UNA JUEZ ARGENTINA PIDE A ESPAÑA INFORMES DE LOS MINISTROS DE LA DICTADURA FRANQUISTA


Los familiares de las víctimas del franquismo no se esperaban esta buena noticia de fin de año. Después de los frustrados intentos de demandar justicia en España, algunos de ellos presentaron demandas en Argentina, a partir de abril de 2010, acogiéndose al principio de justicia universal, que establece que se pueden investigar delitos de lesa humanidad en otros países.
La juez María Romilda Servini de Cubría ha exhortado al Gobierno español para que informe si en España se está investigando la existencia, entre el inicio de la Guerra Civil y las primeras elecciones democráticas después de la muerte de Franco, "de un plan sistemático, generalizado, deliberado y planificado para aterrorizar a españoles partidarios de la forma representativa de gobierno a través de su eliminación física, y de uno que propició la desaparición legalizada de menores de edad con pérdida de su identidad, llevados a cabo en el periodo comprendido entre el 17 de julio de 1936 y el 15 de junio de 1977".
La juez ha pedido también los nombres y últimos domicilios de los miembros de los Consejos de Ministros de los Gobiernos del Estado Español y de los miembros de los mandos de las Fuerzas Armadas, Guardia Civil, Policía Armada, directores de Seguridad y dirigentes de La Falange del mismo periodo, así como los certificados de defunción de aquellos que hubiesen fallecido.
Servini ha solicitado una lista de personas asesinadas, desaparecidas y torturadas, y de niños robados a sus familias, así como información sobre las fosas comunes halladas, los cuerpos de desaparecidos identificados y las empresas beneficiadas del trabajo esclavo de los presos republicanos.
En Argentina están presentadas seis querellas por crímenes del franquismo. La juez ha avanzado con la causa después de que la Cámara Federal desestimara una petición del Estado español para que estos crímenes fuesen investigados solo en su territorio. En España, las indagaciones por estos crímenes están paralizadas después de que el Poder Judicial suspendiera al juez Baltasar Garzón por presunta prevaricación al investigar esos delitos.

FUENTE: EL PAÍS (A. REBOSSIO), 28 DICIEMBRE 2011

SOBREEXPOSICIONES CEGADORAS (Luisa Etxenike)

Cuerpo mutilado de Irene Villa  (Madrid, 17 octubre 1991)



Una encuesta realizada en Euskadi unos días después del 20-N revelaba que la mayoría de los consultados pensaba que la fuerza más votada había sido Amaiur y no, como ha sucedido, el PNV. Creo que es importante interrogarse sobre el cómo y el porqué se ha producido en la opinión pública esa errónea impresión y sobre qué otras falsas impresiones pueden estar igualmente instalándose en la ciudadanía. Tiendo a conectar esta confusión, en concreto, con la extraordinaria presencia publico-mediática de la izquierda abertzale; con la atención que concentra cualquiera de sus gestos. Y tampoco creo que estaría de más preguntarse por las razones, políticas, sociales y hasta emocionales de semejante dedicación, y naturalmente por sus repercusiones.
La técnica fotográfica nos enseña que la sobreexposición no contribuye a la calidad de la imagen, sino al contrario; que los contornos se pierden, los rasgos fundamentales se difuminan, los contrastes desaparecen; que el resultado pierde mucha claridad, nitidez, "verdad", en definitiva, de lo representado. Me parece evidente que en el seno de nuestro debate público demasiados focos están orientados hacia la izquierda abertzale y que su imagen real se ve, debido a esa sobreexposición, profundamente alterada: con partes borradas o difuminadas, perfiles sin contraste; con elementos que deberían ocupar el primer plano que de repente aparecen relegados o disueltos en una especie de plano general, donde ya no se distinguen singularidades.
Y esta parece ser la estrategia fundamental de la izquierda abertzale en este inicio de la etapa posETA: construir primero e instalar después, en la opinión pública y en la memoria, una fotografía de lo sucedido en estos años, hecha equivalencias y generalizaciones; una imagen no de plano corto, sino de plano general, esto es, donde no pueden apreciarse con nitidez ni detalle, las actitudes, posturas y consiguientes responsabilidades de cada cual. En todos los pasos que da la izquierda abertzale se aprecia esa estrategia de llevarlo todo al terreno de la equivalencia y la equidistancia; en su reciente reconocimiento, por ejemplo, del dolor y el sufrimiento que "las múltiples violencias han producido en Euskal Herria", en su muestra de pesar por las víctimas "provocadas tanto por la violencia de ETA como por las estrategias represivas y de guerra sucia de los Estados español y francés".
Considero inaceptable esa presentación de plano de conjunto, de responsabilidades indiscernibles, de víctimas y victimarios confundidos que la izquierda abertzale pretende; inaceptable esa imagen quemada donde ya no se distinguen los rasgos y los perfiles de nada. Creo que la memoria sólo se construye fiable, sosteniblemente, sobre el fundamento de imágenes nítidas, capaces de revelar todos los signos, hasta el último detalle. Y que convendría por ello, en eso y en todo, evitar las sobreexposiciones cegadoras. Feliz 2012.
FUENTE: EL PAÍS, 26 DICIEMBRE de 2011

27 DE JUNIO DE 1960, BEGOÑA URROZ, 22 MESES: PRIMERA VICTIMA DEL TERRORISMO DE ETA


 La pequeña Begoña Urroz falleció abrasada por la explosión de una maleta bomba en una estación de tren de San Sebastián. Medio siglo después, el Gobierno la reconoce como víctima del terrorismo.

