USOS Y ABUSOS DE LA HISTORIA (Julián Casanova)

La historia es una disciplina compleja y los historiadores un grupo diverso, que toman diferentes caminos y enfoques para aproximarse al material investigado y que pueden interpretar los acontecimientos del pasado, siempre a través de las fuentes disponibles, de forma diferente.

Una cosa, sin embargo, son los análisis y narraciones sobre la historia y otra muy diferente los usos y abusos que se hacen de ella. Las conmemoraciones históricas pagadas por las instituciones políticas suelen ser buenas pruebas de cómo puede utilizarse el pasado para justificar el presente. Los políticos lo hacen a menudo: deforman la historia para adaptarla a sus propios fines. Y lo pueden hacer escogiendo mitos o lugares comunes que explican sus argumentos o distorsionando las pruebas para llegar al fin deseado.

Esa tensión entre la investigación histórica y sus usos políticos ha salido claramente a la luz con toda la polémica sobre el simposio “España contra Cataluña: una mirada histórica (1714-2014)”, organizado por el Centro de Historia de Cataluña, dependiente del Departamento de Presidencia de la Generalitat. Pese a lo bonita que puede resultar la celebración, no hay un hilo conductor que una aquel pasado de 1714 con el presente, como si la historia de España de los siglos XVIII, XIX y XX hubiera sido una lucha continua de España contra Cataluña y del “pueblo” catalán contra España para mantener sus libertades.

La historia proporciona abundantes ejemplos de lo contrario y si ampliamos el enfoque a una historia social, y no solo política e institucional, donde los obreros y campesinos, clases trabajadoras en general, se constituyen en el principal sujeto histórico, el objeto de estudio “España contra Cataluña” constituye una clara simplificación. Una historia que deje de concentrarse en las vidas y acciones de los dirigentes y preste atención, por el contrario, a amplios segmentos de la población y a las condiciones bajo las que vivían, que desplace el foco de interés desde las élites a las vidas, actividades y experiencias de la mayoría de la población, proporcionaría resultados distintos. No creo, por ejemplo, que la historia del anarquismo, tan presente en la Cataluña contemporánea, sus conflictos, luchas de clases y violencia, las ejecuciones en Montjuic, la organización de grupos de pistoleros por parte de la patronal, el terrorismo anarquista o el anticlericalismo, pueda interpretarse como una historia de España contra Cataluña.

Las declaraciones interesadas sobre la historia, ampliamente difundidas y manipuladas por medios de comunicación de diferente signo, contribuyen a articular una memoria popular sobre determinados hechos del pasado, hitos de la historia, que tiene poco que ver con el estudio cuidadoso de las pruebas disponibles.

Los historiadores debemos contribuir al debate, a la cultura y a la revisión y reconstrucción del pensamiento político y social. Debemos defender el análisis histórico como una herramienta crítica para sacar a la luz las partes ocultas del pasado, lo que otros no quieren recordar. Y aunque el conocimiento del pasado está limitado por las disputas entre historiadores, por los diferentes puntos de vista, por la tensión entre subjetividad y objetividad, lo que debe siempre evitarse es buscar los hechos más convenientes para apoyar las ideas favoritas de los gobernantes. Algo difícil de evitar cuando todo eso se hace y se organiza desde instituciones públicas orientadas por el poder político de turno, en vez desde congresos científicos independientes de ese poder.

Promover una buena educación sobre la historia parece a muchos irrelevante, pero, mientras tanto, las celebraciones oficiales siguen alimentando relatos míticos, simplificados, para consumo popular, a mayor gloria del poder. Por eso solo generan polémicas y fuertes disputas políticas y mediáticas los congresos de historiadores donde está en juego un relato en el que el pasado se hace presente, aunque solo en las partes que cumplen la función deseada. El resto de los congresos, como sabemos muy bien los historiadores, pasan, afortunadamente, visto lo visto, desapercibidos.

Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza


HACER ESPAÑA O DESHACERLA

Los miembros de la comisión constitucional del Congreso aplauden tras finalizar sus trabajos, el 20 de junio de 1978. / EP
Unos apelaron a la Historia de "la nación más vieja de Europa"; otros, como Tierno Galván, a la psicología —"los que más niegan a España son los españoles más característicos"—. Y los que la negaban —o pretendían redefinirla— pidieron hasta el último momento que se reconociese su carácter "plurinacional". Los miembros de la comisión parlamentaria del Congreso que en 1978 pulieron durante dos meses el proyecto constitucional —elaborado previamente por los siete padres de la Constitución— dedicaron buena parte de su tiempo y sus energías a debatir sobre la naturaleza de España. Para dejar sentada su identidad a la vez que la sometían a una completa reorganización territorial.

La discusión del artículo 1.2 (el que atribuye la soberanía al conjunto del pueblo español) ocupó todo un día de debates y sobrevoló otros cuantos, adelantando la controversia aún mayor que se daría con el artículo 2, el que inventó el término "nacionalidades". ERC y Euskadiko-Ezquerra (EE) querían que la Constitución evitara el nombre de España y hablara de "Estado español". Para el PSOE, España era una "nación de naciones", mientras Alianza Popular defendía su "unidad sagrada".

"España ha sido siempre una y varia. Y nuestra obligación es armonizar la unidad y la diversidad", resumió en esos primeros días el ministro de Justicia, Landelino Lavilla (UCD). "Esta Constitución permitirá nuestra definitiva integración", auguró para dar ánimos antes de empezar el presidente de la comisión, Emilio Attard. Santiago Carrillo (PCE) reclamó: "Una Constitución que dure, que no sea fácilmente empujada por cualquier vendaval como lo han sido otras en este país. Aunque no sea perfecta, que nos dé cobijo a todos y sea sólida". Este es un resumen de algunas de las cosas que se dijeron sobre España, su historia, sus esencias y su futuro, durante aquellos debates.

Manuel Fraga (AP): "La Historia no puede, como los ríos, caminar hacia atrás".
"Así como en otros momentos la gran cuestión polémica fue, como en Cádiz, la libertad de expresión; o como en 1869 o 1876, la tolerancia de la libertad religiosa; o en 1931 la forma de Gobierno, en este momento histórico será sobre el acierto o el fracaso en esta materia de la salvaguarda de la unidad nacional y la articulación efectiva de un sistema constructivo de autonomías por donde nos juzgará la historia". "La historia no puede, como los ríos, caminar hacia atrás; hagámosla avanzar hacia un porvenir de grandes empresas comunes, y no hacia la vieja querencia a la desunión y a los reinos de taifas". "Si España no existe, como algunos pretenden, si hay respecto de ella derecho de autodeterminación entendido como de secesión, aquí no hacemos nada. Si estamos aquí es porque queremos hacer una Constitución para España, y por eso sí que yo creo que no podemos pasar, que la hagamos en contra de España". "Esa unidad es sagrada, y ahí sí que no admitiremos trágalas de nadie. [...] Tenemos que hacer España, no deshacerla".

Gregorio Peces-Barba (PSOE): "España es una nación de naciones"
"Damos por sentado que España, como nación, existe antes de la Constitución. [...] Ese hecho no lo negamos. [...] Pero España es una nación de naciones y esto no es nuevo, porque esto es el Reino Unido de Gran Bretaña y del Norte de Irlanda, esto es Bélgica, esto es Checoslovaquia, esto es Yugoslavia y no se puede decir que no sea esta realidad una realidad sin peligro ninguno de separatismos, sin peligro ninguno de ruptura de esa unidad. [...] Naturalmente la nación española hemos dicho que existía este siglo, el siglo pasado, hace tres siglos, hace cuatro, hace cinco... pero esa nación española, ese hecho jurídicamente relevante, ha tenido diversas interpretaciones". "La existencia de España como nación no excluye la existencia de naciones en el interior de España; naciones-comunidades. Pero la existencia de estas naciones-comunidades no debe llevarnos a que cada nación debe ser un Estado independiente".

