UNAMUNO: 75 AÑOS DE LA MUERTE DE UN REBELDE




Sin duda ha sido Albert Camus uno de los autores contemporáneos que mejor ha dibujado el paradigma
del hombre rebelde. Es aquel que dice 'no' porque previamente ha dicho 'sí' a unas serie de
convicciones y valores. Este es el caso de Miguel de Unamuno, hombre rebelde por excelencia y una de
las máximas figuras de la España contemporánea. Su radical rebeldía estaba impulsada por una profunda
comunión con los ideales de honradez, veracidad, justicia, amor al saber y a la cultura, fidelidad a su yo
más profundo, a la voluntad de superación de la muerte por obra de un Dios inmortalizador ante todo.

El joven Unamuno vivió durante su niñez y juventud los años negros de la opresión del mundo obrero en
fábricas y minas de la orilla izquierda del Nervión, cuando la mano de obra proveniente de las provincias
limítrofes era condenada a interminables horas de trabajo, a dormir en barracones inmundos y a cobrar
en bonos de latón canjeables tan sólo en cantinas de la empresa. Quiso afiliarse a la UGT y al Partido
Socialista y mantuvo amistad con Pablo Iglesias. Siempre que pudo tomó parte en la manifestación del
1 de mayo.

La rebeldía de Unamuno se dirigió también en sus años juveniles contra el estado de postración
en que yacía a su juicio la cultura española. Los acentos del prólogo a su '¡Vida de don Quijote y
Sancho', denunciando este estado de languidez, son propios de un profeta. La verdad es que la
figura de don Miguel era la de un hombre de extraordinaria cultura. Basta con visitar su biblioteca
en Salamanca para caer en la cuenta del dinero invertido en libros impresos en una diversidad de
lenguas. Yno olvidemos los sueldos siempre exiguos para los que en este país se han dedicado
a la enseñanza y la circunstancia unamuniana de esposo y padre de nueve hijos.

Nuestro autor se rebeló asimismo contra la Iglesia católica. Contra su falta de talla intelectual.
Contra un clero más dedicado a la política y a la conspiración que al estudio y renovación de la
teología. Desgraciadamente su inquietud religiosa no pudo encontrar satisfacción en una ciencia
religiosa que no estaba a la altura del tiempo. Unamuno tuvo que acudir a autores cristianos
luteranos como Harnack y Ritschl.

La rebeldía de nuestro autor se dirigió durante muchos años contra los dirigentes políticos.
Profesó una antipatía manifiesta contra la Monarquía y contra la dictadura de Primo de Rivera.

Ello le valió el exilio a Fuerteventura. De aquí huyó a París, donde pasó en profunda depresión
unos meses amargos. La rebeldía unamuniana nunca fue gratis. Si contribuyó junto a una serie de
intelectuales al advenimiento de la II República, la deriva hacia la anarquía y la quema de iglesias
y conventos le llevó a compartir el «no es esto, no es esto» de Ortega. Tal 'no' al régimen
republicano le llevó a un 'sí' que resultó incomprensible para muchos. Unamuno aplaudió la
insurrección militar del 18 de julio de 1936. Pero pronto se rebeló contra ella y de manera sonora
cuando levantó su voz de profeta contra el grito absurdo de Millán Astray: «¡Abajo la inteligencia!
¡Viva la muerte!».

Pero había en Unamuno un capítulo de rebeldía más profundo. Era el de la perspectiva de la
muerte como final absoluto. Las palabras que nos dejó al respecto en su mejor obra filosófica -
'Del sentimiento trágico de la vida'- no ofrecen duda. Dicen así: «En una palabra que con razón o
sin razón o contra ella no me da la gana de morirme. Ycuando al fin me muera si es del todo no
me habré muerto yo, esto es, no me habré dejado morir sino que me habrá matado el destino
humano. Como no llegue a perder la cabeza o mejor aún el corazón, yo no dimito de la vida, se
me destituirá de ella».

La rebelión contra la muerte es a la vez una protesta contra la no certeza racional de un Dios
inmortalizador. El impacto de la primera 'Crítica' de Kant contra las razones en pro de la
existencia de Dios le duró toda la vida. No le convencieron tampoco las aproximaciones y
postulados de la segunda 'Crítica'. Mucho menos el 'Il faut s'abêtir' de Pascal. Unamuno fue hasta
el final el racionalista radical de los principios a pesar de las apariencias. La razón rebelde le
hará mantenerse hasta el final en ese claroscuro teologal que aparece en las páginas últimas de
su magistral 'San Manuel Bueno, mártir' incorporado a los personajes de don Manuel y de Èngela
Carballino. Los cuales «se murieron creyendo no creer lo que más nos interesa, pero sin creer
creerlo, creyéndolo en una desolación activa y resignada».

Tras aquella actitud de rebeldía del 12 de octubre de 1936, el año más sangriento de la Historia
de España al decir del historiador Hugh Thomas, frente al desaforado militar Millán Astray y tras
experimentar el desaire de sus compañeros de claustro académico, Unamuno se recluyó en su
domicilio. Creo que nadie ha descrito mejor que Luciano González Egido la tristeza y la
desolación en que se va a ver envuelta la existencia de don Miguel en sus últimas semanas de
vida. Sigue revolviendo en su alma las noticias que le van llegando una tras otra, todas de odio,
fusilamientos a mansalva, incendio de iglesias, saqueos. Era de nuevo «los hunos contra los
otros». Era la guerra incivil en la que, como ha escrito hace no mucho Paul Preston, uno de los
bandos pretendía más que vencer al otro, aniquilarlo.

En esos días de tinieblas, Unamuno redacta unas nerviosas y sintéticas notas sobre los
acontecimientos en curso que años más tarde serán publicadas con el ominoso título de 'El
resentimiento trágico de la vida'. Merece la pena leerlas para hacerse cargo de cuán en el fondo
llevaba a tragedia de España. En esos día aciagos apenas recibe visitas. Una de ellas, la del
literato griego Nikós Katsantsakis. La otra y el último día del año, la de un joven amigo, Bartolomé
Aragón. Unamuno le ruega que no venga uniformado con su atuendo azul de falangista. Así lo
hace y Unamuno se lo agradece. La conversación transcurre tranquila hasta que el amigo expone
la conjetura de si Dios no habrá vuelto ya las espaldas a España. Entonces Unamuno se yergue
encolerizado y dice a su interlocutor: «Aragón, eso no puede ser. Dios no va a volver nunca las
espaldas a España. España se salvará porque así tiene que ser». Bajó la cabeza y la hundió
sobre sus brazos. Siguió un largo silencio. Aragón pensaba que se había dormido. Pero no.
Unamuno estaba muerto. Era la consecuencia del último grito de protesta y rebeldía.

FUENTE: DIARIO VASCO (Alfredo Tamayo Ayestarán), 10 ENERO 2012