EXCLUSIÓN Y ALTERNANCIA EN LA POLÍTICA (Andres de Blas)

José Varela Ortega acaba de publicar un brillante ensayo, Los señores del poder, sobre las características más sobresalientes de nuestro personal político y de la cultura política española desde la guerra de Independencia al último Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.

Uno de los aspectos centrales del libro es la percepción acerca de los mecanismos de alternancia en la política española a lo largo de los siglos XIX y XX. José Varela Ortega identifica con razón el mecanismo puesto en marcha por Cánovas del Castillo como el expediente que permitió solventar esa alternancia a lo largo de la Restauración. Contra unas prácticas políticas anteriores basadas en el predominio de la exclusión y que empujaron a la práctica de los pronunciamientos, las inhibiciones parlamentarias y las revoluciones como modo de obtener el poder por los situados en la oposición, Cánovas concibió un sistema de turno entre el partido conservador y liberal, herederos, respectivamente, del ánimo conciliador de la Unión Liberal y del espíritu de la Gloriosa de 1868.

Este turno descansaría, y esta será su gran limitación, no en el papel arbitral del sufragio, sino en el protagonismo de una Corona atenta a los procesos de división interna en el seno de los partidos y a los movimientos de impaciencia de la oposición para proceder a los cambios de Gobierno. Un mecanismo que, en todo caso, y este es su máximo activo, sustraerá a la política española de “las cuadras de los cuarteles” entre los años 1876 a 1923, con la activa contribución de un rey-soldado, elevado por Cánovas a la categoría de cotitular de la soberanía.

El régimen de la Restauración consiguió establecer un orden liberal, con lo sustancial de sus activos políticos, no siempre reconocidos por sus numerosos y pocas veces ponderados detractores, pero fracasó en su intento de evolucionar desde él a un orden liberal-democrático demandado por una sociedad sometida a un notable proceso de modernización en el primer tercio del siglo XX. Las demandas planteadas por una nueva sociedad española y, en concreto, por el movimiento obrero, los movimientos regionalistas y las urgencias democratizadoras planteadas por una nueva clase media, no encontraron adecuada respuesta en un régimen desbordado por los nuevos tiempos. La reacción autoritaria a ese desbordamiento protagonizada por Primo de Rivera será el momento anterior al establecimiento de la democracia con la Segunda República.

El esperanzador ánimo reformista de la nueva democracia española, visible entre otros terrenos en sus proyectos de reforma agraria, de la educación, de la planta política del Estado, de la legislación social y de trabajo y de la organización del Ejército, vendrá acompañado, sin embargo, por la erosión de una cultura política liberal. Se traduciría ello en la pérdida de vigencia de un mecanismo de alternancia que los políticos republicanos identificaron con el cortejo de oligarquía y caciquismo que le había acompañado a lo largo de la Restauración. De alguna manera, con la superación de tan negativo acompañamiento, se llevó a cabo el abandono de una práctica de alternancia en el poder que tanto esfuerzo había costado aprender a nuestros empresarios de la política.

A partir de 1931, señala Varela Ortega, se estableció una política de exclusión a favor de los “verdaderos republicanos”, fundamentalmente, los controladores del poder de 1931 a 1933 y, posteriormente, en 1936, que impidió centrar el régimen y posibilitar un acceso al mismo por parte de una derecha poco dispuesta a esa integración. Los trabajos llevados a cabo por Niceto Alcalá Zamora, Alejandro Lerroux, Diego Martínez Barrio o Miguel Maura en este sentido habrían de resultar estériles ante la creencia en una legitimidad republicana que iba más allá de la legitimidad derivada de la Constitución de 1931 y que entroncaba con el momento revolucionario que permitió el nacimiento de la República. Al nuevo exclusivismo propiciado por la alianza de republicanos de izquierda y socialistas, habría que añadir la obstinación de un amplio sector de la derecha, incapaz de aceptar el inevitable proceso de reformas demandado por el país a la altura de los años treinta.

El restablecimiento de la democracia en España después de la Constitución de 1978 tuvo en cuenta las lecciones de nuestra historia inmediata. Con independencia de las actitudes reticentes a la alternancia de algunos de los dirigentes políticos que se han sucedido desde entonces hasta el presente, el recurso al electorado a través de unas elecciones limpias ha resuelto uno de los problemas más serios de nuestra tradición liberal y liberal-democrática. Esto y la emergencia de una nueva opinión pública española, orientada al centro y favorable a un entendimiento, no siempre secundado por los partidos políticos y sus dirigentes, respecto a los grandes problemas con que se enfrenta la sociedad española en este inicio del siglo XXI.

El libro de Varela Ortega aborda otras cuestiones fundamentales de nuestra vida política contemporánea: los efectos de una guerra gloriosa pero profundamente dislocadora, como fue el conflicto 1808-1814; la tipología de nuestros pronunciamientos; el contramodelo que para la vida del segundo trecho de la Restauración y la Segunda República supuso la larga vida de la Tercera República Francesa; el fracaso del golpe del 18 de julio de 1936 y el consiguiente inicio de la Guerra Civil; los errores republicanos en su planteamiento de la defensa de la democracia; la lógica de la transición a la democracia desde la dictadura franquista; la polémica de la memoria histórica, etcétera. Pienso, con todo, que la reflexión sobre los mecanismos de alternancia y exclusión en nuestra vida política constituye el meollo de esta rica y oportuna revisión de nuestro pasado político inmediato.


