Hoy comenzamos en este correo de la Historia, que ya ha
cumplido su primer año, una serie de artículos que llegarán hasta el 9 de
septiembre. Todos ellos tendrán un mismo denominador común: estarán dedicados a
reconstruir los hechos históricos que tuvieron lugar, fundamentalmente, en
territorio alavés y guipuzcoano hace ahora doscientos años, y tratarán de
ofrecer información inédita, y de primera mano, sobre ellos.
La retirada hacia Francia a finales de 1813. Ilustración de Job para el "Napoléon" de Georges Montorgueil. Ejemplar de La colección Reding |
Ese objetivo es producto tanto de la mera inercia del
trabajo del historiador -se supone que eso, precisamente, es lo que debe de
hacer-, como del preocupante horizonte que plantea el modo en el que, según los
indicios disponibles, se ha decidido conmemorar alguno de los principales
hechos históricos de esa penúltima campaña de las guerras napoleónicas liderada
nada más, y tampoco nada menos, que por el general que acabará con Napoleón en
Waterloo: sir Arthur Wellesley, desde 1809 conocido como Lord
Wellington.
Para mí, quizás, habría sido más fácil pasar por alto un
hecho fundamental. A saber: que hoy mismo todo apunta a que, si no hacemos algo
para remediarlo, la conmemoración de esos hechos históricos no dejará un relato
históricamente válido.
Sólo para centrarnos en un único caso, el título
oficial de la conmemoración dirigida desde el Ayuntamiento de San Sebastián, y
el enfoque de la misma, resultan terriblemente reduccionistas, localistas -un
fallo que comparte con el otro gran hito de este bicentenario, la batalla de
Vitoria- y, por lo tanto, terriblemente empobrecedores de ese relato histórico
que, se supone, sería precisamente lo que deberían generar este tipo de
conmemoraciones.
El título oficial de ese evento es “Bicentenario 1813-2013.
200 años construyendo San Sebastián”. Una afirmación excesivamente neutra,
incluso aparentemente cándida vista desde el punto de vista del historiador
-que algo, se supone, podrá decir respecto a algo que, se supone, es una
conmemoraciónhistórica- y que no mejora mucho con la explicación que da el
programa oficial del Ayuntamiento de San Sebastián, donde se señala,
literalmente, que lo que se pretende conmemorar es “la quema, destrucción y
reconstrucción de Donostia/San Sebastián”. A lo que sólo se añade, para
contextualizar ese hecho histórico, que dicha “quema, destrucción y
reconstrucción” fue producto de “un trágico episodio de las Guerras
Napoleónicas” perpetrado por tropas aliadas anglo-portuguesas…
Si seguimos leyendo dicho programa descubriremos que,
básicamente, se pretende dar a conocer ese hecho, pero en ningún momento se
habla de aprovechar esta fecha redonda para realizar la trabajosa -y necesaria-
tarea de reconstruir aquellos hechos, ahondando en el conocimiento histórico de
los mismos.
Así las cosas, a fecha de hoy, y ya sólo con ese punto de
partida, entramos en un discurso histórico que, voluntariamente o no, deforma,
y aliena, el recuerdo de esos acontecimientos. Para empezar se aísla ese
hecho,“la quema, destrucción y reconstrucción de Donostia/San Sebastián”, del
contexto histórico que lo generó.
Es decir, de una importante campaña militar que, como nos
indica la obra clásica de José Gómez de Arteche, comienza el 26 de mayo de 1813
en Salamanca, donde se inicia una decidida marcha hacia el Norte con hitos como
Osma, San Millán, Subijana… que culmina en la batalla de Vitoria el 21 de junio
de 1813 y se remata -en territorio peninsular, ya que la última batalla se
libra en Tolouse en abril de 1814- con la de San Marcial el mismo 31 de agosto
en el que San Sebastián es tomada por las citadas tropas anglo-portuguesas.
Algo que sólo se logra después de vencer la obstinada resistencia del general
Rey, mantenida durante dos meses, y que hará pagar a esas tropas
anglo-portuguesas un altísimo saldo de bajas, que superan los dos mil efectivos
muertos ante la brecha por la que San Sebastián es tomada al asalto para
desalojar a las tropas napoleónicas acantonadas en ella.