El Ayuntamiento de Lasarte-Oria fue uno de los primeros en denunciar públicamente los crímenes de ETA. Cada vez que la organización terrorista asesinaba a alguien, un grupo de vecinos encabezados por miembros de la corporación se juntaba bajo los arcos del edificio consistorial. No eran citas multitudinarias y muchas veces los ediles tenían como única compañía a sus sombras. La población conocía de primera mano cómo se las gastan los etarras –allí fue rematado, entre otros, Miguel Ángel Blanco– y el miedo era un elemento sustancial de su paisaje.

Uno de los incondicionales de aquellas concentraciones era un hombre de edad lleno de silencios. Aparecía, saludaba con un imperceptible movimiento de cabeza y se despedía tras cruzar unas pocas palabras con los que estaban a su alrededor. Algunos veteranos le relacionaban con la zapatería que su familia había regentado en el centro de Lasarte-Oria, pero para los más jóvenes su presencia constituía un enigma. Aquel hombre era Juan Urroz, para la mayoría un jubilado con una biografía no demasiado diferente de la de cualquier otro vecino: antiguo trabajador de la fábrica de electrodomésticos Moulinex, amante esposo de su mujer y padre responsable de dos hijos. Muy pocos conocían la tragedia que se ocultaba detrás de aquella discreta silueta que dejaba a su paso un halo de dignidad.

Fue el exministro Ernest Lluch, que sería luego asesinado por ETA, el que sacó a la luz el drama que escondía la familia de Juan Urroz. En un artículo titulado ‘La primera víctima de ETA’, que fue publicado en septiembre de 2000 en los principales periódicos vascos, Lluch exponía los pormenores de una teoría que hasta entonces no había llegado al gran público y que desembocaba en una conclusión sorprendente: el primer asesinato perpetrado por la banda no fue el del guardia civil José Pardines en 1968, tal y como hasta entonces se había creído, sino el de Begoña Urroz, una niña de 22 meses que murió abrasada tras la explosión de una bomba en una estación de tren de San Sebastián en 1960. La revelación, que se fundamentaba en una confidencia de una catequista al vicario de la Diócesis de San Sebastián, ponía patas arriba el imaginario construido por la organización terrorista en torno a sus orígenes. Credenciales como el asesinato de un bebé son difíciles de digerir incluso para una banda que luce una trayectoria tan perversa como la de ETA.

La tesis de Lluch hizo fortuna, a pesar de que la izquierda abertzale se apresuró a refutarla atribuyendo el atentado a un grupo anarquista supuestamente infiltrado por los servicios de seguridad de la dictadura. La revelación abrió una puerta a la esperanza de la familia Urroz, que durante décadas había rumiado su dolor en la más completa de las soledades. Aunque los padres sospecharon desde el principio de dónde venía la bomba que mató a su bebé, el clima social de la época hacía imposible buscar consuelo más allá de los límites de la familia. Juan y Jesusa tuvieron otros dos hijos –chico y chica– tras la muerte de su primogénita y a la niña, que hoy trabaja en el Ayuntamiento de Lasarte-Oria, la bautizaron con el nombre de la fallecida.

El féretro blanco

Es difícil hacerse a la idea del calvario vivido por la familia Urroz. Jesusa, que se refugió en la religión tras la pérdida de su hija, dibujó unas pocas pinceladas del drama en un libro que editó el año pasado el Ayuntamiento de Lasarte-Oria en homenaje a las víctimas del terrorismo. Recordó que el día de la tragedia había dejado a su bebé al cuidado de una tía que se ocupaba de la consigna de la estación de tren de Amara, mientras ella iba a comprar unos zapatitos. La súbita deflagración de una maleta anegó la terminal de sangre y llamas; hubo cinco heridos, entre ellos la niña y la tía que se había quedado a su cargo. El bebé, con graves quemaduras, falleció al día siguiente. Una imagen quedó grabada a fuego en la memoria de la madre: cuando el joven matrimonio escoltaba el diminuto féretro blanco camino del cementerio, el barrio en el que vivían, ajeno a la tragedia, se engalanaba con música y bailes para celebrar sus fiestas.

