Un grupo de milicianos se asoma a un terraplén en el frente de Navacerrada (Madrid), a finales de julio 1936. EFE/ARCHIVO DÍAZ CASARIEGO |
En julio de 1936 una parte importante del ejército español se alzó en armas contra el régimen republicano. El golpe militar no pudo lograr de entrada la conquista del poder. Si lo hubiera conseguido, no habría tenido lugar una guerra civil, sino una dictadura del tipo que estaba comenzando a dominar en Europa en ese momento y que se estableció en España a partir de abril de 1939.
La sublevación, al ocasionar una división profunda en el
Ejército y en las fuerzas de seguridad, debilitó al Estado republicano y abrió
un escenario de lucha armada, de rebelión militar y de revolución popular allí
donde los militares no pudieron conseguir sus objetivos. España quedó partida
en dos. Y así
continuó durante una guerra de mil días.
Enrique Moradiellos subraya en su
nuevo libro el carácter de “guerra total” en la que los dos contendientes
tuvieron que reconstruir un ejército con mandos jerarquizados; centralizar el
aparato administrativo para hacer uso de los recursos materiales y humanos; y
sostener una retaguardia comprometida con el esfuerzo bélico. Visto el
desenlace final, parece evidente que el bando franquista superó al republicano
en el manejo de esas tres tareas básicas, pero eso no dependió sólo de factores
internos sino, “de manera crucial”, del contexto internacional que sirvió de
marco a la guerra civil.
Porque en el escenario europeo desequilibrado por la crisis
de las democracias y la irrupción del comunismo y del fascismo, España era,
hasta julio de 1936, un país marginal, secundario. Todo cambió, sin embargo, a
partir del golpe de Estado de ese mes. En unas pocas semanas, el conflicto
español se situó en el centro de las preocupaciones de las principales
potencias, dividió profundamente a la opinión pública, generó pasiones y España
pasó a ser el símbolo de los combates entre fascismo, democracia y comunismo.
Moradiellos, Paul Preston, Javier Rodrigo y Carlos Gil conceden mucha
importancia al violento laboratorio de políticas de masas en que se convirtió
el territorio español.
Cuando el golpe militar derivó en
guerra, la destrucción del adversario pasó a ser prioridad absoluta. Y en ese
tránsito de la política a la guerra, los adversarios, políticos e ideológicos,
perdían su condición de compatriotas, españoles, para convertirse en enemigos
contra quienes era completamente legítimo el uso de la violencia. El
total de víctimas mortales se aproximó a 700.000, de las cuales 100.000
corresponden a la represión desencadenada por los militares sublevados y 55.000
a la violencia en la zona republicana. Y al menos 50.000 personas fueron
ejecutadas en la posguerra, entre 1939 y 1946.
La guerra civil española fue además la primera de las
guerras del siglo XX en que la aviación se utilizó de forma premeditada en
operaciones de bombardeo en la retaguardia. La intervención extranjera mandó
por el cielo español a los S-81 y S-79 italianos, a los He-111 alemanes y a los
“Katiuskas rusos”, convirtiendo a España en un campo de pruebas para la gran
guerra mundial que se preparaba. Madrid, Durango, Guernica, Alcañiz, Lérida,
Barcelona, Valencia, Alicante o Cartagena, entre otras muchas ciudades, vieron
cómo sus poblaciones indefensas se convertían en objetivo militar.
“En lo
esencial era una guerra de clases”, declaró un observador tan lúcido como
George Orwell. Y no le faltaba razón, aunque más correcto sería decir que
las clases, sus luchas y sus intereses, fueron actores importantes, pero no los
únicos, de aquel conflicto. Hubo, en realidad, varias guerras dentro de eso que
llamamos guerra civil. Por eso su análisis ha resultado siempre tan complejo y
fascinante. Y por eso el fuego purificador que abrasaba hasta el más mínimo
oponente se extendió con tanta rapidez y virulencia por todos los pueblos y
ciudades de España.
Algunos historiadores han superado ya esa visión
esencialista, tan difundida todavía hoy, de que la guerra civil fue el
resultado de odios ancestrales en un país con una identidad y un destino histórico
inclinados a la violencia “entre hermanos”.
La historia de España del primer
tercio del siglo XX no fue la crónica anunciada de una frustración secular que,
necesariamente, tenía que culminar en una explosión de violencia colectiva. Lo
que prueban estas nuevas miradas a esa historia es que no existe un modelo
“normal” de modernización frente al cual España puede ser comparada como una
excepción anómala. Casi ningún país europeo resolvió los conflictos de los años
treinta y cuarenta —la línea divisoria del siglo— por la vía pacífica.
Combatir la ignorancia, las manipulaciones, los usos
políticos de esa historia desde el presente no es una tarea fácil. Tampoco lo
es captar nuevos lectores, atraer la atención de jóvenes estudiantes para los
que la historia no es más que una pesada colección de fechas y nombres. Por eso
es tan importante tener una fotografía casi completa de los hechos más
significativos y de sus principales actores. Es lo que ofrecen estos libros,
concisos, de prosa accesible y con la garantía de una investigación rigurosa y
profesional. Ochenta años después.
Enrique Moradiellos, Historia mínima de la guerra civil
española, Turner/El Colegio de Mexico;
Javier Rodrigo, La guerra fascista. Italia en la Guerra Civil española, 1936-1939, Alianza Editorial;
Carlos Gil Andrés, Españoles en guerra. La Guerra Civil en 39 episodios, Ariel;
Paul Preston, La guerra civil española (guión e ilustraciones de José Pablo García), Debate.
FUENTE: EL PAÍS (Julián Casanova) 18 JULIO 2016