SAN SEBASTIÁN, EL RESURGIR DE LAS CENIZAS

El 31 de agosto de 1813 es una de las fechas negras en la historia de San Sebastián. El sábado se cumplen doscientos años de aquel fatídico día que marcó para siempre la vida de miles de donostiarras y de la propia ciudad. Las llamas que comenzaron en la calle Mayor dieron paso horas después al color negro de las cenizas en las casas y al olor a muerto en las calles.

Aún hoy no se sabe con exactitud los motivos que llevaron a las tropas anglo-portuguesas a cometer las atrocidades que se vivieron ese día en las calles de la Parte Vieja donostiarra. Escritos de la época y libros de historia describen el horror de los asesinatos, violaciones y vejaciones de los que fue escenario San Sebastián.

Con el objetivo de reconstruir lo que ocurrió aquel 31 de agosto, recorremos con el historiador Carlos Rilova, miembro de la Asociación de Historiadores Guipuzcoanos, las calles de la actual Parte Vieja haciendo una parada en algunos de los escenarios clave del asalto.


Clica en este ENLACE para hacer un recorrido por la Parte Vieja de Donostia.

FUENTE. DIARIO VASCO (Lara Ochoa) 29 AGOSTO 2013 

EL LIBRO "SAN SEBASTIÁN, 1813" OFRECE NUEVAS INTERPRETACIONES SOBRE LA QUEMA Y RECONSTRUCCIÓN DE LA CIUDAD

En un comunicado, Donostia Kultura ha explicado que, con motivo del bicentenario de la toma de San Sebastián a manos de las tropas británico-portuguesas y su posterior destrucción en 1813, los autores de este libro pretenden «arrojar nueva luz sobre los hechos acontecidos entonces, tratando de contrarrestar determinadas visiones interesadas que sobre este fatídico acontecimiento se están dando».

Para ello, partiendo de las investigaciones existentes y de la bibliografía clásica sobre el tema, los autores firmantes se proponen «actualizar esos datos con informaciones novedosas a partir de nuevas interpretaciones y de nuevas fuentes o bien sin estudiar o bien muy poco trabajadas».

La publicación, coordinada por Carlos Larrinaga, es obra del doctor en Antropología Social y Cultural por la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) José Antonio Aspiazu, del catedrático de Historia Contemporánea de la UPV/EHU Luis Castells, del profesor Carlos Larrinaga, del catedrático de Historia Contemporánea Félix Luengo, del catedrático de Historia Contemporánea Antonio Moliner, de los historiadores Fermín Muñoz, Juanjo Sánchez y Jose María Unsain.

El libro apunta que el general Graham fue artífice de la toma de San Sebastián el 31 de agosto de 1813 y de su casi destrucción en los primeros días de septiembre. Además, señala que en el ataque no participaron efectivos del Ejército español. La publicación se presentará este miércoles a las 20.00 horas en el museo San Telmo.


Clica an este ENLACE para ver un vídeo explicativo.

FUENTE: DIARIO VASCO 28 AGOSTO 2013

"LAS GUERRAS NAPOLEÓNICAS DESESTRUCTURARON EUROPA" (Juan Pablo Fusi"

El historiador donostiarra Juan Pablo Fusi (1945) inaugura hoy el curso '1813. El final de la Guerra de la Independencia en el País Vasco' con la conferencia 'Las Guerras Napoleónicas', en la que hablará principalmente del «contexto general europeo» en este crucial periódo histórico. Fusi considera que «hay una escasa percepción» de la magnitud que tuvieron las guerras napoleónicas, «que dejaron alrededor de cuatro millones de muertos, entre civiles y militares, y desestructuraron completamente Europa».

Este curso, integrado en el ciclo de Historia y Cultura de los Cursos de Verano de la UPV-EHU, cuenta con la colaboración del Ayuntamiento de San Sebastián-Bicentenario 1813-2013 y el Ministerio de Defensa. A lo largo de tres días -se clausura el viernes con una intervención del historiador Miguel Artola Gallego-, se ofrecerán diez conferencias y dos mesas redondas en el Palacio Miramar, en las que se estudiará, analizará y reflexionará desde todos los puntos de vista (social, institucional, militar...) los aspectos más relevantes de la Guerra de la Independencia, las consecuencias que dicho conflicto tuvo en el devenir del País Vasco, de España y Europa, así como las repercusiones de la guerra en una ciudad fortificada como era Donostia y su posterior evolución urbanística, económica y social.

Fusi afirma que el origen de las guerras napoleónicas es doble. «Por un lado se da la acción de las potencias internacionales desde 1792 contra la revolución francesa, y por otro, es el propio expansionismo revolucionario francés que extiende la guerra y la revolución por distintas partes de Europa. Napoleón ambiciona crear una Europa francesa».

Cambia la cultura militar
En opinión del catedrático de Historia en la Universidad Complutense de Madrid «las dimensiones del conflicto son enormes porque cambia tanto la cultura militar como la percepción de la guerra». La Revolución Francesa, y por tanto Napoleón, a partir de 1799 construye grandes ejércitos nacionales y promueven levas obligatorias movilizando a todos los habitantes. Napoleón llega a reunir alrededor de dos millones de soldados, «algo insólito» hasta este momento. «Napoleón convierte a Francia en una máquina de guerra, reconvierte la economía en una economía de guerra y construye unos ejercitos como nunca se habían conocido».

Las consecuencias de aquel conflicto, asegura el historiador donostiarra, llevaron a una desestructuración de gran parte de Europa. «Desaparecen estados y aparecen otros nuevos. Desapareció Venecia, que existía como estado desde el siglo IX y que fue la primera potencia naval, también desaparece Génova y toda Italia cambia. De más de trescientos estados alemanes se pasa a 39. Reaparece Polonia como el Gran Estado de Varsovia. Bélgica se separa de Holanda rompiéndose los Países Bajos. Por su parte, España pasa de ser un imperio a ser una muy modesta nación con la perdida de los territorios americanos, ya no participa en la reconstrucción europea perdiendo su influencia internacional. La guerra de independencia le costó casi 300.000 muertos en una población de unos 12 millones, un desastre en todos los sentidos».

Fusi aprovechará su ponencia para homenajear a su «maestro» donostiarra Miguel Artola, «el historiador que antes se dio cuenta de la enorme importancia de este periodo y que mejor lo ha estudiado. Escribió mucho sobre esa gigantesca crisis nacional que se produce entre finales del XVIII y la primera parte del XIX, y que es donde arrancan los graves problemas de la España contemporánea».


FUENTE: DIARIO VASCO (E. Mingo) 28 AGOSTO 2013

LA PENÚLTIMA CAMPAÑA DE LAS GUERRAS NAPOLEÓNICAS: LOS MISTERIOS DE LA BATALLA DE SAN SEBASTIÁN (JUNIO-AGOSTO DE 1813)

Ayer mismo, el domingo 25 de agosto de 2013, se procedió en las calles de San Sebastián a la lectura de un documento histórico que en unos meses cumplirá la venerable cifra de dos siglos de antigüedad.

