LARGO CABALLERO, UN RESCATE ESPINOSO

Francisco Largo Caballero, durante un mitin en la plaza de Las Ventas el 5 de abril de 1936. / EFE

En él pudo más el tesón que la quimera, aunque ambas características han sido elegidas por el historiador Julio Aróstegui (Granada, 1939) para definir a vuelapluma, desde la portada de su último libro, a uno de los socialistas más influyentes del siglo XX. Largo Caballero(Debate), que se publica el próximo jueves 17, es sin duda la biografía más exhaustiva —ronda el millar de páginas— del personaje que pasó a la posteridad como el Lenin español, título que él desdeñaba como una “estupidez” y que su biógrafo desmonta: “Este apelativo apareció en 1933, no se sabe de dónde. Largo Caballero estaba convencido de que salió de filas comunistas o de representantes vinculados al comunismo de su propio partido. Siempre fue contrario a que le aclamasen así”.

Ese gran desconocido que es hoy Largo Caballero asistió en primera línea a los acontecimientos esenciales del siglo XX (dictadura de Primo de Rivera, caída de la monarquía, Segunda República, Guerra Civil y Segunda Guerra Mundial). Y no de cualquier manera: fue un preso en los campos nazis, un exiliado republicano en Francia, un presidente de Gobierno en un país en guerra, el primer socialista ministro de Trabajo, el líder de masas que mejor conectó con los sueños obreros, un sindicalista pragmático que a veces creyó en la revolución sin paliativos y a veces en el reformismo, un estuquista concienciado y sin instrucción... el único hijo de una criada y un carpintero que se divorciaron antes de que el bebé cumpliese dos años.

Para dibujar el poliédrico retrato, Aróstegui ha dispuesto por vez primera de la valiosa documentación del exilio acumulada por Rodolfo Llopis, amigo y correligionario, para escribir una biografía del sindicalista que nunca llegó a buen puerto. Gracias a las cartas y otros escritos, el historiador ha constatado la reconciliación —también ideológica— entre Indalecio Prieto y Largo Caballero en el exilio. “Una de las mayores satisfacciones de mi vida política”, escribió Prieto en mayo de 1946 sobre su otrora adversario, “la ha constituido mi absoluta coincidencia con él sobre el problema español, coincidencia que se operó sin haber cambiado entre nosotros media palabra, y que abarcó no solo lo fundamental sino detalles secundarios”.

 “La Historia no ha sido nunca complaciente con él. Pero es más notable aún, claro, que no ha sido nunca justa”, plantea Aróstegui, catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense. En su opinión, solo Juan Negrín le arrebata el triste título de dirigente republicano más vilipendiado.

Nació el 15 de octubre de 1869 en una humilde buhardilla de Chamberí, en Madrid, y murió, también rodeado de modestia, en un barrio de París en marzo de 1946. Nada, en su origen, invitaba a presagiar el protagonismo que alcanzaría en el sindicalismo, en la política y en las instituciones españolas. Nada, excepto los años que le tocaron, con su desmoronamiento de un viejo régimen y la llegada de uno nuevo por el que se abrían paso a codazos los menesterosos de antes. Un mundo distinto que fue un suspiro de la Historia y, en su caída, arrastró a Largo Caballero y a quienes como él habían encarnado el cambio. “Representó las grandezas y miserias de la época dorada del movimiento reivindicativo del proletariado que comenzó su historia en el siglo XIX”, señala su biógrafo.

En la vorágine de acontecimientos, Largo Caballero estuvo al frente. No siempre opinando lo mismo. Defendió la colaboración con la dictadura de Primo de Rivera —se toleró al ugetismo y al socialismo, se perseguían cenetistas y comunistas— porque creyó que beneficiaría a su causa obrera, contra el criterio de Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos.

A partir de 1928 se alejó y, poco después, se sumó al comité revolucionario que propugnaba el derrocamiento de la monarquía, aunque con miramientos. “Largo Caballero se opuso a la violencia en cualquier forma al tomar el poder y cuando Prieto dijo de bombardear el Palacio Real se opuso, sobre todo si les pasaba algo ‘a las chicas’, las infantas”, escribe Aróstegui citando a Niceto Alcalá Zamora, futuro presidente de la República y miembro del comité.