Miquel Roca (Minoría Catalana):"Punto final a las viejas querellas internas".
"Yo diría que, finalmente, los catalanes hemos roto el dramático cerco de la singularidad. Cualquier proceso constituyente del Estado español ha venido marcado por la reivindicación autonomista que Cataluña protagoniza. [...] Desde mi perspectiva nacionalista no puedo dejar de constatar, no sin emoción, que hoy coincidimos todos en la voluntad de poner fin a un Estado centralista; coincidimos todos en alcanzar, por la vía de la autonomía, un nuevo sentido de la unidad de España; y coincidimos casi todos en dar al reconocimiento de la realidad plurinacional de la nación española el sentido de un punto final a viejas querellas internas".

Xabier Arzalluz (PNV): "Hemos superado el recelo tradicional del mundo vasco".
"Hemos venido superando el recelo con el que tradicionalmente el mundo vasco acudió siempre, en cada proceso constituyente, a Madrid, por el solo hecho de que estaba acostumbrado a hacer sus propias leyes y no entendía que las tuviera que hacer compartiéndolas con las necesidades y los puntos de vista de otros pueblos. [...] No hemos venido aquí a establecer —y que quede esto bien claro— un trampolín o una plataforma de más fácil secesión. Nosotros traemos aquí una misión muy concreta: limitarnos a reclamar una integración".

Jordi Solé Tura (PCE): "Hay que terminar con el eufemismo de Estado español".
"España no es una invención, no es un artificio histórico; es una realidad forjada por la historia, una realidad contradictoria que se ha organizado políticamente mal y que queremos organizar políticamente mejor. [...] Hay que terminar con el eufemismo de designar esto con el nombre de Estado español. España es una realidad multiforme, pero es una realidad".

Gabriel Cisneros (UCD): "Los textos medievales, en todas las lenguas, dicen rex hispania".
"La conciencia de identidad de España como sociedad se remonta a la España premedieval, a la España visigótica. Resulta muy difícil encontrar el texto de una crónica medieval, sea cual sea el reino cristiano en que se produce, sea cual sea la lengua en la que se fija, en que no se recoja la expresión rex hispania. [...] Ahora intentamos definir soberanamente qué tipo de unidad adoptamos, pero no, en ningún caso, inventárnosla".

Heribert Barrera (ERC): "España tiene identidad política, pero no identidad nacional".
"El anteproyecto ignora la verdadera naturaleza del Estado español y persiste en el grave error de no restituir lo esencial de su soberanía a cada una de las naciones que lo integran". "España no es una nación, sino un Estado formado por un conjunto de naciones. [...] España tiene identidad política, pero no tiene identidad nacional. [...] Esto no significa, de ninguna manera, que yo sea separatista, que la mayoría de los catalanes seamos separatistas, que queramos destruir el Estado español. Consolidado por siglos de historia, este Estado es hoy, probablemente, necesario". "En España nada bueno ni nada durable podrá hacerse si los catalanes quedamos resentidos". "¿Cuál es el fondo del problema? El fondo del problema es la soberanía. [...] El planteamiento de un pueblo español soberano que nos concede una autonomía administrativa no puede convencernos. Queremos soberanía nuestra, solo nuestra, aunque sea parcial".

Francisco Letamendia (EE): "Llamo a los socialistas a apoyar la autodeterminación"
"El artículo 2º niega radicalmente el derecho de los pueblos a decidir sobre sí mismos. [...] Desde aquí hago un último llamamiento a las fuerzas de oposición que se llaman socialistas para que apoyen la inclusión de este derecho en la Constitución. Si no sois fieles a vuestra herencia doctrinal política, que os obliga a defender este derecho [de autodeterminación], no podréis lamentaros de la ilegalidad ni de sus efectos, que nadie desea, y menos que nadie los vascos. Si os lamentáis, vuestras lágrimas serán lágrimas de cocodrilo y vuestra condena la de los fariseos".