Así las cosas, acertarán los que hayan pensado al leer estas líneas que el documento en cuestión es uno relacionado con las guerras napoleónicas y, por supuesto, con la penúltima campaña de las mismas desarrollada, fundamentalmente, en territorio guipuzcoano y navarro.

Tropas británicas tomando San Sebastián (31-08-1813), grabado para la obra "Martial Achievements of Great Britain
Para ir concretando, se trataba del que contiene los 79 testimonios recogidos por el juez de primera instancia de San Sebastián, Pablo Antonio de Arizpe, a partir del mes de octubre de 1813. Exhaustivas investigaciones como la firmada por Luis Murugarren Zamora en 1993, ya han dado buena cuenta de su contenido. E incluso han transcrito completamente ese documento del Archivo Municipal de San Sebastián, donde se conserva una copia encuadernada del mismo.

Para los que no hayan leído ese libro, ya agotado, ni hayan podido asistir a un par de conferencias impartidas por el profesor Luis Castells Arteche en las que hacía un minucioso análisis de ese documento, les diré que, en sustancia, la función del juez Arizpe era esclarecer los hechos del 31 de agosto de 1813, preguntando uno por uno a varios testigos supervivientes -por una u otra razón- de la que ya hemos denominado en esta serie como “batalla de San Sebastián”. Esa que se prolonga entre el 28 de junio y el 5 de septiembre de 1813.

No hay nada en esa información judicial elaborada por Arizpe que la distinga de otras miles conservadas en centenares de archivos. El procedimiento es el habitual en estos casos. Se convoca a los testigos, se les pregunta su edad, de dónde son vecinos, su oficio, y, a continuación, se les pide que respondan a una serie de preguntas que puede improvisar el juez que lleva la causa, o bien se han redactado previamente, como ocurre en el caso que nos ocupa.

Las preguntas que redactó Arizpe tratan de esclarecer cuándo y cómo los soldados británicos y portugueses deciden destruir San Sebastián mientras están aplastando la última resistencia que les ofrece la ya muy diezmada guarnición  napoleónica que trata, hoy hace doscientos años, de mantener esa plaza fuerte en poder del emperador Bonaparte, y, con ella, la última llama de esperanza napoleónica. Actuando casi como si de un cuento de hadas se tratase: un puñado de valientes defendiendo un airoso castillo, esperando a que el héroe providencial llegue a lomos de un caballo -blanco, por supuesto, Napoleón cuidaba mucho esos detalles- para poner en fuga a los que asedian esos muros.

El resultado es un recargado documento de más de cien folios en el que donostiarras de toda edad -dentro de la legal-, sexo y condición van reconstruyendo las horas trágicas en las que la ciudad es sistemáticamente saqueada, incendiada y, en fin, destruida, junto con muchos de sus habitantes, física y moralmente.
Como ocurre siempre con esta clase de documentos -es decir, las informaciones judiciales- su lectura requiere afinar mucho el oficio de historiador para poder llegar a alguna conclusión válida a partir de él. Es decir, sacar  de ese viejo documento algún conocimiento válido, que ayude a entender al menos parte de lo que ocurre en esos días de horror. Los que siguen al momento en el que las defensas francesas en los baluartes de San Sebastián ceden a mediodía del 31 de agosto de 1813.

La mayoría de los testimonios de esa información elaborada por el juez Arizpe, vienen a coincidir en algunas cuestiones. Por ejemplo, la hora y el lugar donde empiezan los desmanes de algunos oficiales y muchos soldados angloportugueses. Fue en torno a la una del mediodía y entre la Plaza de la Constitución -hoy rebautizada de nuevo con su nombre de la época absolutista: “Plaza Nueva”-, la parroquia de San Vicente y la calle 31 de agosto -en aquel entonces llamada de la Trinidad- pegante al monte Urgull donde se estructura hasta el 5 de septiembre el último núcleo de resistencia francesa.

Otros testimonios, como suele ser habitual en esta clase de documentos, divergen y cuentan versiones distintas de los mismos hechos. Es algo perfectamente  natural y bien conocido por historiadores, antropólogos, sociólogos… Incluso tiene nombre. Se le ha llamado “efecto Rashomon”, en honor a la película de Akira Kurosawa de ese mismo título, “Rashomon”, en la que cuatro testigos diferentes dan cuatro versiones divergentes sobre un mismo hecho: un asesinato de lo más sórdido en el Japón que se ha llamado “feudal”.

Ninguna de las versiones que vemos en “Rashomon” es enteramente falsa ni enteramente verdadera. Cada testigo cuenta la verdad que él o ella ha visto desde su perspectiva, desde su punto de vista, incluso desde unos prejuicios tan arraigados que quien los padece ni siquiera es consciente de ellos.

La conclusión racional a la que parecen querer llevarnos Kurosawa primero y algunos historiadores que han reflexionado sobre la cuestión después, es que la verdad más aproximada sobre un hecho jamás puede reconstruirse a través de un único testimonio aislado. Algo que sabían muy bien los jueces de 1813 y de, como poco, los tres siglos anteriores, que exigían, como mínimo, dos testimonios diferentes para que fueran dados por válidos como prueba en un juicio y ellos empezasen a considerar el asunto en serio y no lo desestimasen bajo la categoría de “litigio temerario”.

En el campo de la Historia hay ejemplos magníficos, que advierten del cuidado con el que es preciso manejar fuentes como la instruida por el juez Arizpe en 1813 para llegar a ese mínimo de verdad histórica, de conocimiento histórico válido, que es el que buscan, por supuesto, los historiadores y todos los interesados en la Historia.

Es el caso de “Los cristianos de Alá”. Un estudio histórico en el que Bartolomé y Lucille Benassar -él uno de los más prestigiosos hispanistas franceses- tratan de reconstruir estadísticamente, y por otros medios, la vida de los miles de cristianos que, entre el siglo XVI y el XVIII, caen en manos de corsarios al servicio de las potencias islámicas asentada en el Norte de África y, por muy distintas razones, deciden  abjurar  del Cristianismo. Algo de lo que tendrán que dar cuenta ante las distintas Inquisiciones -francesa, española, italianas…- cuando regresen a esta orilla del Mediterráneo obligados por la fuerza, por pura casualidad o, incluso, por voluntad propia…

El conjunto de ese trabajo es un magnífico mosaico de eso que ahora se llama “experiencias vitales” y que hacen casi infinitas las razones que explicaban las razones por las que un buen católico francés, español, italiano… de aquellos siglos renegaba de su fe y se hacía musulmán. Desde admiración por aspectos de la religión mahometana -no representar físicamente las cosas sagradas, por ejemplo-, móviles sexuales tirando a sórdidos, disimular para encontrar la oportunidad de fugarse a territorio cristiano y  otras…

En cualquier caso “Los cristianos de Alá” es toda una ejemplar lección de Historia sobre cómo deben manejarse fuentes como la que creó el juez Arizpe en octubre de 1813. Una lección a la que se pueden añadir muchas otras.