No fue esa la única puñalada que les tenía reservada el destino. A Jesusa le tocó ocupar el puesto vacante en la consigna de la estación de Amara hasta que su tía pudo recuperarse de las secuelas de la bomba. Estremece imaginar cuántas lagrimas tuvo que derramar la mujer reviviendo una y otra vez la muerte de su pequeña en el mismo escenario de la tragedia. El propio exministro Lluch, apiadándose de ella, le dedicó el artículo en el que desvelaba sus pesquisas: «A la madre de Begoña, que vive, quisiera extenderle toda la ternura».

Lluch fue asesinado dos meses después de haber publicado aquel texto por un pistolero etarraen el aparcamiento de su casa de Barcelona. Pero todas las historias donde se cruza la sombra de ETA son susceptibles de empeorar y esta no es una excepción. El exministro dejó entre sus papeles póstumos una carta dirigida a Froilán Elespe, un concejal socialista de Lasarte-Oria que había empezado a interesarse por el caso. La de Lluch fue casualmente la última misiva que Elespe recibió en el Ayuntamiento antes de ser tiroteado por otro etarra camino de su domicilio en marzo de 2001.

Como se ve, el trazo que el lápiz del destino empezó a dibujar en 1960 con el asesinato de la pequeña Begoña ha dado muchas vueltas. A su familia, hecha a los silencios, le sorprendió la invitación que recibieron el año pasado para participar en un homenaje a las víctimas del terrorismo de Lasarte-Oria. Para entonces, el padre ya había fallecido. Jesusa y sus dos hijos, que habían mantenido su condición de víctimas a resguardo de miradas externas, titubearon, pero al final accedieron a estar presentes en el acto. La madre, de 84 años, agradeció los gestos de solidaridad y se emocionó al poder compartir por fin un dolor que durante 50 años no había traspasado los límites del círculo familiar.

La carga simbólica que encierra el asesinato de un bebé hizo que el Gobierno escogiese la fecha de la explosión de la bomba que mató a Begoña, el 27 de junio, para recordar a las víctimas del terrorismo. El Ejecutivo inició también de oficio los trámites para incorporar a Begoña a la lista de víctimas. La iniciativa, que vio la luz la semana pasada, se traducirá en el desembolso de una indemnización de 250.000 euros para la madre de la menor. Jesusa ni siquiera se ha planteado qué hacer con el dinero porque medio siglo más tarde sigue sin comprender la muerte de su hija. Así se despidió de ella en el libro en recuerdo a las víctimas: «Ven. Vuelve junto a nosotros, Begoñita, ángel blanco que estás con Dios. Porque tú, mi dulce, mi pequeña, no estás muerta».


FUENTE: DIARIO VASCO, 16 DICIEMBRE 2011

LOS TOPOS DE "30 AÑOS DE OSCURIDAD"

30 años de oscuridad es un documental. Es una novela gráfica. Es ambas cosas. Hoy tenemos el tráiler de esta historia de los llamados topos de la Guerra Civil. Los topos eran las personas que tuvieron que vivir ocultas para evitar la represión franquista . El documental se podrá ver a principios de 2012 y ya suena, aunque todavía no hay lista oficial, como una de las posibles sorpresas para los próximos Premios Goya. En la categoría de Mejor Documental y, quién sabe, igual en Mejor Película de Animación...

Tras el final de la Guerra Civil, Manuel Cortés, antiguo alcalde de la localidad malagueña de Mijas, no tuvo ocasión de escapar de España. Tras un largo y peligroso camino de regreso a casa, consiguió llegar de noche a su hogar sin ser descubierto. Su mujer, Juliana, le advirtió de los numerosos fusilamientos que se estaban llevando a cabo en el pueblo. Ambos decidieron abrir un pequeño hueco en la pared donde Manuel podría esconderse. Manuel Cortés nunca pudo imaginar que aquel pequeño espacio tras la pared se convertiría en su cárcel particular durante 30 años. En este documental se cuenta la historia de los llamados 'topos de la posguerra', que tuvieron que sacrificar una vida entera para huir de la represión. Juan Diego y Ana Fernández ponen las voces de Manuel y Juliana.

Puedes ver el TRAILER al final de la página de este ENLACE.

FUENTE: EL PAÍS 12 DICIEMBRE 2011.

DEFENSA LEVANTA EL VELO DE LA HISTORIA

Carmen Sevilla visita en 1957 a las tropas españolas en la guerra de Ifni,
 uno de los episodios a los que afecta la desclasificación
El Ministerio de Defensa ha ultimado la mayor operación de desclasificación de documentos secretos de la etapa democrática. El objetivo de esta medida es poner a disposición del público unos 10.000 informes fechados entre 1936 y 1968 que se guardan en los archivos militares y que, pese a su interés histórico, no pueden ser aún consultados por estudiosos e investigadores debido a que siguen legalmente clasificados.

