EL ÉXODO DE 4000 NIÑOS VASCOS A GRAN BRETAÑA EN LA GUERRA CIVIL



No era más que una alusión de pasada que apenas ocupaba un párrafo en un estudio del historiador Hugh Thomas sobre la Guerra Civil, pero fue suficiente para despertar la curiosidad de Adrian Bell (1942) acerca de aquel episodio olvidado del conflicto bélico español. Entre los miles de niños españoles evacuados a otros países, antes durante y después del estallido de la guerra, hubo 4.000 niños vascos, entre ellos, cientos de guipuzcoanos, que fueron embarcados desde Bilbao rumbo a Gran Bretaña un mes después del bombardeo de Gernika, en mayo de 1937, huyendo de las tropas franquistas.

«La referencia a esos niños era misteriosa y me intrigó: no decía nada de cómo sucedió ni qué fue de ellos allí en mi país, si llegaron a volver o dónde estaban», rememora este sociólogo y educador británico, ahora jubilado.

Años de investigación y de indagaciones tras el rastro de aquella odisea llevaron a Bell hasta varios de los supervivientes, con quienes se entrevistó siguiendo su huella por toda Gran Bretaña. Entrevistó para el libro a un buen número de los llamados niños vascos sobre todo en Londres, donde residían la mayor parte de quienes no regresaron, rehicieron su vida lejos de sus familias y establecieron su residencia en suelo inglés.

El resultado de la reconstrucción de aquel éxodo ha visto ahora la luz en las páginas del libro 'Sólo serán tres meses' (Editorial Plataforma Historia). El título alude a la frase que varios de los entrevistados recuerdan que les repetían tanto familiares como autoridades en el momento de embarcar. Pero, lo que sólo iba a ser cuestión de meses, se convirtió luego en años para la mayoría, e incluso en el caso de varios cientos de ellos, unos 250 calcula Bell, aquel viaje fue para toda la vida.

Aquel 21 de mayo de 1937 subieron a bordo del 'Habana', un viejo buque con capacidad para 400 pasajeros, un total de 3.862 niños con edades comprendidas entre los 6 y 15 años, junto a 96 maestras, 118 jóvenes voluntarias en calidad de ayuda y 15 sacerdotes vascos. Familiares y allegados habían inscrito pidiendo permiso para embarcar a unos 10.000 niños.

Trampa

En 1939, dos años después de aquella partida, más de la mitad permanecían aún en suelo inglés sin haber sido repatriados a España o a los países donde se habían exiliado sus respectivas familias. El anhelado regreso en muchos casos no era sino una trampa tendida por las autoridades franquistas que, al término de la contienda bélica, se dedicó a rastrear los pasos de las familias que se habían alíado con el bando republicano y no dudó en falsear peticiones de vuelta.

El gobierno franquista, ganada la guerra, hizo lo posible por repatriarles. Hasta los curas que les acompañaron fueron perseguidos, se les acusó de raptar a los niños y a uno de ellos lo sentenciaron a muerte en su ausencia. El resto nunca pudo volver a España y se exiliaron.

Hubo casos de niños que volvieron al terminar la guerra y se encontraron con que sus padres no sabían que habían vuelto o no pudieron dar con ningún familiar que se hiciera cargo de ellos porque habían muerto, se habían exiliado o estaban en la cárcel.

«Hubo reclamaciones falsificadas que sólo buscaban que todos los que huyeron estuvieran bajo control o entregados en adopción a familias franquistas. Nosotros en nuestra inocencia ignorábamos sus intenciones. En mi caso, a punto de repatriarnos a mi hermano mayor y a mí, intervino la Cruz Roja, que dio con mi madre y se comprobó que ella no había sido quien nos había reclamado porque no sabía ni dónde estábamos; cuando en la petición pidiendo nuestra vuelta constaba su firma, que había sido falsificada y mi padre estaba en la cárcel. Otros dos hermanos habían recibido una reclamación firmada por sus dos padres cuando se habían separado hacía muchos años y era imposible que hubieran firmado juntos». Quien así se expresa es Herminio Martínez, uno de los contados supervivientes en condiciones de relatar su experiencia. «Muchos han muerto, otros recuerdos se nos han borrado y hay cosas que muchos de aquellos niños decidieron olvidar expresamente».

Como su hermano. Herminio tenía 7 años y su hermano mayor 11 cuando subieron al 'Habana'. «Los pequeños no entendíamos nada y los mayores, que tendrían 14 como mucho, iban convencidos de lo que les habían dicho, que sólo iba a ser cosa de tres meses».