La primera, por ejemplo, que la lectura simple -y parcial- de un documento de hace doscientos años informa sólo muy relativamente de un hecho. Se trata, en efecto, tan sólo del testimonio de un grupo de personas que, por extenso que  sea, no puede abarcar la experiencia vivida en esos mismos momentos por otros cientos o miles de personas en el radio de acción de esos hechos. Es preciso, como sabe cualquier historiador, contrastar ese documento con muchos otros -tantos como sea posible- para poder saber con más exactitud -y veracidad- qué ocurrió en determinado lugar y momento de la Historia. Es lo que se llama “autentificar” un documento, un proceso muy similar al que se usa en otras ciencias antes de dar por válido un experimento, o presentar en sociedad una nueva teoría.

En el caso de la instrucción del juez Arizpe, las observaciones de sir William Napier, oficial del Estado Mayor británico vertidas en su “Historia de la Guerra peninsular” -vieja conocida de los lectores de esta serie-, son verdaderamente valiosas.

En efecto, sir William corrobora en su obra, cuando habla de la destrucción de San Sebastián, aquello en lo que están de acuerdo la mayoría de los testigos de Arizpe: que las tropas bajo mando de Napier y el de otros oficiales británicos y portugueses, destruyen deliberadamente la ciudad, incendiándola, e infligiendo a sus habitantes supervivientes toda  clase de vejaciones físicas y morales, matando a  muchos  de ellos,  actuando de un modo tan inexcusable como indigno de gentes civilizadas. Hasta el punto de que muchos de sus compañeros hablan de los protagonistas de esa ordalía con desprecio y compasión hacia las víctimas de esos desmanes.

Así se corrobora, con ese contraste entre las palabras de las víctimas y las de uno de los mandos de los autores materiales de aquellos hechos, la autenticidad, la fiabilidad, de lo que a ese respecto dicen, con diferentes matices, esos 79 testigos.

Otros aspectos de ese documento elaborado por el juez Arizpe no tienen la misma suerte. No hay, por el momento, otras fuentes documentales, que corroboren algunos de los testimonios vertidos en esa información judicial. Es lo que ocurre, por  ejemplo, con la hoy polémica cuestión de si realmente el general en jefe del Cuarto Ejército español, el portugalujo Francisco Xavier de Castaños y Aragorri, había dado órdenes de pasar a sangre y fuego la ciudad una vez fuera tomada por asalto.

En ese caso, reflejado en una pequeña parte de la instrucción ordenada por Arizpe, no hay, en efecto, documentación disponible que corrobore -como ocurría en el caso anterior- esas menos de diez declaraciones -de un total de 79-  en las que algunos donostiarras se hacen eco de cierto rumor que corre incluso antes del incendio de la  ciudad. El que decía que ese general, Francisco Xavier de Castaños y Aragorri, había dado orden de pasar a sangre y fuego la ciudad. Afirmación hecha por varios soldados portugueses y británicos que alguno de los testigos de Arizpe, caso del  número 3, el presbítero de San  Vicente y  Santa  María,  rechazan  como “absurda  especie” con la  que aquella soldadesca desmandada trataba de justificar lo que estaba haciendo. Un  testimonio al que, curiosamente, no se dio ningún relieve en la lectura de este domingo organizada por la asociación “Donostia Sutan“ -“San  Sebastián  en  llamas”,  para los que nos leen más allá de las fronteras del euskera-, insistiendo en la más que supuesta responsabilidad del general Castaños de un modo casi enfermizo y, desde luego, muy poco de acuerdo con los métodos de investigación y divulgación de ese conjunto de hechos que, normalmente, llamamos “Historia”.

En efecto, otros documentos disponibles en torno a la conducta del citado  general -alguno de ellos ya publicado en el número V de esta serie- muestran a un oficial al entero servicio de las autoridades publicas del territorio guipúzcoano recién liberado de la dominación napoleónica. Uno en el que por su parte no tomará ninguna clase de represalias que pudiéramos definir como “políticas”, a pesar de estar plagado, ese territorio recién liberado, de colaboracionistas -caso de Azpeitia y Tolosa- y de otros personajes con conductas políticas -de total afinidad con la revolución francesa de 1789 y la española de 1808- que al citado general Castaños, como saben quienes lo han estudiado, le entusiasmaban tan poco como lo mucho que irritaban a su buen amigo mylord Wellington.

Son sólo un par de ejemplos sobre el exquisito cuidado que se debe poner a la hora de transmitir “Historia” a un público no especializado, tal y como ocurrió en San Sebastián este último domingo, cuando se pretendió -según todos los indicios- que una simple lectura -parcial y muy sesgada- de un único documento ilustrase algo sobre esos hechos históricos de la penúltima campaña de las guerras napoleónicas, menos conocidos de lo que su importancia real exigiría.

La intención de lecturas como esa puede ser buena, pero el resultado dudoso, por todo lo dicho hasta ahora y más dudoso aún si tras ejercicios como ese hay algún ajuste de cuentas político con un pasado que nada sabía de cuestiones tales como un más que supuesto enfrentamiento entre “vascos” y españoles” a comienzos del siglo XIX con las guerras napoleónicas como telón de fondo. Ideas políticas tan ajenas a los habitantes del año 1813 como conceptos tales como “motor de explosión” o, por sólo poner un ejemplo más, “cohete interplanetario”.

Así las cosas, realmente no se debería invertir dinero público, ni alentar desde instituciones públicas, un manejo tan burdo, tan poco profesional, de una cuestión tan delicada como lo es el estudio y la transmisión de la Historia como el que se escenificó  este domingo 25 de agosto de 2013 en algunas calles de la Parte Vieja donostiarra, reduciendo un episodio clave en las guerras napoleónicas -la batalla de San Sebastián y todas sus espantosas consecuencias- a un relato alterado de tal modo que cualquiera de los muchos especialistas en esa materia -las guerras napoleónicas-, tan seguida a nivel mundial, lo encontraría, en el mejor de los casos, risible, por no usar otros términos más contundentes.

FUENTE: DIARIO VASCO (Carlos Rilova) 26 AGOSTO 2013


EL MAESTRO QUE FUE DEPURADO (MANUEL VICENT)

Una estudiante de Vivero (Lugo) al inicio del curso 1945-46. / PALOMA PUENTE (EFE)
Año 1947. Aquel niño, Luis, de 11 años, que en la posguerra cantaba el Cara al sol brazo en alto en el patio de la escuela rural y luego recitaba a coro la tabla de multiplicar, ignoraba que ese maestro que ahora iba de acá para allá con el guardapolvo color mostaza repartiendo coscorrones había sustituido a otro maestro, que fue fusilado. En el pueblo su nombre aun se pronunciaba con miedo en voz baja.

Al finalizar la guerra civil los maestros de escuela, los profesores de instituto y los catedráticos de universidad, que impartieron de buen grado la enseñanza laica según el ideario de la República, habían sufrido una represión inmisericorde. A unos los pasaron por las armas, otros fueron aventados al exilio y el resto se quedó en la calle sin oficio ni beneficio a merced de su hambre. Durante la República el Ministerio de Instrucción Pública se había convertido en un campo de batalla entre el derecho a una enseñanza libre, racional y gratuita y los privilegios en la educación que la oligarquía compartía con la Iglesia Católica. El primer decreto que emitió el gobierno de Azaña fue para subir el sueldo a maestros de escuela y profesores de segunda enseñanza.