Hipólito Gómez de las Roces (Partido Aragonés Regionalista): "La Historia más relevante es la que hicimos en común"
"Solo si queremos que España subsista merece la pena seguir aquí. España no debe estar en la discusión. España se da por supuesta, o aquí no estamos haciendo más que perder el tiempo". "Cualesquiera que hayan sido los errores que el centralismo haya cometido no debe hacerse responsable de ellos a regiones que en absoluto fueron favorecidas por dicho centralismo, por lo que no sería tolerable que se vieran omitidas o preteridas a través de un tratamiento desigual [en la Constitución]". "España es una herencia indivisible. Podemos restaurar las regiones sin destruir la nación". "No hay en España otra nacionalidad que la de nación y ninguna otra tiene mil años. Todas las otras nacionalidades, o no nacieron nunca, porque nunca fueron reino, o desembocaron en España hace mucho tiempo. Contra el centralismo estamos todos, pero España y el centralismo no son la misma cosa. Sin embargo, nacionalidad y nación sí lo son. Si nación lo es de presente, la nacionalidad es simplemente lo mismo en potencia. Ningún territorio español carece de historia, pero la más relevante es la que hicieron en común".

Antonio Carro (AP): "¿Vamos a olvidar cinco siglos de la noche a la mañana?"
"España es un Estado nacional desde hace casi cinco siglos. Es el Estado nacional más viejo de Europa. [...] ¿Cómo vamos a pensar que estos cinco siglos puedan ser olvidados de la noche a la mañana? ¿Qué legitimidad tenemos nosotros para derrochar este legado de tantas generaciones de españoles? [...] Yo me siento ligado a mi terruño, que es Galicia; pero no hay más nación que España".

Enrique Tierno Galván (Partido Socialista Popular): "La profunda unidad psicológica de los españoles"
"Hay una enorme unidad psicológica entre todos los españoles. Yo creo que la unidad psicológica de los españoles es la más profunda de Europa. Viendo aquí a los que hablan yo he estado pensando que los que más niegan a España están hablando porque son españoles más profundos y psicológicamente más característicos".


Del 'plan Ibarretxe' al de Artur Mas
V. G. C. / J. M. R.
El pasado 29 de octubre el Congreso de los Diputados vivió un momento insólito: la Cámara, sede de la soberanía, votó una moción presentada por UPyD que venía a reafirmar eso mismo: que la soberanía reside en el pueblo español y su sede es el Congreso. Es decir, recordaba que el artículo 1.2 de la Constitución sigue vigente y que, en consecuencia, el pueblo español es el "único que puede ejercer, por los cauces legalmente establecidos, el 'derecho a decidir' sobre la unidad de la nación y los derechos del conjunto de los ciudadanos".
Esa moción, respaldada por PP, PSOE —este tras dudar durante horas, y con la abstención final de sus diputados catalanes—, UPyD, UPN y Foro Asturias, llegaba tras muchos meses de tensión por el viraje independentista de CiU y del presidente catalán, Artur Mas. En enero, el Parlamento de Cataluña había declarado que el pueblo catalán es un "sujeto político y jurídico soberano", una resolución que el Gobierno ha recurrido ante el Tribunal Constitucional.
El plan Mas tiene un precedente: el plan Ibarretxe que el entonces lehendakari vasco del PNV llevó al Congreso en 2005, donde fue rechazado por el 90% de la Cámara. Aun así, en 2008 Ibarretxe intentó celebrar una consulta sobre el "derecho a decidir"; el Constitucional lo impidió: el único titular del "derecho a decidir", dijo, es el pueblo español.



De la soberanía de Franco a la popular

CONSTITUCIÓN 1978.
Artículo 1.2. "La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado".
Aprobado por el pleno del Congreso el 4 de julio de 1978 con 310 votos a favor, tres en contra (dos diputados de ERC y uno de EE) y 11 abstenciones (PNV, dos diputados de AP, uno de UCD y uno de Minoría Catalana).
Artículo 2. "La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas".
Aprobado por el Congreso el 4 de julio de 1978 con 278 votos a favor, 20 en contra (incluidos los 16 de AP) y 13 abstenciones (PNV).