Andrés de Blas Guerrero es catedrático de Teoría del Estado en la UNED.

FUENTE: EL PAÍS 23 MAYO 2013


EL MI6 (Servicio Secreto Ingles) SOBORNÓ A MILITARES ESPAÑOLES PARA QUE FRANCO NO ENTRARA EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL


El MI6, el servicio de espionaje británico, sobornó a generales españoles para que estos disuadieran a Franco de entrar en la Segunda Guerra Mundial del lado de Hitler. Documentos secretos ahora desclasificados revelan que se pagaron el equivalente a 200 millones de libras de hoy (235 millones de euros) que fueron a parar a militares del círculo del general Franco, armadores y varios agentes espías.
Esta información que ha publicado hoy el diario The Guardian en su web ha sido un asunto mencionado por algunos historiadores españoles pero ahora parece que por fin se muestran detalles inéditos. El historiador Jorge M. Reverte asegura que estos pagos se gestionaron "a través del empresario balear Juan March y que un agente inglés en la Embajada británica en Madrid era el intermediario". "March habló con generales importantes como Aranda y aunque simuló que el dinero lo ponía él, venía de los británicos" a través de bancos en Estados Unidos.

El dinero fue entregado a través de una cuenta en Nueva York de un banco suizo, según el diario británico, que sitúa como urdidor de la trama al embajador británico en Madrid, Samuel Hoare. Los documentos desclasificados muestran a un Hoare preocupado porque pensaba que era inminente la entrada española en la Segunda Guerra Mundial y que, por lo tanto, Franco abandonaría la neutralidad mostrada al inicio del conflicto.

En junio de 1940, nueve meses después de que Hitler hubiera empezado la guerra con la invasión de Polonia, Hoare pidió parte del dinero "sin retraso" al Foreign Office (Ministerio de Asuntos Exteriores) y añadía en su comunicación que si había dudas, se consultara al primer ministro, Winston Churchill, quien respondió posteriormente en un telegrama: "Sí, por supuesto".

"Que España entre o no en la guerra depende de la rapidez de nuestra acción", telegrafió Hoare en un aviso urgente al MI6 para que pagara sin demora a los agentes al servicio de los intereses británicos. "La situación es crucial. No puedo malgastar más tiempo en explicar nuestra posición en este asunto".

La tensión aumentó cuando en octubre de 1940 se produjo la célebre y fotografiada entrevista de Hitler y Franco en Hendaya. Hoare explica incluso que hubo partidas que se destinaron a detener a personas que intentaban conspirar y persuadir al dictador para que de una vez apoyara militarmente a Hitler. Entre los militares favorables a una España en la guerra mundial estaba el general Muñoz Grandes", señala Reverte. El historiador y escritor sostiene que un factor importante que tuvo en cuenta Franco fue el suministro de gasolina a una España recién salida de la guerra civil, en manos estadounidenses.

"Franco estuvo jugando hasta 1942 con esta posibilidad de entrar o no en la guerra hasta que se produjo el desembarco aliado en el norte de África. Entonces vio que no había opciones de ganar la guerra", asegura el historiador autor de obras como La batalla del Ebro y La división azul.

En una de las comunicaciones secretas de Hoare con el secretario de Relaciones Exteriores, Lord Halifax, se mencionan también varias reuniones de agentes británicos con republicanos y guerrilleros españoles para animarlos a una insurrección en el caso de que en España entraran tropas alemanas. Ese mensaje secreto termina con una indicación claro a Halifax: "Por favor, quema esta carta cuando la hayas leído".

Sin embargo, cuando los contactos con estos republicanos españoles (los rojos, como se les llama en los documentos) llegó a oídos de Winston Churchill, este mostró su preocupación así que instó al ministro de la Guerra, Hugh Dalton, a que interviniera para acabar con las reuniones.

Un espía vestido de mujer
Entre las historias novelescas de este asunto destaca la de oficial del MI6 Dudley Clarke, arrestado por la policía en Madrid en la Segunda Guerra Mundial cuando iba disfrazado de mujer. Clarke dijo a los agentes que era un periodista del diario The Times que quería escribir una novela sobre cómo reaccionaban los hombres al paso de las mujeres en la calle. Tan estrambótica historia mantiene el nivel cuando en el registro de los enseres de Clarke, este les dice a los policías españoles que la ropa de mujer de su maleta era para una señora de Gibraltar, pero que había decidido antes probársela él y que todo "era una broma". John Le Carré se quedaría boquiabierto al saber que la policía se maravilló con un rollo de papel higiénico que también llevaba Clarke y cuya suavidad y textura llevó a los agentes a someterlo a pruebas químicas. Finalmente, Clarke fue puesto en libertad pero sus superiores le mandaron rápidamente a Gibraltar. "Mantenedle vigilado y le mandáis en el próximo avión a Oriente Próximo", ordenaron al gobernador de Gibraltar y "si muestra signos de trastorno mental, lo mandáis a casa en el primer barco".

FUENTE: EL PAÍS 23 MAYO 2013