Aquel maestro republicano cuyo nombre se pronunciaba en voz baja fue detenido al terminar la guerra y durante un tiempo permaneció hacinado con otros presos en un almacén de frutas convertido en cárcel. Una de sus hijas le llevaba ropa limpia y alimentos todos los días, hasta que una mañana un guardia le dijo: “Ya no es necesario que vengas más”. El maestro había sido fusilado en el barranco Carraixet, en medio de huerta, esa madrugada.

Ahora en la escuela del pueblo Luis era instruido en los valores patrióticos de los vencedores y su cerebro se consideraba propiedad exclusiva de la Iglesia a la hora de inocularle el dogma y la moral. Era hijo de una familia humilde de la huerta valenciana y estaba destinado a ser un jornalero honrado. Pero tuvo mucha suerte. Uno de aquellos profesores de universidad que había sido depurado se cruzó por azar en su vida y al darse cuenta del talento del niño, convenció a los padres de que su hijo tenía que estudiar y él mismo se ofreció a darle clase de forma altruista para prepararle el examen de ingreso en el bachillerato. “¿Por qué hace eso?”, le preguntaron los padres. “Porque hubo un maestro que hizo lo mismo conmigo. Yo también era un niño pobre y la universidad estaba reservada solo para los hijos de los ricos. Tal vez su hijo tendrá más suerte que yo”, les contestó el profesor represaliado.

Durante años Luis fue en bicicleta sobre la escarcha, bajo la lluvia y la ventisca o el sol tórrido, por los caminos de la huerta hasta la casa de su profesor en Valencia, que malvivía dando clases particulares. Los padres del niño le pagaban como podían. Cada semana le mandaban una docena de huevos y algunas hortalizas, tomates, pimientos, judías, berenjenas. Era cuanto tenían. En el trayecto el niño a veces detenía la bicicleta ante la barrera de un paso a nivel y veía pasar el tren eléctrico, que iba a la playa de la Malvarrosa. Era un sacrificio necesario, pero otros niños superdotados no tuvieron esa oportunidad. El profesor cada año lo acompañó al examen de final de curso en el instituto Luis Vives hasta que aprobó con premio extraordinario el examen de estado.

El joven bachiller estudió ciencias y tuvo que seguir sacando matrículas de honor en la universidad porque era la única forma de matricularse sin pagar las tasas. Años después, cuando el joven destinado a ser jornalero obtuvo la cátedra de Ciencias Exactas, en la lección magistral, que dio en el aula magna, citó con honor el nombre de aquel profesor que acababa de morir sin haber sido rehabilitado. También recordó a sus compañeros de escuela, tan despiertos y ávidos de aprender, que ahora eran jornaleros.

Año 2013. En los años ochenta del siglo pasado comenzaron a crearse institutos y universidades. En la huerta que el niño atravesaba camino de Valencia para recibir la clase particular se levantó la Politécnica, entre cultivos de hortalizas. En España se había establecido un sistema general de becas. Hijos de campesinos, de obreros, de taxistas, de pequeños tenderos pudieron ser ingenieros, abogados, científicos, economistas, informáticos. La premonición de aquel profesor depurado se había cumplido, pero él ya no pudo verlo.
Ahora aquel niño es un catedrático jubilado que contempla con espanto de qué forma inexorable vuelven los antiguos fantasmas. Los privilegios en la enseñanza, la carrera de obstáculos insalvables para los estudiantes sin recursos despiertan en él un desasosiego que le fuerza a sumarse a la cólera de los jóvenes, a movilizarse detrás de las pancartas, a unirse con otros profesores en la lucha por el derecho inalienable a estudiar hasta donde llegue el talento y el esfuerzo frente a la vieja caspa elitista de una derecha empeñada de arrojar cerebros a la basura, siempre que no sean de los suyos.

FUENTE: EL PAÍS (MANUEL VICENT) 17 AGOSTO 2013


OTRA VEZ LA REGENERACIÓN

Hace unos cien años, en la España que transitaba del siglo XIX al XX, la palabra regeneración inundaba el lenguaje político. Su presencia era tan abrumadora que pocos historiadores dudan a la hora de calificar de regeneracionista el periodo comprendido entre la derrota colonial de 1898 y el comienzo de la Gran Guerra en 1914. Hubo entonces regeneracionismos de diversos colores, nacidos o reflotados al calor de la debacle ultramarina: católicos y liberales, catalanistas y españolizadores, empresariales y pedagógicos. Pío Baroja, en su novela La busca, de 1904, retrataba una zapatería que, en los barrios bajos de Madrid, ostentaba un desafiante cartel con el lema A la regeneración del calzado. “El historiógrafo del porvenir”, predecía Baroja, “seguramente encontrará en este letrero una prueba de lo extendida que estuvo en algunas épocas cierta idea de regeneración nacional”.

Hoy, en mitad de una crisis de identidad parangonable a la que siguió al desastre del 98, proliferan de nuevo las alusiones a la necesidad de regenerar España. Los movimientos que se declaran sucesores de los indignados del 15-M reclaman la regeneración del sistema político y social. Varios manifiestos de intelectuales sugieren medidas para lograrla. Desde Izquierda Unida hasta el Partido Popular, todas las fuerzas parlamentarias han elaborado programas de regeneración, apellidada casi siempre democrática. El Gobierno, con motivo de la comparecencia forzada de su presidente en el Congreso de los Diputados, acaba de desempolvar los planes regeneradores que anunció tiempo atrás. Organismos tan distintos como las Universidades jesuitas y la Unión General de Trabajadores han exigido la regeneración de la vida pública.

Cabría, pues, preguntarse si estamos ante situaciones equiparables, o si puede aprenderse algo de la experiencia vivida por nuestros bisabuelos. Desde luego, los paralelismos entre el pasado y el presente no deben llevarse demasiado lejos: la España de 1900 era un país pobre y aislado, con un 60% de analfabetos y donde el sector agrario ocupaba a la mayor parte de la población activa; ahora hablamos de un país todavía rico —en términos relativos— e integrado en la comunidad internacional, en el que el analfabetismo ha desaparecido, abundan los trabajadores poco cualificados pero también los titulados superiores y predomina una economía de servicios. Y, sin embargo, no resulta difícil encontrar, en los discursos y actitudes que conforman las culturas políticas de los españoles, continuidades muy apreciables. Como si, ante la crecida de las dificultades, acudiéramos a interpretaciones y proyectos familiares.