Las divergencias por la relación con la dictadura de Primo causaron la primera brecha en el socialismo. El papel que debían jugar en la aventura republicana las agrandó, “trajo consigo como efecto directo y perverso la culminación de una honda ruptura”. Aunque lo peor estaba por llegar: “En 1935 se abriría la fosa insalvable entre Prieto y Caballero. Y ese sí que sería el principio del fin”.

Al comienzo de la República —cima de la historia del socialismo; luego vendrían Felipe González y el cambio de 1982—, Caballero era un líder carismático , enfrentado a un Julián Besteiro disidente, contrario a implicarse con los republicanos. El secretario general de UGT se convirtió en un hiperactivo ministro de Trabajo, que en dos años dictó normas que regulaban los contratos, la protección de la maternidad, los accidentes de trabajo, la jornada laboral —se limitó a ocho horas—, las cooperativas o el empleo agrario. Enfrente se situaron la patronal, los propietarios agrícolas, los anarquistas y la oposición parlamentaria, aunque él la reivindicaba como “la obra de un socialista, no la obra socialista”. A pesar de que no se cumplió o se derogó en buena parte, Aróstegui señala que su legislación “marcó el paso a la creación de un verdadero Derecho del Trabajo”.

Tras la salida socialista del Gobierno, radicalizó su discurso. “Hoy estoy convencido de que realizar obra socialista dentro de una democracia burguesa es imposible”, dirá en un acto en 1933. Es cuando se forja el apelativo de Lenin y su fama de variable. “Fue poliédrico, incluso contradictorio, pero no tuvo otro objetivo que la transformación de la clase obrera”, plantea su biógrafo. En esos días radicales abraza una de las dos quimeras que, según el historiador, persigue erróneamente en su larga vida pública: la insurrección de 1934. “La otra fue querer luchar contra los comunistas en la guerra”, afirma.

Con los sublevados soplando sobre Madrid, asumió la presidencia del Gobierno en septiembre de 1936. Tenía 66 años y, según Portela Valladares, “angosto e intolerable pensamiento”. Nombró un gabinete de concentración “con un objetivo: derrotar al fascismo”. Recobró parte del poder central perdido y reconstruyó el Ejército, pero le pasaron factura el abandono de Madrid por parte del Gobierno y la oposición a la intromisión soviética en las operaciones militares. Su proyecto, según Aróstegui, fue “una amalgama de certeras intuiciones y de errores en su realización”. En el exilio aún le aguardarían experiencias más crudas. Tras ser detenido en Francia, fue recluido en el campo alemán de Sachsenhausen, dos años. “Cuando volvió a París”, afirma su biógrafo, “era otro hombre, más comprensivo y tolerante”.

FUENTE: EL PAIS (Tereixa Constenla) 15 ENERO 2013

LA ARBOLEDA MINERA (Ezagutu Bizkaia)



 Reportaje sobre este pueblo minero.

 A partir del minuto 9:20, visita a casas mineras, una de ellas restaurada. Y el segundo video, entero. Para "visualizar" el texto de EL INTRUSO de Blasco Ibáñez y el de LA LUCHA DE CLASES.

LA POBLACIÓN DE URDAIBAI DESCIENDE DE LOS MORADORES DE SANTIMAMIÑE

Restos de una mandíbula de 'homo sapiens' hallados en la cueva de Santimamiñe.

El grupo BIOMICs de la Universidad de País Vasco ha realizado un estudio genético que permite sostener la hipótesis de que los actuales habitantes de la comarca de Urdaibai son descendientes de los moradores de la cueva de Santimamiñe, que vivieron hace unos 4.000 años.

La comparación del ADN extraído de la mandíbula de un homo sapiens que habitó en Santimamiñe y de otros 6 restos óseos hallados en la misma cueva, con el ADN de 158 personas que residen en Urdaibai ha mostrado que la población actual presenta linajes maternos muy similares a los de los restos arqueológicos.

Aunque esta alta correspondencia genética con tiempos tan remotos, explican los investigadores,  pueda parecer sorprendente, desde finales del siglo pasado existían ya diversas investigaciones internacionales que aportaban fuertes indicios sobre la gran antigüedad de los linajes maternos de la población vasca, que indicaban que bien podrían remontarse a épocas paleolíticas en algunas zonas.