Tras varios años de análisis, la ministra de Defensa, Carme Chacón, elevó en octubre pasado al Gobierno una propuesta de desclasificación en bloque de estos documentos -técnicamente, cancelación de la clasificación-, cuya divulgación, adelantada anoche por la Cadena Ser, ya no representa una amenaza para la seguridad nacional o la defensa del Estado ni vulnera la intimidad de las personas. La propuesta quedó aparcada debido a la inminencia de las elecciones, pero las fuentes consultadas subrayan que el trabajo ya está hecho y corresponderá al próximo Gobierno decidir si da luz verde a su difusión.

Entre los miles documentos listos para ser conocidos figuran, por ejemplo, boletines de radioescuchas, actividades clandestinas y emisiones de Radio España Independiente (1946-68), espionaje, actividades inglesas y americanas (1944-1945), repatriación y licenciamiento de las unidades expedicionarias de las provincias de Ifni y Sáhara (1956-1968), procedimientos por masonería (19401945), los planes de defensa de los Pirineos (1939-55), las dotaciones de los buques de guerra italianos y alemanes en puertos españoles (1940-46) o entregas de material aéreo por EE UU (1955).

Sigue leyendo el artículo en este ENLACE.

FUENTE: EL PAÍS Miguel González), 5 DICIEMBRE 2011, 

MI PADRE ERA VERDUGO

Los hijos de los últimos hombres que aplicaron la pena muerte con el garrote vil cuentan a EL PAÍS sus recuerdos sobre este oscuro oficio del franquismo. El primogénito de López Sierra, el ejecutor de Puig Antich, iba a heredar el empleo: "No me hubiera temblado el pulso".

Imagen de la película "El verdugo"
de Luis García Berlanga
Con una bufanda al cuello, un sombrero que ganó bailando tango, chaquetilla ajustada, Cándido López se pasea por el barrio de Malasaña de Madrid con las manos en los bolsillos. Se para en esta taberna donde se juega al tute, en esta de aspecto añejo y en la otra de más allá. Dice que esta noche hay que hablarlo todo, en caso de que haya que hacerlo, porque de madrugada se irá a dormir a una pensión del centro de la ciudad y sabe Dios cuándo se despertará. Su existencia está marcada por el oscuro oficio de su padre, el último hombre que ejerció de verdugo en España. Ese hombre se llamaba Antonio López Sierra y en un maletín guardaba el garrote vil con el que ajustició a 17 reos. Pero esta historia no cuenta la vida del verdugo, ni la de sus años en prisión por el atraco a una gasolinera, pues ya se han escrito mucho sobre eso; sino más bien sobre el niño, su hijo, el que le veía irse de casa tras recibir un telegrama, cualquier día, a cualquiera hora, y le recibía al día siguiente cuando desprendía todavía un fuerte olor a coñac.

Los descendientes de los conocidos en la época como "ejecutores de sentencias" quieren pasar página en la mayoría de los casos. Reniegan de su pasado. Se cambian los apellidos, queman fotografías, periódicos viejos, la ropa guardada en el armario. Entran en un proceso de exorcismo con el que cerrar para siempre un capítulo de su vida. Ese intento lo llevó a cabo la familia del verdugo que ejecutó en 1974 al anarquista Salvador Puig Antich. Su nicho en el cementerio de Carabanchel se había convertido en una especie de lugar de peregrinaje morboso para curiosos, policías y nostálgicos del régimen de Franco, convencidos de la eficacia del ojo por ojo. Cándido López (Badajoz, 1949) y una hermana, cuenta él, incineraron el cadáver de su padre cuando se cumplió el décimo aniversario de la muerte. Con el tiempo, Cándido se ha propuesto recuperar su memoria.

-Mi viejo parecía un tipo muy duro, pero te aseguro que siempre iba borracho cuando tenía que ejecutar a alguien. Era un trago hacer eso.

Uno de los primeros recuerdos que tiene Cándido es el de su familia criando borregos en Badajoz. Su padre, nacido en 1913, acababa de regresar de Alemania, donde trabajó como barrendero. Fingió padecer sífilis para que le pagasen el viaje de vuelta a casa. Cuidar el ganado no daba para mucho en esa España hambrienta, y López Sierra completaba el jornal con el estraperlo y los timos en las ferias. Lo hacia junto a Vicente Copete, un compadre que a la larga también se dedicaría al mismo oficio. Fue en esas fechas cuando un policía secreto le preguntó que si tenía valor para ser verdugo. Él contestó: "Me da lo mismo que sea verdugo, que sea lo que sea, mientras me dé de comer".