A pesar de su heterogeneidad, los viejos y los nuevos regeneracionismos comparten un rasgo esencial: la denuncia de la gran distancia que separa a las élites políticas de los ciudadanos, que en absoluto se ven representados por quienes ejercen el poder. Ese abismo entre gobernantes y gobernados implica una alarmante falta de legitimidad, una amplia desconfianza hacia un sistema político cuyos elementos básicos se consideran artificiales e ineficaces. Los regeneracionistas de uno u otro signo señalan la existencia de grandes bolsas de corrupción y tienden a culpar a los partidos de los males nacionales: convertidos en mesnadas de parásitos que viven a costa del Estado, sus integrantes forman oligarquías que sólo sirven a sus propios intereses, no al bien común, por lo que a nadie sorprende la desafección cívica. En esas condiciones, los ministros más avispados se apresuran a anunciar reformas.

La condena de los abusos se desplaza, con frecuencia, hacia el desprecio por los mecanismos representativos. Para los críticos más ácidos, las elecciones son cosa de caciques y pasto de engaños populistas. Y el Parlamento, centro del pasteleo entre partidos, sufre ataques de especial ferocidad: “La cristalización y quinta esencia del régimen oligárquico, y al propio tiempo su disfraz, (…) es cabalmente el Parlamento”. Esta diatriba de Joaquín Costa, el más influyente de los escritores regeneracionistas, podría figurar entre los textos de referencia de quienes hace poco llamaban a asediar el Congreso.

Nuestros ancestros regeneracionistas recetaron variados remedios a las enfermedades que diagnosticaban: dejando al margen los arbitrios pintorescos, algunos se conformaban con mejorar el funcionamiento de las instituciones vigentes, con cambios en las leyes electorales o en la Administración, como el jefe conservador Antonio Maura; otros confiaban en soluciones a largo plazo, culturales o económicas, más del gusto de la izquierda liberal; y también hacían ruido quienes preferían una buena conmoción violenta que acabase de un mandoble con la gusanera enquistada en los bancos parlamentarios. El influjo de estas ideas hizo que el general Primo de Rivera, que llegó a dictador en 1923 envuelto en la bandera de la regeneración patria, se presentase como el cirujano de hierro invocado por Costa para extirpar los tumores caciquiles.

Conviene no olvidar que aquellos regeneracionismos alumbraron iniciativas reformistas pero no democratizaron el régimen liberal de la Restauración. Siguieron al mando clientelas de notables con firmes raíces en la España provinciana, mientras los ministerios se servían del fraude electoral para obtener mayorías afectas en las Cortes. Sólo algunas ciudades se libraron de la sombra del cacique, que teñía las acciones de la justicia y de cualquier otro servicio estatal. Por otro lado, los propósitos regeneradores disfrutan en la actualidad de ventajas antes desconocidas: las elecciones son limpias; hay jueces y funcionarios independientes y una opinión pública mucho más formada, alimentada por una ciudadanía cada vez más consciente de sus derechos y de las posibilidades que ofrece una democracia abierta; y los partidos, pese a sus rigideces y corrupciones, tienen que responder ante ella. Las modernas demandas de transparencia marcan el camino y ya se ven señales de enmienda, aunque costará mucho trabajo recuperar la confianza de los españoles en sus representantes. Por fortuna las opciones autoritarias, omnipresentes tras la I Guerra Mundial, parecen inimaginables dentro de la Unión Europea.

En fin, de las consecuencias de aquellas urgencias regeneradoras podríamos extraer dos reflexiones complementarias, la cruz y la cara de su compleja herencia. Muchos hombres bienintencionados estuvieron dispuestos a prescindir de un ordenamiento constitucional que proporcionaba cierta estabilidad política, garantizaba mal que bien las libertades individuales y permitía la alternancia en el poder. Su indignación no dio lugar a nuevos partidos capaces de desplazar en las urnas a los cuadros tradicionales, sino que la impotencia y el aventurerismo promovieron un salto en el vacío que abrió la caja de los truenos de las intentonas insurreccionales. Aunque la resolución de algunos conflictos aconseje ahora la reforma de la Constitución, el sufrimiento que ha traído la profunda caída económica no debería llevarnos a tirar por la borda lo conseguido en tres décadas y media de normalidad democrática.

De igual modo, entre las antiguas herramientas regeneracionistas no escasean las fuentes de inspiración aprovechables en esta coyuntura. Sin duda, la mejor proviene del énfasis en la educación y en el desarrollo científico como motores del progreso. La atmósfera que rodeó 1898 se empapó de pedagogía y en los años siguientes se expandió una moral que asociaba la europeización de España con el avance de la ciencia. Gentes como las vinculadas a la Institución Libre de Enseñanza, que colaboraron de manera entusiasta en las empresas y políticas regeneradoras, convencieron a casi todo el mundo de lo crucial que resultaba disponer de una sociedad educada y llena de profesionales internacionalizados. En treinta años, el porcentaje de analfabetos se redujo a la mitad y la ciencia experimentó un auge asombroso. Sin embargo, hoy se oyen voces que preconizan una especie de tremendismo castizo y antieuropeo; y nuestras miopes autoridades desprecian la labor de los centros educativos públicos y apenas se inmutan cuando dejan los institutos de investigación al borde de la quiebra. En plena era de la globalización y de la economía del conocimiento, sólo la competencia basada en el saber —no en una mano de obra barata, ignorante y resignada— nos sacará del marasmo. Otra vez la regeneración, sí, pero con cabeza.

Javier Moreno Luzón es catedrático de Historia en la Universidad Complutense de Madrid. Acaba de publicar, junto a Fernando Martínez López, Reformismo liberal. La Institución Libre de Enseñanza y la política española, primer volumen de La Institución Libre de Enseñanza y Francisco Giner de los Ríos: nuevas perspectivas.

FUENTE: EL PAÍS (JAVIER MORENO LUZÓN) 19 AGOSTO 2013


DESCUBIERTO UN IMPORTANTE RECINTO MILITAR DEL SIGLO XIX EN EL CASTILLO DE LABASTIDA (ÁLAVA)


El Grupo de investigación en Patrimonio y Paisajes Culturales de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) ha descubierto un importante recinto militar del siglo XIX en el castillo de Labastida (Alava).

La existencia del castillo de Labastida se conoció a través de un documento medieval del año 1370 en la que el rey Enrique II de Castilla concedió a Diego Gómez Sarmiento, el primer conde de Salinas, el señorío de la villa de Labastida con su castillo. No obstante, no se descarta que la fortificación fuese más antigua, puesto que a los pies de la colina del castillo se ubica la ermita del Santo Cristo de Labastida, que fue la primera parroquia de la villa, y se fundó en la Alta Edad Media. Aún a finales del siglo XVIII se conservaban restos de algunos baluartes o torreones, aunque ya en un estado de ruina avanzada.

En el marco del estudio de los castillos y los primeros poblados medievales del País Vasco, la UPV/EHU llevó a cabo en el año 2012 un primer estudio del yacimiento que permitió verificar la existencia de restos de murallas en las laderas y de estructuras en la cima de la colina.

Entre mediados del mes de julio y mediados del mes de agosto de este año se ha llevado a cabo una excavación que ha permitido identificar la existencia de un recinto de cronología medieval correspondiente al castillo. En la excavación ha sido posible reconocer un importante recinto militar que dominaba todo el valle del Ebro.

