En el año 2001, Jorge M. Reverte publicó con Socorro Thomas Hijos
de la guerra. Testimonios y recuerdos (Temas de Hoy). Era un libro peculiar,
que recopilaba testimonios de hombres y mujeres nacidos en la década de los
años 20, que habían vivido la guerra civil en su infancia y adolescencia, y en
su juventud, la durísima posguerra. Se trataba de unos testigos muy especiales,
que de manera brutal transmitían los códigos morales, la postura ante el dolor
ajeno, la asunción de la idea de la muerte... La metodología para elegirlos no
pretendía ser científica. Los autores buscaron contrastes y visiones
diferentes. Pero la razón esencial de la selección fue que los recuerdos
contaran peripecias referidas a los aspectos míticos de la guerra. Ambos
consideraban que el relato de las crueldades sufridas por aquellos niños
contribuiría a combatir cualquier “hermosa visión de la guerra romántica” y la tendencia
a “minusvalorar el carácter salvaje de la represión en el bando franquista”.
En el caso de Reverte también había algo personal en un
empeño al que ha dedicado desde entonces muchos años. Porque si él no fue un
niño de la guerra, sí fue el hijo de un soldado que combatió en ella y la
guerra –a veces en forma de silencio- estuvo omnipresente en su infancia. Quizá
de aquellos silencios proviniera la curiosidad –madre de la ciencia-, y de ahí
su empeño por saber más. El afán por salvaguardar testimonios de primera mano
le impulsó a instar a su padre, Jesús Martínez Tessier, para que escribiera los
recuerdos de su etapa como soldado. El resultado fue Soldado de poca
fortuna (Aguilar, 2001; reedición en RBA, 2012), un hermoso libro de
memorias editado por los hermanos Jorge y Javier Reverte.
Hijos de la guerra y Soldado de poca fortuna fueron
el preludio de cuatro libros que hoy son fundamentales para conocer la guerra
civil: La batalla del Ebro, La batalla de Madrid y La caída
de Cataluña (Crítica, 2003, 2004 y 2006), trilogía complementada con El
arte de matar (RBA, 2009), un excelente ensayo sobre las estrategias
militares de la contienda. Hay en ellos cierta continuidad con su trabajo
anterior, porque están labrados en torno a los diarios, cuadernos de notas,
memorias y testimonios orales sobre la guerra, realizados por ciudadanos del
común, recopilados a lo largo de los años. La guerra adquiere así una dimensión
coral que hace de estos libros piezas singulares, lo que ha contribuido a convertirlos
en éxitos editoriales. Pero, además, Reverte empleó las herramientas habituales
en el trabajo del historiador: el rigor metodológico, un profundo conocimiento
de la bibliografía existente, el manejo preciso de las fuentes documentales
directas, la lectura crítica de las distintas interpretaciones sobre la guerra…
Sin renunciar por ello a una prosa ágil y amena, al buen hacer acumulado
durante años de experiencia como escritor, una virtud de la que muchos de
nosotros podríamos aprender. Periodista de formación, novelista de vocación,
Jorge M. Reverte también es hoy uno de los historiadores que más saben sobre la
guerra civil. Y no se limita a la guerra su obra histórica. En los últimos años
ha publicado dos minuciosos estudios: uno sobre la huelga minera de Asturias de
1962 (La furia y el silencio, Espasa, 2008) y otro sobre la división azul (RBA,
2011), en los que también da cabida a numerosas voces de ciudadanos envueltos
en la vorágine de la historia.
Cualquier comunidad de historiadores debería celebrar la
incorporación al debate historiográfico de un activo como Jorge M. Reverte. Y
probablemente son mayoría los colegas que así piensan. Pero la libertad, basada
en la investigación y la reflexión, con la que Reverte ha cuestionado algunas
interpretaciones historiográficas sobre la guerra civil también ha levantado
ampollas en algunos. En los últimos meses su trabajo ha sido cuestionado, no
solo con argumentaciones críticas —algo razonable y deseable— sino también con
descalificaciones que trascienden al debate historiográfico hasta llegar a
cuestionar su “crédito personal”, a tildarle de frívolo o a resaltar su
condición de intruso en una comunidad de profesionales de carrera.
Entre las censuras recientes hay una llamativa: cómo alguien
de izquierdas, como Reverte, puede airear y criticar la represión ejercida en
la España republicana durante la guerra civil. Lamentablemente, esta es una
opinión extendida hoy en determinados ambientes historiográficos: que ser de
izquierdas exige la defensa de una visión monolítica del pasado que encubra o
disculpe cualquier violación de derechos humanos que la izquierda haya cometido
a lo largo del tiempo, so pena de convertirse en un traidor a la causa. Por la
misma lógica, quien disienta —aun cuando sea sobre un trabajo basado en la
investigación y la reflexión— de una versión idealizada del papel de las
izquierdas en el pasado, ha de ser, como poco, un revisionista, o incluso un
franquista emboscado. Ambos planteamientos, al condenar la libertad de
investigación y el pensamiento crítico atentan contra el trabajo del
historiador, al que Jorge M. Reverte se ha dedicado con pasión y solvencia
durante los últimos años.
José Álvarez Junco, Mercedes Cabrera, Santos Juliá, Pablo Martín Aceña, Miguel Martorell, Javier Moreno Luzón y Fernando del Rey Reguillo son historiadores.
FUENTE: EL ;PAÍS 9 JUNIO 2012