Así se contrataba a los encargados de aplicar la pena muerte en la España del dictador Francisco Franco, previa inscripción en el Ministerio de Justicia. Se ejecutaba a los reos mediante el garrote vil, un collarín de hierro que servía para asfixiar y quebrar el cuello del condenado. Los secretos del oficio se transmitían de un verdugo a otro, sin ningún tipo de escuela ni formación. No es que hubiese cola para ingresar en el cuerpo. Más de uno se apuntó para recibir un sueldo mensual en una época de muchas penurias, con la idea de que nunca tuviese que llegar el momento de tener que hacer una ejecución.

López Sierra aprendió lo más elemental de un verdugo andaluz, un hombre de misa diaria que escribía poesía. A partir de ahí, sus viajes a Madrid se sucedieron. "Yo lo veía coger el tren, con su maletín. Estaba muy nervioso cuando se iba. Le pedía que me trajese balones de fútbol de reglamento", rememora Cándido. ¿Sabía adónde iba? "Claro, en mi casa nunca se ocultó. Alguien tenía que hacerlo, ¿no? Daba garrote a asesinos, no a pobres gentes". La realidad es que tanto los reos como los verdugos solían pertenecer a los que vivieron la miseria de la posguerra, a los que que se ganaban la vida como podían. En ocasiones, tan solo el azar había colocado a uno y a otro en cada lado, a uno con la capucha y a otro manejando el garrote, como si la pena de muerte fuese un asunto estrictamente entre los desfavorecidos.

La familia de López Sierra se instaló a finales de los cincuenta en la capital, más concretamente en Carabanchel. Cándido recuerda haber recorrido con su padre las comisarías para hablar con los policías sobre los casos abiertos, haber ido a los juzgados a cobrar el sueldo, haber leído los dos juntos el periódico en busca de los crímenes más horrendos. Para él fue lo normal. Era un juego de buenos y malos. Tiene recuerdos de pasear orgulloso con su padre por la calle. Le llamaban "el hijo del Guillotinas" y más tarde, Kung Fu, por el pelo largo que gastaba. López Sierra, según reconoció en vida, soñaba en ocasiones con los agarrotados, pero su hijo no recuerda un sentimiento de culpa o vergüenza en él ("hay que ser muy duro de corazón", se le oyó decir al verdugo).

¿Hubiese heredado el oficio? "Sí, y no me hubiese temblado el pulso. Estaba preparado", responde Cándido sin vacilar. Su padre, en cambio, sí tembló en ocasiones. En 1959 tuvo que agarrotar a Pilar Prades, la envenenadora de Valencia, cuando esta apenas era una chiquilla. Se le acusaba de haber asesinado con matahormigas a Adela Pascual, dueña de una chacinería, en cuya casa servía de doméstica. López Sierra se negaba a ejecutar a la mujer. Estaba previsto que el ajusticiamiento se hiciera a las seis de la mañana, pero se retrasó un par de horas a la espera de un indulto que nunca llegó. A la hora de la verdad tuvieron que arrastrar hasta el patíbulo al verdugo, que para entonces estaba ya borracho. Al llegar a casa, Cándido recuerda una confesión de su padre, aún muy impactado: "Es lo más tremendo que he hecho en mi puta vida. Peor que matar a 100 hombres".

Esa imagen contrasta con el perfil que dibujan otros que le contemplaron dar muerte. El primer reo ejecutado por López Sierra fue Ramón Oliva Márquez, El Monchito. Un psiquiatra asistió para elaborar un informe que reveló el carácter infantiloide del condenado por el asesinato de Juana Arribas García, de 42 años. Ese mismo día había Consejo de Ministros y se esperaba también el indulto. Hubo un ruido que la gente identificó con el tubo de escape de una moto que llegaba con el telegrama, pero El Monchito advirtió que se trataba de una cañería rota. López Sierra, a continuación, manejó con poca pericia el garrote. La muerte se alargó angustiosamente más de 20 minutos y el psiquiatra dijo que la actitud del verdugo fue parecida a la de Manolete ante un toro muerto en Las Ventas, como si estuviese brindando la pieza.

Este salvaje procedimiento acabó una vez muerto Franco. La pena capital se abolió al llegar la democracia. López Sierra asimiló entonces el oficio de su esposa y se convirtió en el portero de un edificio de la calle de Monteleón, en el barrio de Malasaña (Madrid). La familia se instaló en el bajo. El exverdugo tiraba las bolsas de basura, recibía el correo. Ocultó a casi todo el mundo su antiguo oficio, excepto a un asturiano propietario de una taberna al que con el tiempo regaló un encendedor Zippo que el hombre aún conserva. Se sinceró también con el dueño de la finca, quien guarda un buen recuerdo de él: "Fue siempre un hombre muy correcto. Me dijo que me contaba su secreto antes de que me enterase por otra gente. Sencillamente, fue un señor al que le tocó hacer lo que tenía que hacer en su tiempo".

Una vez que murió López Sierra en 1986 y cuando años más tarde ocurrió lo mismo con su esposa, Cándido, un hijo de vida desordenada, rebelde, se quedó a vivir en la portería. Las quejas de los vecinos fueron constantes por su comportamiento, hasta que hace seis años lo desalojaron tras varias advertencias.

