27 DE JUNIO DE 1960, BEGOÑA URROZ, 22 MESES: PRIMERA VICTIMA DEL TERRORISMO DE ETA


 La pequeña Begoña Urroz falleció abrasada por la explosión de una maleta bomba en una estación de tren de San Sebastián. Medio siglo después, el Gobierno la reconoce como víctima del terrorismo.

El Ayuntamiento de Lasarte-Oria fue uno de los primeros en denunciar públicamente los crímenes de ETA. Cada vez que la organización terrorista asesinaba a alguien, un grupo de vecinos encabezados por miembros de la corporación se juntaba bajo los arcos del edificio consistorial. No eran citas multitudinarias y muchas veces los ediles tenían como única compañía a sus sombras. La población conocía de primera mano cómo se las gastan los etarras –allí fue rematado, entre otros, Miguel Ángel Blanco– y el miedo era un elemento sustancial de su paisaje.

Uno de los incondicionales de aquellas concentraciones era un hombre de edad lleno de silencios. Aparecía, saludaba con un imperceptible movimiento de cabeza y se despedía tras cruzar unas pocas palabras con los que estaban a su alrededor. Algunos veteranos le relacionaban con la zapatería que su familia había regentado en el centro de Lasarte-Oria, pero para los más jóvenes su presencia constituía un enigma. Aquel hombre era Juan Urroz, para la mayoría un jubilado con una biografía no demasiado diferente de la de cualquier otro vecino: antiguo trabajador de la fábrica de electrodomésticos Moulinex, amante esposo de su mujer y padre responsable de dos hijos. Muy pocos conocían la tragedia que se ocultaba detrás de aquella discreta silueta que dejaba a su paso un halo de dignidad.

Fue el exministro Ernest Lluch, que sería luego asesinado por ETA, el que sacó a la luz el drama que escondía la familia de Juan Urroz. En un artículo titulado ‘La primera víctima de ETA’, que fue publicado en septiembre de 2000 en los principales periódicos vascos, Lluch exponía los pormenores de una teoría que hasta entonces no había llegado al gran público y que desembocaba en una conclusión sorprendente: el primer asesinato perpetrado por la banda no fue el del guardia civil José Pardines en 1968, tal y como hasta entonces se había creído, sino el de Begoña Urroz, una niña de 22 meses que murió abrasada tras la explosión de una bomba en una estación de tren de San Sebastián en 1960. La revelación, que se fundamentaba en una confidencia de una catequista al vicario de la Diócesis de San Sebastián, ponía patas arriba el imaginario construido por la organización terrorista en torno a sus orígenes. Credenciales como el asesinato de un bebé son difíciles de digerir incluso para una banda que luce una trayectoria tan perversa como la de ETA.

La tesis de Lluch hizo fortuna, a pesar de que la izquierda abertzale se apresuró a refutarla atribuyendo el atentado a un grupo anarquista supuestamente infiltrado por los servicios de seguridad de la dictadura. La revelación abrió una puerta a la esperanza de la familia Urroz, que durante décadas había rumiado su dolor en la más completa de las soledades. Aunque los padres sospecharon desde el principio de dónde venía la bomba que mató a su bebé, el clima social de la época hacía imposible buscar consuelo más allá de los límites de la familia. Juan y Jesusa tuvieron otros dos hijos –chico y chica– tras la muerte de su primogénita y a la niña, que hoy trabaja en el Ayuntamiento de Lasarte-Oria, la bautizaron con el nombre de la fallecida.

El féretro blanco

Es difícil hacerse a la idea del calvario vivido por la familia Urroz. Jesusa, que se refugió en la religión tras la pérdida de su hija, dibujó unas pocas pinceladas del drama en un libro que editó el año pasado el Ayuntamiento de Lasarte-Oria en homenaje a las víctimas del terrorismo. Recordó que el día de la tragedia había dejado a su bebé al cuidado de una tía que se ocupaba de la consigna de la estación de tren de Amara, mientras ella iba a comprar unos zapatitos. La súbita deflagración de una maleta anegó la terminal de sangre y llamas; hubo cinco heridos, entre ellos la niña y la tía que se había quedado a su cargo. El bebé, con graves quemaduras, falleció al día siguiente. Una imagen quedó grabada a fuego en la memoria de la madre: cuando el joven matrimonio escoltaba el diminuto féretro blanco camino del cementerio, el barrio en el que vivían, ajeno a la tragedia, se engalanaba con música y bailes para celebrar sus fiestas.

No fue esa la única puñalada que les tenía reservada el destino. A Jesusa le tocó ocupar el puesto vacante en la consigna de la estación de Amara hasta que su tía pudo recuperarse de las secuelas de la bomba. Estremece imaginar cuántas lagrimas tuvo que derramar la mujer reviviendo una y otra vez la muerte de su pequeña en el mismo escenario de la tragedia. El propio exministro Lluch, apiadándose de ella, le dedicó el artículo en el que desvelaba sus pesquisas: «A la madre de Begoña, que vive, quisiera extenderle toda la ternura».

Lluch fue asesinado dos meses después de haber publicado aquel texto por un pistolero etarraen el aparcamiento de su casa de Barcelona. Pero todas las historias donde se cruza la sombra de ETA son susceptibles de empeorar y esta no es una excepción. El exministro dejó entre sus papeles póstumos una carta dirigida a Froilán Elespe, un concejal socialista de Lasarte-Oria que había empezado a interesarse por el caso. La de Lluch fue casualmente la última misiva que Elespe recibió en el Ayuntamiento antes de ser tiroteado por otro etarra camino de su domicilio en marzo de 2001.

Como se ve, el trazo que el lápiz del destino empezó a dibujar en 1960 con el asesinato de la pequeña Begoña ha dado muchas vueltas. A su familia, hecha a los silencios, le sorprendió la invitación que recibieron el año pasado para participar en un homenaje a las víctimas del terrorismo de Lasarte-Oria. Para entonces, el padre ya había fallecido. Jesusa y sus dos hijos, que habían mantenido su condición de víctimas a resguardo de miradas externas, titubearon, pero al final accedieron a estar presentes en el acto. La madre, de 84 años, agradeció los gestos de solidaridad y se emocionó al poder compartir por fin un dolor que durante 50 años no había traspasado los límites del círculo familiar.

La carga simbólica que encierra el asesinato de un bebé hizo que el Gobierno escogiese la fecha de la explosión de la bomba que mató a Begoña, el 27 de junio, para recordar a las víctimas del terrorismo. El Ejecutivo inició también de oficio los trámites para incorporar a Begoña a la lista de víctimas. La iniciativa, que vio la luz la semana pasada, se traducirá en el desembolso de una indemnización de 250.000 euros para la madre de la menor. Jesusa ni siquiera se ha planteado qué hacer con el dinero porque medio siglo más tarde sigue sin comprender la muerte de su hija. Así se despidió de ella en el libro en recuerdo a las víctimas: «Ven. Vuelve junto a nosotros, Begoñita, ángel blanco que estás con Dios. Porque tú, mi dulce, mi pequeña, no estás muerta».


FUENTE: DIARIO VASCO, 16 DICIEMBRE 2011