Sin embargo, hasta la fecha no se disponía de ninguna prueba concluyente de la continuidad genética entre aquellos pobladores y los individuos autóctonos que actualmente habitan las inmediaciones de dichos territorios. El estudio de la UPV confirma las hipótesis sostenidas por las investigaciones anteriores.

El grupo BIOMICs inicio del estudio hace más de dos años en colaboración con la Asociación de Arqueología AGIRI,  que facilitó los datos sobre los restos óseos de un homínido encontrados en unas excavaciones realizadas en la cueva de Santimamiñe. La investigación para descifrar el ADN mitocondrial de los restos contó con el apoyo de genetistas de la Universidad de Estrasburgo.

La segunda fase de la investigación consistió en comparar los resultados del ADN de los restos óseos con el de los actuales habitantes de Urdaibai. Este proceso se inició la primavera pasada con la toma de muestras de saliva de 158 personas pertenecientes a familias radicadas en Urdaibai.

La población de la comarca de Urdaibai se caracteriza por haberse mantenido relativamente estable en la zona a lo largo del tiempo lo que le permite contar con una alta concentración de linajes antiguos como era de esperar basado en hechos como el mantenimiento de apellidos originarios de la zona o en el de compartir expresiones y giros idiomáticos característicos del lugar que ya indicaban la larga presencia de generaciones pasadas en dicho entorno.

Los investigadores tratarán de ampliar el estudio a otras zonas del País Vasco donde existan yacimientos sepulcrales datados en la misma época o posteriores, para ampliar los conocimientos sobre las características de la población vasca.

FUENTE: EL PAÍS (11 enero 2013)

CASAS VIEJAS: OCHENTA AÑOS DESPUÉS (Julián Casanova)

Forenses y periodistas, ante los cadáveres de Casas Viejas en enero de 1933.

Cuando llegó la República, el 14 de abril de 1931, la CNT apenas tenía veinte años de historia. Era el único sindicalismo revolucionario y anarquista, de acción directa, independiente de los partidos políticos,  que quedaba ya en Europa. Aunque muchos identificaban a esa organización con la violencia y el terrorismo, en realidad eso no era lo más significativo ni más sorprendente de su corta historia. El mito y la realidad de la CNT se había forjado por otros caminos, por el de las luchas obreras y campesinas, un sindicalismo eficaz que ganaba conflictos a patronos intransigentes con los trabajadores.

La CNT mantuvo relaciones muy difíciles con la República. Aprovechó las libertades y esperanzas de los primeros momentos para fortalecer la organización. Pero la luna de miel con la República duró poco. La República llegó a España en medio de una crisis económica internacional sin precedentes y aunque los factores económicos, como han mostrado los especialistas, no determinaron su trágico final, sí que complicaron el gobierno y la puesta en marcha de las reformas. La lucha por el control del trabajo disponible, por el reparto del espacio sindical, y la confrontación en torno a los jurados mixtos, el entramado corporativo propuesto por Francisco Largo Caballero desde el Ministerio de Trabajo, constituyeron los hilos conductores básicos de la agitación anarquista, de las huelgas planteadas y de los duros enfrentamientos entre los dos sindicalismos, el de la UGT y el de la CNT, ya arraigados entre las clases trabajadoras.

Las movilizaciones anarquistas, y los conflictos en el campo y en las ciudades, ofrecieron muy pronto la oportunidad de comprobar que las fuerzas del orden, en especial la Guardia Civil, actuaban con la misma brutalidad que con la Monarquía. En el primer año de la República hubo decenas de conflictos que se extendieron por áreas de latifundio, como Badajoz, o por zonas de pequeña propiedad y de aparente calma, como en Arnedo (La Rioja) y Épila (Zaragoza), que provocaron abundantes muertos, resultado casi siempre de choques con la Guardia Civil, que disparaba a concentraciones y manifestaciones de trabajadores ante la pasividad de algunas autoridades gubernativas.

