
Estaban sepultados bajo una capa de 1,70 metros de tierra, en fila, con orden y método, porque quienes enterraron los primeros cadáveres sabían que iban a llevar muchos más a esta fosa común en el monte de La Pedraja (Burgos), una de las mayores abiertas hasta ahora en España.
Un equipo de 25 técnicos ha trabajado durante seis días en jornadas de 10 horas para recuperar los restos de 96 fusilados, un cementerio sin lápidas, nombres y flores. Es la exhumación más difícil de las más de 100 en las que ha participado el forense Francisco Etxeberria, porque los huesos se deshacían al cogerlos. Habían pasado 73 años prácticamente inundados. "Si esto se hubiese hecho dentro de 30 años, solo quedarían las gomas de las zapatillas que llevaban las víctimas", señaló.
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