La construcción, que ha sido desmantelada parcialmente con posterioridad, ha estado en uso en varias de las confrontaciones militares que han tenido lugar en la villa a lo largo del siglo XIX. "El hallazgo de un botón del período napoleónico permite sugerir que el castillo ya pudo haber sido ocupado durante el período de la Batalla de Vitoria, aunque la primera mención documental hallada hasta el momento es del año 1838", explican los investigadores.

Según indican, el recinto militar estuvo en uso durante la primera y la tercera guerra carlista, puesto que son varios los materiales recuperados pertenecientes a este período como monedas, munición y uniformes.

Además, se han hallado numerosos restos de alimentación y botánicos que permitirán analizar el estilo y las condiciones de vida de los militares que dominaron el recinto a lo largo de las distintas contiendas en las estuvieron implicados los habitantes de la Rioja alavesa.

FUENTE: DIARIO VASCO 19 AGOSTO DE 2013

¿POR QUÉ INGLATERRA QUISO UN PEÑÓN?

Celebración del tricentenario de la cesión de Gibraltar a Gran Bretaña. / Marcos Moreno
Gibraltar vuelve a ocupar un lugar principal en los medios de comunicación. El origen del conflicto está en la disputa por las aguas jurisdiccionales pero es solo el último capítulo de un conflicto entre España y Gran Bretaña que se gesta en la Guerra de Sucesión Española que se desarrolló durante catorce años a la muerte de Carlos II "el Hechizado" en noviembre de 1700.
El Peñón fue entregado a Inglaterra como consecuencia de la firma del Tratado de Utrecht (1713), del cual se cumplieron 300 años el pasado mes de abril. Pero, ¿por qué se interesó Inglaterra en esta minúscula porción de tierra? ¿qué ventajas ofrecía el control de Gibraltar para los ingleses?
Durante la segunda mitad del siglo XVII Inglaterra se convierte en la primera potencia comercial y capitalista del mundo.Tres guerras (las dos primeras navales) con Holanda, la otra pujante potencia comercial, muestran que Inglaterra necesita afianzar su presencia a escala global, en todos aquellos lugares del planeta que puedan convertirse en receptores de su incipiente pero dinámica producción manufacturera. El subcontinente indio y Extremo Oriente están en su punto de mira y ejemplos de ello son la apertura por parte de China del puerto de Cantón al comercio europeo en 1685, y el establecimiento de la Compañía Inglesa de las Indias Orientales en Calcuta en 1690. La ruta marítima de El Cabo (pasando frente a la actual Suráfrica) hacia las Indias obligaba a realizar una travesía muy larga que encarecía los costes comerciales y aumentaba los riesgos. Desde este momento, el control del Mediterráneo ya no será solo un asunto de los países ribereños.Inglaterra establecerá desde ahora como estrategia a largo plazo un itinerario seguro para su flota mediante una sucesión de enclaves que sirvan como bases militares de escala y abastecimiento hasta el mismo Mar Rojo.
El primer paso de esa política se aprecia en la alianza con Portugal, firmada en 1661, por la que nuestro vecino se convierte en un aliado seguro para la flota y el comercio inglés (Portugal cede definitivamente Bombay a Inglaterra y frena las tentativas de desarrollo industrial propio), a cambio de ayuda militar en su lucha por liberarse de España. Esa alianza se reforzará por el Tratado de Methuen de 1703 entre ambos países, con privilegios comerciales para los tejidos ingleses y los vinos portugueses. La Guerra de la Liga de Augsburgo (1688-1697) abrirá los ojos a los marinos de la flota inglesa acerca de las posibilidades tácticas totalmente nuevas con las que se van a desenvolver en sus enfrentamientos con los navíos galos, y esto se debe a que la Armada inglesa experimentó la ventaja de zarpar desde Lisboa o Cádiz (España e Inglaterra eran aliados en ese momento contra Francia) y hacía sentir su presencia de manera muy rápida a la flota francesa para luego alejarse rápidamente hacia sus bases con plena seguridad sin la necesidad de mantener una flota permanente. La posesión de Gibraltar y Menorca, ésta desde 1708 (cuando la alianza anglo-española ya no existía), permitió mantener y desarrollar aún más esas ventajas. 
Gibraltar 1782
                                      Vista de Gibraltar en 1782. / Bartolomé Vázquez (BNE)
En los últimos años del siglo XVII, se hace patente que la rama española de los Habsburgo llega a su fin y habrá que buscar un sucesor fuera, pero Carlos II de Habsburgo no ha hecho testamento todavía. Luis XIV está negociando con Inglaterra y el resto de potencias europeas el reparto de las posesiones españolas en Europa. Las potencias continentales ambicionan el Milanesado, Nápoles y Sicilia, Luxemburgo y lo que queda del Flandes español, etc. Pero Inglaterra lo tiene claro. Pide en esos repartos Ceuta, Gibraltar, Mahón, Orán o La Habana.
Finalmente, Carlos II hace testamento a favor de Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, nombrándole heredero de todas las posesiones de la corona española. El Consejo de Castilla, dada la debilidad de España en el concierto europeo, toma esa decisión con la intención de que Francia defienda a España por el vínculo familiar que se establecerá entre ambas monarquías y no permita la partición de los dominios españoles en Europa. Inglaterra no iba a quedarse de brazos cruzados viendo como se acababa de romper el “balance of power” europeo que se había conseguido tras la Paz de Westfalia (1648). La Francia de Luis XIV, apoyada por una España con dinastía borbónica, se convertiría en la potencia continental hegemónica, y la reacción del resto de estados europeos con intereses en juego es la formación de la Gran Alianza de Inglaterra con Holanda, Austria, Saboya y Portugal, que declaran la guerra a España y Francia en 1702.  
En agosto de 1704 una potente flota anglo-holandesa al mando del almirante inglés Rooke y el príncipe de Hesse-Darmstadt, que buscaba un lugar para desembarcar y crear un foco a favor del archiduque Carlos de Austria, se presenta ante Gibraltar que, débilmente defendida por 80 soldados y 300 milicianos más un centenar de piezas de artillería, es tomada por las fuerzas militares aliadas. La conquista del Peñón se hace en principio en nombre del candidato aliado a la corona española, el archiduque Carlos de Austria, pero la presencia inglesa queda formalizada con la firma del Tratado de Utrecht. El dominio de aquel enclave suponía controlar la entrada o salida de todo buque por el Mediterráneo y la primera potencia marítima le da a esta posición un rango de primerísimo valor geopolítico. Para algunos historiadores, el tratado es considerado  como instaurador de la Pax Britannica en los mares, por los privilegios comerciales que obtiene Inglaterra en el comercio con la América hispana (derecho de “asiento de negros” y “navío de permiso”) y la ampliación de su dominio en Canadá. Pero ese predominio marítimo recibió todavía algún revés de importancia como el intento de asalto a Cartagena de Indias en 1741 que se saldó con la pérdida de 50 naves y 10.000 muertos ingleses.
España, a pesar de firmar el tratado, quiso recuperar la integridad de su territorio peninsular cuanto antes y lo intentó tanto por la vía militar como por la diplomática. La primera la lleva a cabo con operaciones militares en el Estrecho en 1727 y en 1779-82 con el fin de recuperar el pequeño territorio. En 1779 el conde de Floridablanca, aprovechando un momento de dificultades por las que atraviesa Inglaterra en su lucha por terminar con el proceso independentista de las colonias americanas, suma la vía diplomática a la militar y ofrece al Gobierno inglés la cesión de Orán, en el norte de África, a cambio de la devolución de Gibraltar pero las negociaciones fracasan.
La línea estratégica inglesa de dominio del Mediterráneo sigue adelante y prueba de ello es que, si bien pierde el control de Menorca en 1782, la firma del Tratado de Viena, que se formaliza tras las Guerras Napoleónicas,Foto tratadoestablece que Malta y Corfú, en las Islas Jónicas, pasan a estar bajo su dominio. En 1878 la diplomacia británica consigue del Imperio Otomano la cesión de Chipre a cambio de la ayuda inglesa en su conflicto con Rusia en el Mar Negro. Este éxito diplomático compensará la pérdida de Corfú en 1864, que se integra en Grecia. El último paso necesario para terminar de cerrar la estrategia inglesa de control del Mediterráneo estaba en Egipto. Desde 1839, en que Mehmet Alí, el gobernador vasallo del sultán turco, da los pasos para alcanzar la independencia, la presencia inglesa en el país del Nilo se hace más intensa. La construcción de un ferrocarril entre El Cairo y Alejandría, pocos años después, acorta los tiempos del tráfico comercial de las colonias inglesas asiáticas con la metrópoli y, finalmente, la construcción del Canal de Suez, inaugurado en 1869, abre las líneas de navegación directas por el Mediterráneo hasta Extremo Oriente. 
                                                                                                             Tratado de Utrecht, 1713
El mantenimiento de la preponderancia inglesa en los mares, y en particular en el Mediterráneo, será un hecho hasta la Segunda Guerra Mundial. En la actualidad,Gibraltar mantiene ese valor estratégico, igual de importante que en el pasado, como base militar inglesa y de la OTAN, y lo controvertido de su status político, como territorio pendiente de su descolonización según la doctrina de la ONU, nos sugiere que la crisis a la que asistimos ahora es la última, hasta ahora, de un proceso que generará más momentos conflictivos.   
FUENTE: EL PAÍS (F. Javier Herrero), 15 AGOSTO 2013