El sector más puro del anarquismo encontró en los muertos y la represión un resorte para la movilización contra la República. Y fue a partir de enero de 1932, tras los sucesos de Arnedo, que dejaron once muertos, cuando esa retórica sobre el derramamiento de “sangre proletaria” se incorporó a los medios de difusión anarquista. De la protesta se pasó a la insurrección. Tres tentativas de rebeldía armada en apenas dos años, incitadas por militantes anarquistas y que contaron con algún apoyo obrero y campesino.

Miembros de la comisión parlamentaria, en Casas Viejas.

Lo que sucedió en enero de 1933 tuvo consecuencias políticas de largo alcance. El día 8 de ese mes, el Comité Regional de Defensa de Cataluña provocó una insurrección que se extendió, con poco éxito, por algunos pueblos del País Valenciano y Aragón. Cuando ya estaba sofocada,  comenzaron a llegar las noticias de disturbios en la provincia de Cádiz. El 10 de enero, el capitán Manuel Rojas recibió la orden de trasladarse desde Madrid a Jerez con su compañía de asalto para poner fin a la rebeldía anarquista. Pasaron la noche en el tren. Cuando llegaron a Jerez, la línea telefónica había sido cortada en Casas Viejas, una población de apenas dos mil habitantes a diecinueve kilómetros de Medina Sidonia. Grupos de campesinos afiliados a la CNT tomaron posiciones en el pueblo la madrugada del 11 de enero, siguiendo las instrucciones de los preparativos que se habían hecho por anarquistas de la comarca de Jerez, y cercaron con algunas pistolas y escopetas el cuartel de la guardia civil. Tres guardias y un sargento estaban dentro. Tras un intercambio de disparos, el sargento y otro guardia resultaron gravemente heridos. El primero murió al día siguiente; el segundo, unos días después.

A las dos de la tarde de ese 11 de enero, doce guardias al mando del sargento Anarte llegaron a Casas Viejas. Liberaron a los dos compañeros que quedaban en el cuartel y ocuparon el pueblo. Muchos campesinos, temerosos de las represalias, huyeron. El resto se había encerrado en sus casas. Unas horas después, cuatro guardias civiles más y doce de asalto, mandados por el teniente Fernández Artal, se unieron a los que ya habían controlado la situación. Con la ayuda de los dos guardias que conocían a los vecinos del pueblo, el teniente comenzó la búsqueda de los rebeldes. Cogieron a dos y los golpearon hasta que señalaron a la familia de Francisco Cruz Gutiérrez,Seisdedos, un carbonero de setenta y dos años que acudía de vez en cuando al sindicato de la CNT pero que no había participado en la insurrección. Sí que lo habían hecho dos de sus hijos y su yerno que se refugiaron, tras el cerco del cuartel, en su casa, una choza de barro y piedra muy delgada.

El teniente ordenó que forzaran la puerta de la choza. Respondieron con disparos desde dentro y un guardia de asalto cayó muerto. A las diez de la noche llegaron refuerzos con granadas, rifles y una ametralladora. Empezaron el asalto con poco éxito. Unas horas después, se les unió el capitán Rojas, con cuarenta guardias de asalto, a quien Arturo Menéndez, director general de Seguridad, había ordenado se trasladara desde Jerez a Casas Viejas para acabar con la insurrección y "abrir fuego sin piedad contra todos los que dispararan contra las tropas".

Rojas mandó incendiar la choza. En ese momento, algunos de sus ocupantes ya estaban muertos por las balas de los rifles y las ametralladoras. Dos fueron acribillados cuando salían huyendo del fuego. María Silva Cruz, La Libertaria, nieta de Seisdedos, salvó la vida al llevar un niño en  brazos. Ocho muertos fue el saldo; seis de ellos quedaron calcinados dentro de la choza, entre quienes se encontraban Seisdedos, dos de sus hijos, su yerno y su nuera. Amanecía un nuevo día, 12 de enero de 1933.

