"YO, CURA, PECADOR, OS PIDO PERDÓN"

Partidas de defunción de los fusilados
escritas por el sacerdote Victorino Aranguren
 
Relato de un grupo de curas que abrió fosas de fusilados y reprobó la actitud de la Iglesia con Franco

No quisieron esperar más, y a la muerte de Franco, un grupo de viudas e hijos de fusilados se lanzaron a la búsqueda y apertura de las fosas donde los asesinos habían arrojado a sus familiares. En Navarra y La Rioja, arrodillados en la tierra, sin más herramientas que una pala y las propias manos, les acompañaban algunos sacerdotes. Sacerdotes como Victorino Aranguren, Eloy Fernández, Dionisio Lesaca, Vicente Ilzarbe... que ayudaron a aquellas viudas a desenterrar a sus maridos y que en los funerales que oficiaban en su memoria pidieron perdón por el comportamiento de la Iglesia durante la Guerra Civil: “Esta sangre nos salpicó también”, “si decimos que no hemos pecado, hacemos a Dios mentiroso”, “desde aquí, yo, sacerdote, aunque pecador, os pido perdón en nombre de la Iglesia...”.

“Participé en muchas exhumaciones. Era muy impactante. Las viudas decían: ‘Ese es mi marido, que era un poco chambo’, ‘ese otro es el mío, que le puse yo esa medallita...”, recuerda hoy Victorino Aranguren, sacerdote, de 80 años. “Besaban los huesos como si fueran reliquias y me pedían que los besara yo también. Todos tenían el cráneo agujereado por el tiro de gracia”.

Lo llamaron Operación Rescate. “Les cogimos por sorpresa. Aprovechamos el inicio de la democracia para hacer algo que queríamos hacer desde hacía mucho”, añade. En septiembre de 1971 había hecho un primer intento para que la Iglesia “reconociera el daño causado y pidiera perdón” en la Asamblea Conjunta de Obispos-Sacerdotes, celebrada en Madrid. Aranguren redactó la propuesta, que no obtuvo los votos suficientes (dos tercios) para salir adelante.

Estos curas recibieron presiones y cartas muy desagradables, “de seglares y de curas”, aclara Aranguren. “Nos llamaban sinvergüenzas. Otros sacerdotes nos decían que parecía mentira que no justificáramos la guerra del 36. Muchos estaban convencidos de que había sido una cruzada [en una pastoral conjunta en julio de 1937, los obispos declararon el golpe militar “cruzada religiosa salvadora de España”], algo muy bueno, porque después de la guerra vino un resurgir de las prácticas religiosas, que desde mi punto de vista era un resurgir un poco engañoso. Los obispos estaban ciegos. No veían la falta de libertades. La Iglesia siempre tiene el peligro de apoyarse en el poder, y se apoyó mucho en Franco”.

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