepan, viven gracias a ellos. No temáis, vuestras bombas salvaron vidas.

Lee el reportaje entero en este enlace.

UNA ESCULTURA EN DONOSTIA "RECUPERA LA MEMORIA" DE LAS VÍCTIMAS DEL FRANQUISMO


El alcalde de San Sebastián, Odón Elorza, y el diputado general de Gipuzkoa, Markel Olano, inauguraron ayer una estela funeraria en memoria de las víctimas del franquismo. Con este acto, tanto la Diputación como el Ayuntamiento quisieron «saldar cuentas con el pasado» y «hacer justicia» a los siete guipuzcoanos fusilados durante la Guerra Civil, cuyos restos aparecieron el año pasado en las obras de construcción de la autovía del Urumea.

Familiares de las víctimas y varios concejales de todos los partidos políticos del Ayuntamiento donostiarra, rindieron homenaje a las víctimas en la Plaza de la II República, junto a la escultura creada por Ramón Carrera, en un acto cargado de momentos emotivos.

Tras un aurresku de honor, el alcalde de Donostia, el diputado general y Calestina Zabala (una de las hijas de los fusilados) depositaron tres ramos de flores a los pies de la estela. Fue aquí cuando Celestina recordó con lágrimas en los ojos la desaparición de su padre, el sereno Millán Zabala. «Yo tenía 11 años y según nos contó un compañero, el 27 de septiembre de 1936 se llevaron a mi padre y ya no sabemos más. Nos registraron la casa y mi madre empezó a buscarlo, pero nunca lo encontramos», aseguró.

Junto con los familiares de José Zubiarrain, otro de los desaparecidos cuyos restos han podido ser identificados, Celestina también escuchó atentamente las palabras de Olano, quien indicó que «queremos restaurar la memoria de los fusilados». El diputado general recordó además que «en Euskadi hay más de 2.000 personas asesinadas fuera del frente» y que «no debemos olvidar nunca» esas muertes «tan crueles y cobardes».

Olano también aseguró que el País Vasco es «un pueblo castigado por la violencia y por la guerra» y que ya es hora de «superar estos últimos episodios de terrorismo que estamos viviendo».

Por su parte, Elorza quiso recordar a las personas fusiladas en la zona asegurando que «la dictadura franquista no podrá nunca borrar sus crímenes de nuestra memoria, lo mismo que la ciudad no puede olvidar los actos de violencia más cercanos».

Además, el primer edil instó a «recuperar la memoria y la esperanza en la paz» y a trabajar juntos «para recuperar los valores democráticos de la ciudad y superar el miedo, el odio y el sufrimiento».
Fuente: DIARIO VASCO, 12 Diciembre 2010

LA MEMORIA DE LA TIERRA


Al abrir una fosa no se desentierra a los muertos, sino la historia robada a muchos vivos. Allí dentro hay huesos de seres queridos, las balas que los mataron, la evidencia de lo sucedido. En el año 2000 se abrió la primera fosa con protocolo científico en Priaranza (León), en busca de Emilio Silva Faba y otras 12 personas. En esta década, un total de 5.277 de los más de 100.000 desaparecidos en la Guerra Civil han sido exhumados en 231 fosas. Arqueólogos, forenses, antropólogos, familiares y voluntarios lo hacen posible.

Así comienza el reportaje de Lola Huete y fotografía de Sofía Moro en EL PAÍS SEMANAL (14-Noviembre-2010). Léelo entero en este enlace.

INDUSTRIALIZACIÓN Y MOVIMIENTO OBRERO (1833-1874)


En este post veramos materiales sobre el COMIENZO DE LA INDUSTRIALIZACIÓN Y EL MOVIMIENTO OBRERO, durante el REINADO DE ISABEL II.

- Una introducción a ambos aspectos en este VIDEO: minutaje 01:18 - 02:24

MINERÍA A FINALES DEL SIGLO XIX

Dos de los textos a comentar para Selectividad tiene relación directa con la minería: el texto del semanario La lucha de clases y el fragmento de la novela El intruso de Vicente Blasco Ibáñez. Aquí algunos videos sobre el tema:




* El texto nos habla de Gallarte. Aquñi tienes un vídeo que nos "transporta" a ese sitio y a esa época. Para verlo, antes de estudiar el tema.

TVE RECUPERA LA FIGURA DE CLARA DE CAMPOAMOR


Tal día como ayer hace 79 años se superó el último obstáculo para lograr en el Congreso la aprobación del voto de la mujer. Clara Campoamor fue la principal impulsora de este logro histórico. Ayer las cámaras de TVE rodaron en la escalinata de la Cámara Baja la última secuencia de 'Clara Campoamor, la mujer olvidada', la tv-movie con la que la pública recupera la figura de esta política republicana, que interpreta la actriz Elvira Mínguez. Compartiendo protagonismo con ella, Mónica López, que encarna a Victoria Kent, compañera de lucha de Campoamor -fueron las dos primeras diputadas de España-, pero a la que abandonará en el momento decisivo de la votación.

La miniserie recupera los días posteriores a la proclamación de la República, en 1931, y reproduce las sesiones en el Congreso en las que Clara Campoamor convenció a los políticos de la necesidad de lograr el voto para la mujer. «Es una película apasionante y, además, necesaria. Es importante la igualdad de derechos y de voto pero también el respeto. Las heroínas existen. Ahora hay que recuperarlas», explicó su directora, Laura Mañá.

Las escenas que transcurren en el interior del Congreso de los Diputados se han rodado en el Parlament de Cataluña, ambientado de época. La ficción se emitirá el próximo año.

EL INTRUSO, de VICENTE BLASCO IBÁÑEZ (SELECTIVIDAD PAÍS VASCO)


Este año han incluido en el examen de Selectividad un texto nuevo en el bloque de textos de la primera parte. Es un fragmento de la novela El intruso del valenciano Vicente Blaco Ibáñez.

Para la realización del comentario de texto, aquí van algunas pistas:

1. LOCALIZACIÓN

Se trata de que sigas el esquema explicado en clase.

Al hablar del autor, tendrás que explicar dentro de qué corriente literaria se sitúa al mismo y a la obra que estamos comentando. Asimismo tendrás que dar algún dato sobre su vida, especialmente aquellos que puedan tener que ver con su estancia en el País Vasco. Ten en cuenta que el texto habla de la minería en Bizkaia.

Aquí te pongo un enlace por si te da alguna pista inicial. Luego tú completas la búsqueda.

2. ANÁLISIS

Se trata de, con tus palabras, formular la(s) idea(s) principal(es) del texto y la(s) secundaria(s) si las hubiera.

En el caso del que hablamos, es importante que hagas una referencia, explicando a quién hace referencia el personaje de la novela de Aresti y qué sabemos de ese personaje real que existió.

Aquí un enlace que te puede ayudar.


3. CONTEXTUALIZACIÓN


En clase explicaremos: puedes sacarla información del libro de texto de la editorial Vicens-Vives, que usamos este año; y también de los apuntes sobre el siguiente texto a comentar. De cualquier manera, ten en cuenta que el texto de El intruso se enmarca dentro del tema de Industrialización y consecuencias sociales, teniendo que hacer hincapié en el aspecto de consecuencias sociales del proceso de industrialización.


4. CONCLUSIÓN


Saca tu dimensión creativa. Tú puedes...