Se nos priva así de saber que la ciudad es un punto clave,
estratégicamente hablando, en dicha campaña de la que depende en esos momentos
el destino de toda Europa. El mismo que se está jugando sobre una mesa de
negociaciones en Dresde, donde el emperador Napoleón se esfuerza por ocultar la
derrota de Vitoria y la pérdida, ya casi definitiva, de toda la Península, a
excepción de Pamplona y Cataluña.
Se nos priva así también con ese enfoque reduccionista de
saber que el objetivo inicial de esas tropas organizadas para batir a los
restos de la “Grande Armée” napoleónica en Portugal y España, era hacerse con
un recurso estratégico de primer orden, fundamental para que el ejército aliado
de España, Portugal y Gran Bretaña no sufriera un descalabro quizás definitivo.
También se nos priva así de considerar que el fin oficial y declarado de ese
ejército aliado -dejando aparte, de momento, desmanes aún por esclarecer- era,
tal y como lo esperaban sus habitantes, liberar una ciudad invadida, tomada por
un golpe de mano desde el año 1807, del mismo modo que, de acuerdo al designio
de Napoleón para apoderarse de España sin disparar un sólo tiro, se toman otras
plazas fuertes y depósitos militares estratégicos de esa monarquía.
Una ciudad, San Sebastián, que, partidarios de la causa
bonapartista aparte -caso, por sólo citar un ejemplo, de José María Soroa, que,
a la sombra de las bayonetas francesas, actúa como un verdadero tirano-, vive
en una incómoda y tensa situación con un ejército de invasión que se mantiene,
básicamente, esquilmando la Hacienda pública de esa ciudad como la del resto de
las poblaciones de tránsito de la “Grande Armée” napoleónica.
Es éste un panorama nada alentador y que, a medida que nos
acercamos a la recta final de esa conmemoración, quedaría reforzado -incluso se
podría decir que definitivamente sellado- por la ausencia para el recuerdo,
para el Futuro, de algo que explique realmente la Historia -no el Mito, ni la
Leyenda o leyendas, o las omisiones deliberadas o no- de aquellos
acontecimientos con el nivel y la calidad de las obras que vieron la luz en el
año 1963. El año en el que se cumplió el 150 aniversario de esa que, con toda
corrección histórica, podríamos llamar la batalla de San Sebastián, pues,
salvando ciertas distancias, responde, en sus características básicas, a un
esquema muy similar, por ejemplo, al de una de las más vastas operaciones de la
Segunda Guerra Mundial. Es decir, la lucha por el control estratégico de la
ciudad de Stalingrado por medio de un férreo asedio entre agosto de 1942 y
febrero de 1943, que actualmente se conoce, precisamente, como “batalla de
Stalingrado”.
Se han invertido cantidades notables en organizar multitud
de pequeños actos para recordar esos hechos de esta penúltima campaña de las
guerras napoleónicas en el País Vasco a través de esa conmemoración histórica
-“Bicentenario 1813-2013. 200 años construyendo San Sebastián”- tan mal
enfocada desde el punto de vista del historiador. Unos han sido populares -como
el Carnaval de este 2013-, otros más académicos, como visitas guiadas, ciclos
de conferencias, algún que otro curso de verano y un largo etcétera que ha
abrumado, o aún va a abrumar, la agenda de los donostiarras y los turistas que
han visitado, o visitarán, la ciudad.
Sin embargo, pese a esa nutrida agenda, un historiador no
podría -de hecho, no debería- cerrar los ojos ante el hecho, fundamental, de
que no hay, de momento, ni un sólo libro de Historia similar a esa “Historia de
la reconstrucción de San Sebastián” firmada en 1963 por el profesor Miguel
Artola, que nos explique, correcta y documentadamente, de qué circunstancias
históricas reales sale esa “quema, destrucción y reconstrucción de Donostia/San
Sebastián”.
Desde luego incógnitas en torno a la destrucción de la
ciudad -según los indicios documentales disponibles, sistemática, y probablemente
intencionada- no parecen, a fecha de hoy, ir a quedar resueltas -ni
investigadas- en una monografía similar a la escrita por Artola por lo que se
ha puesto hasta ahora al alcance de los lectores a raíz de esta conmemoración.