Rojas envió un telegrama al director general de Seguridad: "Dos muertos. El resto de los revolucionarios atrapados en las llamas". Le informaba también que continuaría con la búsqueda de los dirigentes del movimiento. Envió a tres patrullas a registrar las casas, acompañados por los dos guardias del cuartel de Casas Viejas. Nada más empezar, mataron a un viejo de setenta y cinco años que gritaba "¡No disparéis! ¡Yo no soy anarquista!". Apresaron a otros doce, de los cuales sólo uno había tomado parte en el levantamiento. Esposados, los arrastraron hasta la choza de Seisdedos. El capitán Rojas, que había estado bebiendo coñac en la taberna, empezó el tiroteo, seguido por otros guardias. Asesinaron a los doce. Poco después, abandonaron el pueblo. La masacre había concluido. Diecinueve hombre, dos mujeres y un niño murieron. Tres guardias corrieron la misma suerte. La verdad de los hechos tardó en conocerse, porque las primeras versiones situaban a todos los campesinos muertos en el asalto a la choza de Seisdedos, pero la Segunda República ya tenía su tragedia.

Decenas de campesinos fueron arrestados y torturados. El Gobierno, dispuesto a sobrevivir al acoso que desde la izquierda y la derecha emprendieron contra él por la excesiva crueldad con la que se había reprimido el levantamiento, eludió responsabilidades. "No se encontrará un atisbo de responsabilidad para el Gobierno", declaró su presidente, Manuel Azaña, en el discurso a las Cortes del 2 de febrero de ese año. "En Casas Viejas no ha ocurrido, que sepamos, sino lo que tenía que ocurrir”. Frente a "un conflicto de rebeldía a mano armada contra la sociedad y el Estado", él no tenía otra receta, les repitió varias veces a los diputados, aunque se corriera el riesgo de que algún agente del orden pudiera excederse "en el cometido de sus funciones". En cualquier caso, dijo ante el mismo escenario el 2 de marzo, en la política social del gobierno no estaban los orígenes de esas rebeliones contra el Estado, contra la República y contra el orden social: "Nosotros, este Gobierno, cualquier Gobierno, ¿hemos sembrado en España el anarquismo? (…) ¿Hemos amparado de alguna manera los manejos de los agitadores que van sembrando por los pueblos este lema del comunismo libertario?".

Pese a que algunos periódicos como ABC  aplaudieron inicialmente el castigo dado a los revolucionarios, la animadversión desde las fuerzas de la derecha al Gobierno creció a palmos a partir de ese momento. La CNT, que lo único que sacó de aquellos hechos fueron más mártires para la causa, quedó muy dividida y debilitada, pero el gobierno republicano-socialista acabó desprestigiado y herido de muerte.

La oposición de la CNT privó a la República de un apoyo social fundamental. El radicalismo anarquista, no obstante, aunque contribuyó a extender la cultura del enfrentamiento, no fue el único movimiento, ni el más potente, que obstaculizó la consolidación de la República y de su proyecto reformista. Los grupos dominantes desplazados de las instituciones políticas con la llegada de la República reaccionaron muy pronto. En Casas Viejas, la brutalidad  de los mecanismos de represión del Estado quedó al desnudo. Los gobiernos republicanos no supieron, o no pudieron, adaptar la administración de las fuerzas de orden público a un régimen democrático. Y vista así la historia, no es casualidad que el  golpe de muerte a la República se lo dieran, en julio de 1936, desde dentro, desde el propio seno de sus mecanismos de defensa.

Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza.

FUENTE: EL PAÍS 10 ENERO 2013

LOS NAZIS ESTUVIERON AQUÍ



Los nazis aún imponen. 

Nos impresionan las fotografías de Heinrich Himmler, el comandante en jefe de las SS, en la plaza Gipuzkoa, que ya mostró Ramón Barea en el libro 'Gipuzkoa, 1940'. 

Nos impresionan las imágenes en movimiento inéditas que visionamos ahora en la sede de la productora donostiarra esRec, aunque se trate de escenas plácidas, cercanas, de tropas nazis de fiesta en el consulado italiano de Biarritz, o de un soldado alemán cogiendo florecitas en el campo junto a la que acaso sea su novia.

Impresionan por la carga simbólica del nazismo como ejemplo de lo peor de la especie humana, pero también porque se sitúan aquí mismo o muy cerca. «La gente sigue teniendo en la cabeza que los nazis llegaron hasta París -nos comenta Alfonso Andrés-, pero olvida que ocuparon Iparralde, que venían de veraneo a Lekeitio y que no era raro verles pasear por la Concha».

Mira este enlace de EL DIARIO VASCO.

FUENTE: DIARIO VASCO 6 ENERO 2013