No resulta sencillo cuadrar las fechas en la biografía de Cándido. Tuvo que buscarse otra forma de ganarse la vida. Fue camarero. Estuvo casado y tuvo una hija, con la que apenas tiene trato. Se separó. Su vida fue cuesta abajo. Durmió seis meses en la calle hasta que hace dos la Comunidad de Madrid lo alojó en una pensión de la plaza de Tirso de Molina. Se alimenta en un comedor social y recibe ropa de las monjas. Pasa las mañanas en un centro de día para gente sin techo, y las tardes, de bar en bar junto a la glorieta de Bilbao. "Nunca me verás pedir limosna", dice dejando traslucir una muestra de orgullo, ese mismo que muestra cuando baila agarrado a alguna mujer en la pista de las salas de fiestas o cuando se encara a las cámaras de fotos con gesto desafiante.

Conserva unas instantáneas de su padre, su pasaporte, documentación, una nómina. Como si fueran reliquias. Todo eso lo guarda en su apartamento el tabernero asturiano, un amigo inseparable de López Sierra en su día y del hijo de este hoy. Con ese material y más recuerdos que se guarda para sí quiere publicar un libro. Su hermana se ha desentendido de todo. No quiere saber nada del asunto. Abomina del oficio que tuvo su padre. Pero Cándido está convencido de la necesidad de rescatar su recuerdo. ¿Tendría algo que decirle a los hijos de algún ejecutado? "No. Mi viejo no dictaba sentencias, eso lo hacían los jueces. No tengo que pedir perdón a nadie".

Cándido cree recordar que cuando murió su padre, estando él en Ibiza, un familiar quemó el manuscrito de una autobiografía que había escrito López Sierra con la ayuda de un periodista. En esa hoguera ardió una parte, aunque fuese pequeña, de la historia criminal y judicial del franquismo. El que quiera llegar a conocer las entrañas del último verdugo español tendrá que indagar entre humo.

El verdugo andaluz que fue su maestro se llamaba Sánchez Bascuñana (Carrión de los Céspedes, Sevilla, 1905). Vivía en un patio de naranjos y cipreses del barrio del Albaicín de Granada. Fue el verdugo titular de la Audiencia de Sevilla entre 1949 y 1972, el año de su muerte. Dejó huérfana a una niña de cuatro años. La madre de la pequeña se murió seis años después. Se quedó a los diez años a cargo de unas tías que la ingresaron en un internado. Desde siempre pensó que su padre era guardia civil (lo había sido con anterioridad). Tenía recuerdos borrosos de jugar en su regazo, de su sombrero de ala, la pajarita, de su espíritu místico. Se había construido una imagen ideal de él. De adolescente discutió con una de sus tías y esta le soltó: "Eres tan criminal como tu padre".

Con esa frase retumbando dentro de ella, Inés Sánchez, como se llama esa niña, consultó a un amigo de la familia. "Tu padre fue verdugo", le dijo, "y, de hecho, grabó una película". Pasó los siguientes años buscando esa cinta sin éxito. No había Internet y nadie que conocía recordaba el nombre del filme. Le atormentaba que el recuerdo que tenía sobre el hombre religioso, cariñoso, que conoció no fuese compatible con el oficio que tuvo. Descolgó el teléfono para contactar con un hermanastro, hijo de un primer matrimonio de su padre. "No quiero saber nada de eso. Lo tengo olvidado. No quiero que mis hijos sepan a qué se dedicaba su abuelo", le cortó en seco.

Sin la ayuda de su hermanastro, Inés descubrió al fin que esa película era Queridísimos verdugos, de Basilio Martín Patino. Este le facilitó una copia de un filme grabado en 1973 en la clandestinidad y exhibido en los cines cuatro años después, una vez acabada la dictadura. Su testimonio lo recogió en una muestra exhibida en un centro de exposiciones. Su padre aparece como un hombre amigo de payos y gitanos, que va saludando por la calle al que se cruza. Odia que le llamen verdugo: "Somos administradores de justicia. Yo no mato a nadie, lo mata la justicia".

Sánchez Bascuñana era un fiel creyente en la otra vida: "Son momentos graves (el de la ejecución), difíciles, tan graves, que yo envidio al que traspasa los umbrales de la eternidad. Dichosos los que nos quedamos, porque esta vida es un valle de lágrimas". Inés Sánchez, una vigilante de seguridad de 43 años, fue recabando más opiniones y anécdotas sobre gente que conoció a su padre, un tipo de misa diaria, impulsor de dos cofradías, rapsoda de versos bíblicos. "No me cuadraba que él se dedicara a eso, pero he descubierto que él sufría siendo verdugo y ese sufrimiento se lo llevó a la tumba", cuenta la hija de Bernardo. Ya le ha revelado el secreto familiar a un hijo adolescente y hará lo mismo con una hija pequeña cuando crezca un poco.