La misma que parece pretender reducir unos hechos diversos y complejos
únicamente a “la quema, destrucción y reconstrucción de Donostia/San
Sebastián”, aislando todo eso del resto de acontecimientos históricos de los
que fue el sobrecogedor producto final.
La aportación de información documental completamente
inédita sobre ese asunto, ha sido, hasta este momento, poco más que irrelevante
y no ha servido, desde luego, para esclarecer los hechos del incendio de ese
mismo 31 de agosto de 1813, ni para situar esos hechos de armas claves en el
desarrollo de la fase final de las guerras napoleónicas que se luchan, casi
simultáneamente, en Vitoria o San Marcial, sí, pero también en Lützen y
Bautzen, donde Napoleón aún cree posible derrotar la coalición de potencias
-Rusia, Prusia, Portugal, Suecia, Gran Bretaña, España…- que lo van
acorralando, poco a poco, en el hexágono francés, obligándole a retroceder a
sus fronteras anteriores incluso a las guerras revolucionarias.
En ese panorama tan desolador para el historiador y para los
que quieren leer Historia, ha habido, en el caso de San Sebastián, además,
reclamaciones verdaderamente estrambóticas por parte de algunos colectivos y
asociaciones culturales acerca de la necesidad de una mayor investigación sobre
esos hechos.
Algo verdaderamente chocante teniendo en cuenta que algunos
productos de esa conmemoración, avalados por dichas asociaciones -y, lo que es
más preocupante, financiados con dinero público-, han ignorado
-sistemáticamente- las más recientes aportaciones historiográficas sobre ese
tema. Como podría ser el caso -por sólo citar los ejemplos que mejor conozco-
del artículo “Cuatro años de traición” -firmado por el que estas líneas
escribe-, donde se aclaraba, con documentos a la vista, hasta dónde había
llegado realmente la supuesta inquina de la Corona española contra algunos de
sus súbditos guipuzcoanos por el conato secesionista de adhesión a la república
francesa de 1789 que promovieron en 1794, al amparo de las tropas de esa
Convención.
Un tema que quedaba oficialmente olvidado por un perdón real
fechado en el año de 1798, dejando esa cuestión zanjada y el camino abierto a
los antiguos traidores -vistos así desde la óptica de la Corona española- para
redimirse, a partir de 1808, alistándose bajo las banderas españolas que
combaten a un Napoleón igualmente antipático para esos antiguos
revolucionarios, como los Echave Asu y Romero, -que lo ven como un traidor a
los ideales de 1794- y, también, para acérrimos absolutistas.
Igualmente quienes tal afán investigador piden ahora, casi
al final del bicentenario de esa que, por exactitud histórica, deberíamos
acostumbrarnos a llamar la batalla de San Sebastián, parecen ignorarlo todo
sobre las recientes biografías del general Gabriel de Mendizabal -también
firmadas por el que estas líneas escribe- publicadas en la Enciclopedia vasca
de referencia -Auñamendi- y en el Boletín de Estudios Históricos sobre San
Sebastián, basadas, principalmente, en documentación inédita del Archivo
Histórico Nacional y del Archivo Militar de Segovia.
Una circunstancia, como decía, chocante, teniendo en cuenta
que dichas asociaciones reclamantes de “investigación histórica”, y lo que
ellas pretenden dejar como relato histórico homologado -¿quizás definitivo?- de
esos acontecimientos de 1813, otorgan al general guipuzcoano Gabriel de
Mendizabal un papel de benefactor, casi mesiánico, de un entonces inexistente
“pueblo vasco”-si acaso todo lo más vascongado, según la denominación de la
época-.