ENCUENTRAN HERRAMIENTAS DE HUESO DE NEANDERTALES EN EUROPA

Herramientas neandertales halladas en Francia. / Afp
Sofisticado equipamiento para trabajar el cuero hallado en una cueva en Francia ofrece la primera evidencia de que los neandertales tenían herramientas de hueso más avanzadas que los primeros humanos modernos, dijeron el lunes investigadores. Los cuatro fragmentos de herramientas de hueso para curtir cuero, conocidos como 'lissoirs' o alisadores, fueron encontrados en dos sitios arqueológicos vecinos en el suroeste de Francia, según un estudio publicado en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos (PNAS, por su sigla en inglés).
La datación por radiocarbono indica que estas herramientas con bordes suaves y puntas redondeadas, halladas en los sitios de Pech-de-l'Azé I y Abri Peyrony, tienen cerca de 50.000 años, dijeron los científicos. Eso las convertiría en las herramientas de hueso conocidas más antiguas de Europa, hechas y utilizadas mucho antes de que los humanos modernos sustituyeran a los neandertales hace unos 40.000 años, dijeron los investigadores.
Los neandertales son más conocidos por usar herramientas de piedra, y muchos arqueólogos han sostenido que fueron los humanos modernos quienes los introdujeron en el uso más avanzado de instrumentos de hueso. Aunque los últimos resultados no son concluyentes, permiten evaluar qué grupos utilizaban herramientas de hueso para trabajar el cuero y cuándo.
Este tipo de herramientas podría ser invención de los neandertales, dijo la principal autora del estudio, Shannon McPherron, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Leipzig, Alemania. "Por ahora, las herramientas óseas de estos dos sitios son una de las mejores pruebas que tenemos de que los neandertales desarrollaron por su cuenta una tecnología previamente asociada sólo con los humanos modernos", dijo.

Costillas de ciervo

Pero los investigadores tampoco descartan la posibilidad de que los humanos modernos llegaran a Europa antes de lo pensado y le pasaran esta tecnología a los neandertales. Aún así, los artefactos fueron descubiertos en lugares en los que no hay evidencia de otras culturas, destacaron. "Si los neandertales desarrollaron este tipo de herramientas de hueso por su cuenta, es posible que los humanos modernos adquirieran esta tecnología de los neandertales", dijo otra de las autoras del estudio, Marie Soressi, de la Universidad de Leiden en Holanda.
"Los seres humanos modernos parecen haber ingresado a Europa sólo con instrumentos de hueso puntiagudos, y poco después comenzaron a hacer 'lissoirs'. Esta es la primera prueba posible de una transmisión de los neandertales a nuestros antepasados directos", señaló.
Otras herramientas de hueso fueron halladas en sitios neandertales, pero eran raspadores, herramientas con muescas, o hachas de mano. "Aquí tenemos un ejemplo de que los neandertales aprovechaban la docilidad y la flexibilidad de los huesos para darles forma de nuevas maneras para hacer cosas que no podían hacer con piedras", dijo McPherron.
El 'lissoir' de hueso, hecho de costillas de ciervo, se pasa una y otra vez sobre una piel para hacerla más flexible, brillante y resistente al agua. De hecho, los investigadores dijeron que actualmente los curtidores utilizan instrumentos similares.
Los neandertales vivieron en partes de Europa, Asia Central y Medio Oriente durante más de 300.000 años. Aún se debate la razón por la que desaparecieron hace unos 40.000 años. Según algunas teorías, su población se redujo debido a inviernos de frío extremo. Otros creen que fueron masacrados por los homo sapiens, más inteligentes y sofisticados, que se trasladaron a territorio neandertal procedentes de la actual África y Europa oriental.

FUENTE: DIARIO VASCO 

¿COPIARON NUESTROS ANTEPASADOS LA TECNOLOGÍA DE LOS NENADERTALES?

Uno de los alisadores de pieles hechos por los neandertales fotografiado desde cuatro lados diferentes, y esquemas. / PROYECTOS ABRI PEYRONY Y PECH-DE-L’AZÉ
El gran reto científico de conocer las capacidades mentales de los neandertales se hace cada vez más sutil, a medida que se van encontrando más vestigios del tiempo en el que coincidieron en el territorio europeo aquellos antiguos pobladores con la especie humana moderna, procedente de África. El último hallazgo son cuatro herramientas especializadas de hace 50.000 años, hechas de hueso pulido y utilizadas para preparar pieles, que son prácticamente idénticas no solo a las que hacían los Homo sapiens prehistóricos, sino a las que siguen usando curtidores tradicionales en la actualidad. Pero han sido descubiertas en dos yacimientos del suroeste de Francia netamente neandertales, así que, razonan los científicos, o las dos especies inventaron esos instrumentos independientemente, o nuestra especie influyó en los neandertales antes de lo que se pensaba o esa innovación sería neandertal y los recién llegados a Europa la copiaron.