Con su identidad resuelta, Inés se siente más cómoda dentro de su piel: "No juzgo a mi padre. No soy nadie para hacerlo y quien lo haga es un hipócrita. Sé que era un hombre bueno. Yo estoy orgullosa de él, es historia de España. Es miserable esconderlo". Bernardo Sánchez colocaba siempre una capucha al condenado para que su rostro no fuese lo último que viese antes de cerrar los ojos. El verdugo le pedía que rezara el credo y ponía en marcha el mecanismo del garrote en medio de la oración. "Todos somos reos o verdugos aún hoy. Así es este mundo", apuntilla su hija Inés.

FUENTE: EL PAÍS (Juan Diego Quesada, 27 NOVIEMBRE 2011)

UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO: 75 AÑOS DE VIDA

Artículos sobre la conmemoración de los 75 años de vida de la Universidad del País Vasco:

- Artículo de Ania Elorza en EL PAÍS (1 DICIEMBRE 2011): TODO UN FUTURO FORJADO EN APENAS 60 DÍAS

- Artículo de opinión de Mikel Aizpuru en EL PAÍS (1 DICIEMBRE 2011): LA UNIVERSIDAD VASCA, REFLEJO DE LA REALIDAD DEL PAÍS.


- Isabel Celáa, consejera de Educación, Universidades e Investigación, en el DIARIO VASCO (2  DICIEMBRE 2011): 75 AÑOS DE UNIVERSIDAD.

- Artículo de Luis López en el DIARIO VASCO (2 DICIEMBRE 2011): VISIONARIOS 75 AÑOS DESPUÉS

EN TORNO AL VALLE DE LOS CAÍDOS

Artículos en presna sobre el tema:

- Editorial de EL PAIS (2 diciembre 2011): EL VALLE DE LA INFAMIA

- ARtículo de Jose María Calleja en EL PAÍS ( 2 diciembre 2011): PARQUE TEMÁTICO DEL FRANQUISMO

EL ROTO (EL PAÍS, 1 DICIEMBRE 2011)

EN LA CORTE DE ALFONSO X (1221-1284)


 Juan Diego grita a pleno pulmón. «¡Postraos ante vuestra majestad!». y la sala se gira, muda ante el torrente de voz del actor sevillano. Barba cuidada, otro tanto con la melena y regias vestimentas del siglo XIII. Se ha convertido en Alfonso X para 'Toledo', la nueva serie de época que rueda Antena 3 y que estrenará a comienzos de 2012.

La cadena tuvo que convencer a Juan Diego para que volviera a la televisión, porque tenía sus reticencias. «Hay que dosificar estas participaciones», advierte el actor, que acabó de convencerse cuando le explicaron que iba a interpretar al impulsor de la Escuela de Traductores de Toledo y que el proyecto nacía al amparo de la buena salud de las ficciones de época. «Alfonso X hizo un gran intento por fomentar la convivencia de las tres culturas y el conocimiento», explica 'su majestad'. Porque la capital manchega reflejaba la frágil paz que existía entre los seguidores de las grandes religiones monoteístas. «Se podía propagar cualquier rumor que ponía en peligro la paz». Pero el personaje tiene más aristas. «Tampoco hay que olvidar que fue un guerrero y que tuvo mujeres por todas partes», explica el actor entre risas.

'Toledo' arranca cuando Alfonso X, después de fijar las fronteras cristianas, firma la paz con los musulmanes dirigidos por Abu Bark (Daniel Holguín). Su objetivo es que los cristianos, los seguidores de Mahoma y los sefardíes de la ciudad -representados por Abraham (Álex Angulo)- puedan vivir en paz. Con el rey vuelve su fiel vasallo Rodrigo (Eduard Farelo), que se ha pasado toda la vida batallando. Tendrá que cambiar de rol y aprender a perdonar, ya que Abu Bark mató a su mujer y a su primogénito. Con él regresan sus otros dos hijos, Martín y Blanca, interpretados por Maxi Iglesias y Bea Vallba.

Don Rodrigo, desde su puesto de magistrado real, deberá mantener el equilibrio de poderes entre las tres comunidades y evitar al conde de Miranda (interpretado por Fernando Cayo), que ocupaba su puesto antes de que se lo arrebatara el rey.

«Ahora el vasallo soy yo»

«Miranda es fantástico. Es el antagonista brutal de Rodrigo, pero también es un tipo muy inteligente», explicó ayer, en la presentación de la serie, Fernando Cayo. «Solo tiene un punto débil, su hijo Humberto. Es un tío calavera, que se mete en líos».

Cayo está encantado con este papel, que rompe con sus anteriores trabajos -fue el guardia civil de 'Punta escarlata' y es el anarquista de 'República' - y le permite recordar los viejos tiempos en los que formaba parte de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.