Algo bastante difícil de atribuir -ese papel de benefactor
casi mesiánico de ese supuesto pueblo vasco independentista- a un militar
profesional al servicio de la Corona española desde sus veinte años en
regimientos como el África, en el que se fogueará combatiendo contra los
habitantes del Norte de ese continente. Los mismos que no ven precisamente con
buenos ojos la presencia de plazas fuertes del imperio español en lo que
consideran -en buena lógica- su territorio. Eso hasta que el futuro general
nativo de Bergara es destinado a los frentes catalán y vasco en 1794, para
combatir a los secesionistas guipuzcoanos que, en esas mismas fechas, pasan a
sangre y fuego poblaciones como Ondarroa y Eibar por negarse a secundar su
proyecto de separación de la corona española…
Brillan por su ausencia también -pese a tales reclamaciones
de investigación tan gratuitas que, por lo que se ve, sólo ocultan ignorancia
de la que ya se ha realizado- nuevos estudios y sondeos de archivos a fondo
sobre figuras como la del general Castaños, que ha sido convertido en el eje de
gran parte de la actualmente estéril -para la Historia- controversia en torno a
quién dio realmente las órdenes de incendiar San Sebastián en 1813.
Así por ejemplo, ninguna publicación de las realizadas hasta
hoy en el marco de este bicentenario en torno a esa cuestión -que se ha
convertido casi en el eje único, obsesivo, de la conmemoración de esos hechos
históricos de 1813- ha analizado seriamente la correspondencia inédita de
Francisco Xavier de Castaños -ese general español de origen vasco- en el
momento en el que entra en territorio guipuzcoano en junio de 1813 y se pone en
relación con las autoridades locales.
Tampoco parece que se haya revisado su larga hoja de servicios,
depositada como muchas otras en el Archivo General Militar de Segovia, o,
siquiera, que se hayan sacado conclusiones acerca de su forzada obediencia
debida a la Regencia de Cádiz. La misma disciplina militar que le obliga a él,
un reaccionario, un partidario del Absolutismo al menos hasta la muerte de
Fernando VII en 1833, a proclamar la constitución de 1812 en territorio
guipuzcoano, pese a odiar cordialmente esas novedades políticas de corte
revolucionario. Una ideología reaccionara que, por cierto, compartía con los
oficiales al mando en el asedio de San Sebastián en 1813, el general escocés
Thomas Graham y Lord Wellington, sirviendo de base a una estrecha
amistad con este último. Tal y como lo señalaba, por ejemplo, alguna prensa británica
del momento que, por lo visto, tampoco se ha investigado por esas asociaciones
que ahora reclaman más investigación.
Ese poco optimista panorama en el que, según todos los
indicios, una politización de hechos históricos a la que no se ha querido o
sabido poner coto -a causa de querer dar voz a todas las opiniones, sin mirar
si dichas opiniones cumplían con un mínimo de requisitos de seriedad
científica, historiográfica…-, nos conduce, al menos de momento, a esa ausencia
de libros de Historia a la altura del ya mencionado que firmaba Artola en 1963.
Esa carencia de verdaderos libros de Historia sobre hechos
como aquella luctuosa batalla de San Sebastián, parte capital de esa penúltima
campaña de las guerras napoleónicas, es lo que se tratará de subsanar a lo
largo de esta serie de artículos que empieza hoy y seguirá el próximo lunes con
una reseña sobre la batalla de Vitoria. La misma que empieza a cambiar el curso
de la guerra en Portugal y España y, de hecho, el de esta penúltima campaña que
conduce, directamente, a la abdicación del que ha sido el árbitro -y el tirano-
de Europa desde el año 1800 en adelante -Napoleón Bonaparte- en la, para él,
aciaga primavera de 1814.
Detalle de la retirada hacia Francia a finales de 1813. Ilustración de Job para el "Napoléon" de Georges Montorgueil. Ejemplar de La colección Reding |
Tengan listas pues las memorias de sus Kindle, sus Papyre,
sus Ipad… porque, tal vez, no tengan otra oportunidad para reunir un
conocimiento histórico sistemático contrastado y correctamente documentado
sobre hechos históricos que aún siguen pesando, y mucho, en nuestro presente y,
en cualquier caso, son un patrimonio cultural que nos pertenece y no deberíamos
permitir que se perdiera, cayera en el olvido o fuera deformado hasta lo ridículo,
hasta hacerlo simplemente absurdo, que es casi lo mismo que perderlo, que es
casi lo mismo que olvidarlo…