No fue así, y los afortunados que recibían correspondencia de sus progenitores ya en Gran Bretaña a veces se topaban con palabras que les costaba entender e interpretaban como un rechazo: «Hijo, no vengas por aquí, allí estaréis bien, aquí sólo vas a ser una carga para mí», en esos duros términos se expresaba la madre de Palmiro Ruiz en una carta enviada dos años después de su llegada a Gran Bretaña.

El suyo es uno de los testimonios de supervivientes guipuzcoanos recogidos en el libro por Bell. La familia de Palmiro, el menor de siete hermanos, había llegado a Bilbao desde San Sebastián por mar en un destartalado barco con cientos de republicanos huyendo del asalto de las tropas franquistas tras la caída de la capital guipuzcoana.

Fueron él y un hermano mayor quienes finalmente se embarcaron rumbo a Southampton. «Mi madre tenía que trabajar mucho para alimentar al resto de mis hermanos, de los que varios estaban en la cárcel y nos escribió dos años después, diciéndonos que no podría cuidar de nosotros. Así era la vida política en España entonces».

Los hermanos Virgilio y Rodolfo Molina eran de Irun y llegaron también a la capital vizcaína desde San Sebastián, desde donde partieron en tren y adonde habían llegado haciendo casi todo el recorrido entre la ciudad fronteriza y Donostia andando.

Cuchara con sobras

Durante el primer mes de guerra en San Sebastián, Virgilio asistió a escaramuzas bélicas e incluso ejecuciones. «Al final te vuelves insensible a todo». Los días previos a su embarque en el 'Habana', deambularon por las calles de Bilbao en busca de comida, haciendo cola allí donde hubiera algo de comer mientras hacían noche en los hospicios creados por la Asistencia Social de la ciudad para acoger a los miles de refugiados que llegaban a Bilbao desde pueblos y ciudades de Euskadi que iban siendo tomadas por las tropas franquistas. «Hacía cola en los barracones donde comían los mayores por la tarde y había allí decenas de niños esperando. Nos daban una cucharada de las sobras a cada uno y yo me ponía tan contento». En medio de ese contexto, miles de familias se agolparon durante días en el puerto de Bilbao tratando de que sus hijos subieran a algún barco que les llevara lejos de todo aquello y les pusiera a salvo.

Los padres de Álvaro Velasco tampoco consiguieron reunir el valor para asegurarle que iba a volver. «Me dijeron que tenía que irme para que al menos así sobreviva uno de nosotros». El drama de su familia no se detuvo ahí. «La primera casa que bombardearon en San Sebastián fue la nuestra. Mi hermana estaba embarazada y sobrevivió. Cuando llegamos a Bilbao, la situación se repitió, hubo otro bombardeo y ella logró ponerse a salvo. El niño nació y, tras salvarse de dos bombardeos, murió de una neumonía en el barco que les llevaba a los dos a Francia».

Barracones

Tras dos días de travesía, la expedición del Habana arribó al puerto de Southampton, desde donde fueron repartidos con posterioridad por campamentos y colonias. «Nos esparcieron por todo el país alojándonos por escuelas destartaladas, edificios vacíos, barracones, tiendas de campaña improvisadas».

Palmiro recuerda aquellos momentos: «llovía y el agua se filtraba por debajo de las tiendas y la mayoría no teníamos ningún colchón. Había perdido el abrigo en el viaje en barco y no había ningún doctor. Hubo un momento en que empecé a escupir sangre y no sé ni como salí de aquello, sinceramente», confiesa en el libro.

La expedición se topó con las reticencias expresadas por el Gobierno británico, renuente a recibir y albergar a los niños y al dictado del pacto de No Intervención en la Guerra Civil española suscrito en 1936, por Gran Bretaña, entre otros paises, para evitar la intervención extranjera en la contienda y evitar la internacionalización del conflicto. «El gobierno británico no los quería», recuerda Bell.

El primer ministro de la época, el conservador Stanley Baldwin, famoso por su tibia política respecto a los planes de Hitler en Europa, llegó a argumentar su negativa diciendo que «el clima inglés no les iba a sentar bien». Finalmente, el gobierno británico autorizó a regañadientes la llegada de los niños con la condición de que no hubiera para ellos ninguna ayuda económica.

FUENTE: DIARIO VASCO (Arturo García) 21 NOVIEMBRE 2011