En el artículo científico de presentación del hallazgo, en la revistaProceedings de la Academia Nacional de Ciencias (EE UU), los descubridores de las piezas, dejan abiertas las tres opciones, pero en sus comentarios parecen inclinarse por la idea de que nuestros antepasados tomaron de los neandertales la tecnología de los alisadores de pieles. “Si los neandertales desarrollaron este tipo de herramienta de hueso por sí mismos, es posible que los humanos modernos la adquirieran de ellos. Los Homo sapiens, al parecer, entraron en Europa solo con la tecnología de herramientas de hueso puntiagudas, y enseguida empezaron a hacer alisadores”, señala Marie Soressi (Universidad de Leiden, en Holanda), líder del equipo de descubridores de los cuatro artefactos. “Son la primera posible prueba de transmisión [cultural] de los neandertales a nuestros ancestros directos”, añade.

“Por ahora estas herramientas de hueso de los dos yacimientos son de las mejores evidencias que tenemos de los neandertales desarrollando por su cuenta una tecnología que antes asociábamos solo con los humanos modernos”, añade Shannon McPherron, científico del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva (Alemania). De cualquier forma, estos alisadores, son las herramientas especializadas de hueso más antiguas descubiertas en Europa y, además, un tipo de artefacto que, hasta ahora, se asociaba a los humanos modernos.

Nuestros antepasados reemplazaron en el territorio europeo a los neandertales hace unos 40.000 años. Aquella especie propia del continente desapareció y los científicos utilizan la palabra reemplazo porque no saben aún explicar de modo concluyente ni el cómo ni el porqué de la extinción de los unos y él éxito rotundo de los otros en unos pocos miles de años. Apenas hubo cruce genético y no hay vestigios de que guerrearan hasta el exterminio del vencido.

Las cuatro piezas de hueso convertidas en alisadores de pieles están hechas de costillas de herbívoros pulidas y con las puntas redondeadas. Y las pieles trabajadas con ellas resultarían más resistentes, impermeables y lustrosas, señalan los investigadores. Tres estaban fragmentadas en el yacimiento, pero no pasaron desapercibidas a los ojos bien entrenados de los científicos. Las cuatro herramientas de hueso que ahora se presentan proceden de tres excavaciones de dos yacimientos (Pech-de-L´Azé y Abri Peyrony) distantes unos 35 kilómetros. Los niveles de excavación están datados en 50.000 años y se trata de yacimientos eminentemente neandertales bien conservados, sin rastros de ocupación posterior de los Homo sapiens modernos que pudieran haber contaminado el lugar, puntualizan Soressi y sus colegas. En los yacimientos hay restos de animales, incluidos caballos y bisontes, así como instrumentos de piedra típicamente neandertales. El objetivo científico de estas excavaciones es, precisamente, ahondar en las adaptaciones de aquella especie justo antes de la llegada de los humanos modernos.

No son las primeras herramientas de hueso neandertales que se conocen, señalan los investigadores, pero las encontradas anteriormente se parecen a los instrumentos de piedra que hacían ellos mismo con técnicas de percusión, es decir, golpeándolas. “Los neandertales, a veces, fabricaban raspadores, herramientas para hacer muescas y hachas de mano de hueso, incluso utilizaban huesos para afilar las herramientas de piedra”, explica McPherron en un comunicado del Instituto Max Planck. “Pero lo que tenemos ahora es un ejemplo de los neandertales aprovechando la flexibilidad de los huesos para darles una forma nueva y poder hacer algo imposible con una herramienta de piedra”.

Soressi cuenta que los alisadores de pieles son unas herramientas estupendas, tan eficaces para trabajar la piel que se han mantenido en uso, prácticamente sin cambios, durante miles de años, y que ella logró comprar uno por internet en una tienda de material para artesanos. Por ello, dice, estas cuatro piezas neandertales “pueden ser una herencia, tal vez la única, de los tiempos de los neandertales hasta nuestros días que aún utilizamos”.


FUENTE: EL PAÍS (Alicia Riverra) 12 AGOSTO 2012

RECUPERAN 84 DOCUMENTOS DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA


La Guardia Civil ha recuperado 84 documentos históricos del 'Regimiento de Kayser Tercero de Suizos', que tuvo una destacada participación en la lucha contra las tropas francesas en la Batalla de Bailén (Jaén) durante la Guerra de la Independencia española.

Los documentos se hallaban en poder de una persona que los ofertaba para su venta a través de una prestigiosa web de comercialización de este tipo de objetos, según una nota del instituto armado.

La operación empezó a comienzos de este año, durante las comprobaciones que la Guardia Civil lleva a cabo para detectar operaciones ilícitas de compraventa de bienes culturales, cuando tuvo conocimiento de que se ofertaban diversos documentos de carácter histórico militar, presumiblemente de procedencia ilícita, a través de una conocida página web.

Los documentos ofertados eran impresos oficiales con el membrete de la unidad militar 'Regimiento de Kayser Tercero de Suizos' y del 'Regimiento Suizos de Reding número 3', en los que se recogen datos personales de soldados del regimiento, alistados antes y durante la Guerra de la Independencia española.

Del Ejército de Tierra
Los investigadores consideraron que los documentos podrían pertenecer al patrimonio documental del Ejército de Tierra, por lo que solicitaron un informe a la Subdirección de Estudios Históricos del Instituto de Historia y Cultura Militar del Ejército de Tierra.

Esta Subdirección señaló que efectivamente los documentos bibliográficos habrían sido extraídos del archivo del citado regimiento en fechas posteriores a 1809.

Las pesquisas permitieron determinar que el titular de la web era una persona residente en la provincia de Cádiz, a la que se le intervinieron un total de 84 documentos.

Los agentes constataron que el patrimonio documental intervenido había estado en poder de los familiares de un historiador de Sevilla, ya fallecido, que, tras su muerte, los pusieron a la venta a través de un anticuario de Sevilla, quien a su vez los comercializó. Este Regimiento era uno de los que en 1808 integraban la infantería de línea del Ejército español.

Al comienzo de la Guerra de la Independencia, sus miembros se encontraban en Málaga y tuvieron una destacada participación en Andalucía y en la Batalla de Bailén el 19 de julio de 1808.

Este regimiento participó en otras batallas contra las tropas francesas en Cardedeu, Valls y Tarragona.

La Guardia Civil recuerda que la Ley de Patrimonio Histórico Español establece que "forman parte del patrimonio documental los documentos de cualquier época generados, conservados o reunidos en el ejercicio de su función por cualquier organismo o entidad de carácter público".

La operación ha sido desarrollada por el Grupo de Patrimonio Histórico de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil en colaboración con la Unidad Orgánica de Policía Judicial del mismo Cuerpo, con sede en Cádiz.

Puedes ver un video en este enlace


FUENTE: DIARIO VASCO 6 AGOSTO 2013