JOSE MIGUEL BARANDIARAN: EL HOMBRE QUE ROBÓ COSAS A LA MUERTE

Jose Miguel Barandiaran en 1990, un año antes de su fallecimiento (Usoz)
El pasado 31 de diciembre se cumplieron 125 años del nacimiento de uno de los vascos más importantes del siglo XX: José Miguel Barandiaran. El paso del tiempo -son ya 23 años de su muerte- no ha erosionado su figura, y a ello ha contribuido la creación de un museo en su memoria, hace cuatro años, en el pueblo que le vio nacer y en el que comenzó a realizar sus trabajos de campo. Fue allí en Ataun donde empezó a recoger aquellos preciosos testimonios de las gentes de edad acerca de seres mitológicos y brujas. Y allí mismo en Ataun comenzó también a trabajar en el campo de la arqueología. En 1916 ascendió hasta el peñasco de Jentilbaratza y realizó una excavación. Encontró restos de un castillo medieval, y ese mismo día los vecinos de la zona le indicaron que, si quería encontrar tumbas de gentiles, debería dirigirse a la sierra de Aralar. Y así lo hizo el siguiente día, sin más dilación.

Barandiaran ha pasado a la historia sobre todo por dos facetas. La de recopilador de viejos relatos en los que aflora un mundo antiguo, entre otras cosas relacionado con la mitología; y la de arqueólogo. Uno de sus alumnos, el también arqueólogo Jesús Altuna, cree que esa primera faceta es la más importante: «Recogió muchos testimonios sobre cosas que iban a desaparecer. Ya sabía que en los cuentos y narraciones de sus mayores aparecía un mundo que no iba a durar mucho. Robó muchas cosas a la muerte, y eso es mejor cosa que puede hacer un hombre. Porque los yacimientos podían esperar. Si no los excavaba él los excavarían las siguientes generaciones».

En el año 1921, creó la revista 'Anuario de Eusko Folklore' y la serie de publicaciones 'Eusko-Folklore. Materiales y Cuestionarios', que recogían mitos y leyendas. Como se ve en ese término de 'cuestionarios', la intención de Barandiaran era desde un comienzo socializar los trabajos de campo. Pero ese anhelo debería esperar. No fue hasta la década de los 60, siendo profesor de la Universidad de Navarra, cuando pudo poner en marcha el primer grupo Etniker de personas dedicadas a la recogida de materiales antropológicos.

Y, por lo que respecta a su faceta de arqueólogo, se puede hablar de dos etapas: antes de la guerra de 1936, junto con Aranzadi y Eguren, realizó numerosas campañas en los monumentos megalíticos de zonas como Aizkorri y Aralar. Al volver del exilio, en 1953, reanudó sus excavaciones en el mismo punto que fueron interrumpidas por la contienda de 1936: la cueva de Urtiaga. En la década de los 50 trabajó en Lezetxiki (Arrasate) y Aitzbitarte (Errenteria), y fue entonces cuando ejerció de maestro de una nueva generación de prehistoriadores surgidos de las universidades; básicamente, Jesús Altuna, Juan Mari Apellaniz e Ignacio Barandiaran.

Ya en la etapa final del sabio de Ataun, Eusko Ikaskuntza realizó un vídeo en el que se le preguntó sobre cómo le gustaría ser recordado. Y respondió así: «Como una persona que ha amado el amor entre las personas. El amor es lo más importante».

Era una persona de salud delicada pero con una gran energía, por lo que finalmente completó una cantidad ingente de trabajos e investigaciones. Como ha recordado Altuna, «era muy austero y exigente consigo mismo. Durante muchos años, su cena fue un vaso de leche con una yema de huevo». Su austeridad se mostraba también en la cantidad de horas destinadas al sueño. Le gustaba decir que dormía «cinco horas, como el teatino». Hacía referencia a esa vieja enumeración popular de «una hora duerme el gallo, dos el caballo, tres el santo, cuatro el que no es tanto, cinco el [fraile] teatino, seis el benedictino, siete el caminante, ocho el estudiante, nueve el caballero...».

No le gustaban que le dijeran Aita o Padre. «Yo no he sido padre», repetía a los periodistas y otras gentes que se le acercaban con ese preámbulo. Otro mensaje que repetía insistentemente eran las palabras que, un día que volvía satisfecho del seminario de Vitoria por unas buenas notas, le dedicó su madre: «¿Ves ese manzano? Cuando más lleno de fruta, más inclinado. Debes ser humilde».

Prácticamente toda su vida escribió un diario. La Fundación que lleva su nombre ha publicado dos gruesos volúmenes, que abarcan el periodo comprendido entre 1917 y 1953. Son materiales muy interesantes para comprender la forma de ser del sacerdote antropólogo y arqueólogo. Por ejemplo, es sustancioso este apunte de 1931, que nos muestra un Barandiaran dispuesto a defender el seminario de Vitoria, del que era vicerrector: «Ayer corrieron graves rumores acerca de la situación política de Madrid. Los periódicos de anoche daban cuenta de motines, incendios de conventos, etc., ocurridos en la capital de España. Los superiores del Seminario de Vitoria, vivamente impresionados por estas noticias, hablaban de cerrar el seminario. Yo me opuse a ello. Temían también por lo que podría ocurrir anoche mismo en el Seminario puesto que los comunistas de Vitoria celebraban un mitin. Yo fui a la cama a la hora de otros días. Me hallaba dormido cuando un superior me llama por teléfono. 
El timbre me despierta. Me pongo al habla. Me dice: 'Creo que es cosa de estar alerta. He visto que un hombre atravesaba el patio del Seminario. Venga a la habitación de don Félix Zatarain donde estamos congregados'. Eran las doce de la noche. Se oyen varias descargas de arma de fuego hacia el Prado. Me visto, me armo y me apresto a salir de mi habitación cuando llegan a la puerta tres superiores que creen que las detonaciones que se han oído han sido producidas por mí. Proyectando luz al patio con un reflector veo que un perro anda sobre unos botes de hojalata. Me acuesto. A las tres de la madrugada se ha vuelto a oír otra detonación hacia el Prado. Durante el día fabrico bombas de mano, por si ocurre algo que haga que las necesitemos».


Nacimiento. El 31 de diciembre de 1889, en el caserío Perune-Zarre de Ataun San Gregorio. Fue el último de los 9 hijos que tuvieron Francisco Antonio Barandiaran y María Antonia Ayerbe.
Primera excavación. En 1916, compañado de un vecino del barrio de San Gregorio de Ataun, subió a la peña de Jentilbaratza, donde reconoció un castillo medieval citado en Ataun por Jiménez de Rada.
Algunas publicaciones.'Mitología vasca' (1924), 'El hombre primitivo en el País Vasco' (1934), 'Antropología de la población vasca' (1947), 'Cultura vasca' (1977), Historia general del País Vasco' (1980), 'Brujería y brujas' (1984), 'Mitos del Pueblo Vasco' (1989), 'Mitología del pueblo vasco' (1994).