Además, vuelve a coincidir con Juan Diego en una producción, aunque con los papeles cambiados. «Ahora el vasallo soy yo», dice con una sonrisa, recordando sus papeles en la película '23-F', en el que él hacia de don Juan Carlos y Diego del general Armada. Cayo cuenta que se inspiró en el 'Enrique V' de Kenneth Branagh para construir su Miranda. «Hay personajes movidos por grandes pasiones. También he visto series como 'Los pilares de la tierra' o 'Juego de tronos'».

La serie se graba en una nave de Fuenlabrada (Madrid) y en exteriores como la localidad segoviana de Pedraza. El set de rodaje ha sido acondicionado durante meses, en los que los especialistas han trabajado manualmente en el suelo. En este afán para recrear el Toledo de hace ocho siglos, el equipo de decorados tardó tres meses en diseñar una puerta. Antena 3 confía en que esta pueda ser su gran apuesta de ficción para el próximo año.

FUENTE: DIARIO VASCO (Daniel Roldán), 1 DICIEMBRE de 2011

VOCES DE LAS VÍCTIMAS DE LA DICTADURA



Iñaki Egaña presenta 'Franquismo en Euskal Herria. La solución final'. El presidente de la Fundación Euskal Memoria ha escrito una crónica sociopolítica del régimen de Franco

«Lo que conocemos no es más que una parte. Éste es un punto de partida, hay mucho que hacer todavía». Con estas palabras inició ayer el historiador donostiarra y presidente de Euskal Memoria, Iñaki Egaña, la presentación de su nuevo libro 'Franquismo en Euskal Herria. La solución final', en la Casa de la Paz de Aiete. Lo hizo acompañado por Paco Etxeberria, médico forense y presidente de Aranzadi, y Juan Joxe Agirre, responsable del emblemático y prestigioso archivo de los Benedictinos de Lazkao. A su lado se sentaron, además, tres víctimas de la dictadura cuyas historias se recogen en la obra: Rosa Larrañaga, hija de un fusilado y evacuada de niña a Rusia; Marcelo Usabiaga, maqui encarcelado durante veinte años, y Txomin Letamendi, torturado en la última década del franquismo, y a su vez hijo de un dirigente del PNV exiliado a Venezuela y que tras volver a Euskadi murió en 1950 por las torturas a las que fue sometido.

Egaña agradeció su presencia, al igual que al numeroso público que abarrotó la sala Gandhi, y entre los que había afectados por el franquismo, historiadores y miembros de la fundación. El autor recalcó que el estar en el Palacio de Aiete, lugar de veraneo de Franco, demuestra que «con paciencia y voluntad somos capaces de dar la vuelta a la historia».

El libro supone una crónica sociopolítica del periodo comprendido entre 1936 hasta el inicio de la democracia. En sus casi mil páginas hay más de 1.500 fotografías, testimonios de víctimas, cuyas voces ponen fin a décadas de silencio, documentos inéditos, una base de datos con listas de fusilados y muertos en la Guerra Civil y de adultos y niños exiliados al extranjero, y una exhaustiva cronología con los hechos más relevantes. Se tratan temas como el «programa» del régimen franquista para «regenerar España», el sufrimiento de los 14.000 vascos encarcelados en esos años, la práctica de las torturas, los casos de delación, el exilio, la censura, la miseria económica, el papel de la Iglesia, los honores rendidos a Franco por las autoridades del País Vasco y sus visitas a San Sebastián, el robo de bebés, la prohibición del euskera y el papel del Tribunal de Orden Público.

El presidente de Euskal Memoria afirmó que en su obra ha recogido historias personales, documentos y datos en los que aparecen personalidades públicas, pero también gente anónima, «para hacer ver que «todos somos protagonistas de la historia y la hacemos entre todos». Mostró su esperanza en que antes de cuatro años salga a la luz una segunda parte de esta obra.

«Imparciales, no neutrales»

El presidente de Aranzadi, por su parte, elogió esta publicación y subrayó que «tenemos que ser objetivos e imparciales, pero la imparcialidad no es neutralidad, y no podemos ser neutrales». «Hay que investigar más el franquismo, que no fue un régimen sino una dictadura, y no tanto la guerra civil», manifestó.

Por último, Juan Joxe Agirre recordó el origen de su archivo, una pieza clave para conocer los años del franquismo y de los primeros años de la democracia, y su difícil labor al desarrollarse de una forma clandestina y con muchas dificultades para poder recibir y estudiar textos prohibidos. Remarcó la importancia de «recopilar y guardar todos los documentos, ya sean papelitos, panfletos o pegatinas, para que podamos hacer nuestra historia».


FUENTE: DIARIO VASCO (Antton Iparraguirre), 1 DICIEMBRE 2011