LEY ORGÁNICA DEL ESTADO de 1966
Artículo Primero. 1. EI Estado español, constituido en Reino, es la Suprema institución de la comunidad nacional. 2. Al Estado incumbe el ejercicio de la soberanía a través de sus órganos adecuados a los fines que ha de cumplir.
Artículo Segundo. 1. La soberanía nacional es una e indivisible sin que sea susceptible de delegación o cesión. 2. El sistema institucional del Estado español responde a los principios de unidad de poder y coordinación de funciones.
Artículo Sexto. El jefe del Estado es el representante Supremo de la Nación; personifica la Soberanía nacional, ejerce el poder supremo político y administrativo; ostenta la Jefatura Nacional del Movimiento y cuida de la más exacta observancia de los principios del mismo y demás Leyes Fundamentales del Reino.

FUENTE: EL PAÍS (Vera Gutierrez Calvo / José Manuel Romero)

Mira en enlace a la página de EL PAÍS


LECTURAS NACIONALES (Luis Fernández-Galiano)

Ante el nacionalismo, la historia puede ser vitamina o vacuna: vitamina cuando se construye un pasado mítico para exaltar la excelencia singular de un pueblo, vacuna cuando se examina la endeble consistencia de esas narraciones imaginarias. Aunque pensábamos que el fervor nacional se asociaba a una etapa felizmente clausurada, el proceso homogeneizador de la globalización ha hecho surgir reacciones defensivas identitarias que han craquelado territorios y gentes. En España, el auge del nacionalismo vasco estuvo contaminado por la violencia terrorista, pero la reciente pujanza del independentismo catalán se ha expresado masiva y pacíficamente reuniendo demandas culturales y económicas, aunque a la vez creando un clima de unanimidad patriótica que hace difícil el debate y arriesgada la disidencia.

El nacionalismo español, por su parte, que fue tan virulento en otras épocas, se halla hoy en estado de hibernación por su asociación con el régimen de Franco, sin otra manifestación que las deportivas y las energuménicas, pero el ímpetu de las identidades periféricas amenaza con sacarlo de su sopor. En este marco de desencuentros, dos voluminosas historias recientes, gestadas entre Madrid y Barcelona, se ofrecen como oportunas vacunas intelectuales frente a la pandemia de nacionalismos viejos y nuevos en la Península.

Las historias de España, publicada conjuntamente por la editorial barcelonesa Crítica y la madrileña Marcial Pons, es el volumen 12 de la Historia de España dirigida por el catalán Josep Fontana y el gallego Ramón Villares. Coordinado por el catedrático de Historia de la Universidad Complutense José Álvarez Junco —que en 2002 recibió el Premio Nacional de Ensayo por su admirable Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX, y que aquí firma el texto principal junto a Gregorio de la Fuente—, el tomo es una “historia de la historia de España”, desde las primeras crónicas cristianas hasta Ramón Menéndez Pidal o Vicens Vives, pasando por el padre Mariana y Modesto Lafuente, e incluyendo los mitos particularistas y la revitalización romántica de lo local, así como las aportaciones de los hispanistas y los ensayos identitarios de la España peregrina, entre Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz.

Esforzadamente objetivo en un terreno “propenso al mito patriotero”, el libro —como subrayan los directores de la serie— refleja la renovación historiográfica que ha tenido lugar en España desde los años setenta del pasado siglo, situándose en la tradición democrática y progresista de Miguel Artola o Manuel Tuñón de Lara, e incorpora dos sugerentes estudios: el de la catedrática de la Universidad de California Carolyn Boyd sobre los textos escolares y el del profesor de la Universidad de Florida Edward Baker sobre la cultura conmemorativa, de la toponimia madrileña a los monumentos, centenarios y fiestas que expresan los valores compartidos o conflictivos en la España contemporánea.

Historia de la nación y del nacionalismo español es una obra colectiva, financiada por la Comunidad de Madrid y publicada en Barcelona, donde casi medio centenar de especialistas de universidades españolas y alguna institución extranjera —bajo la dirección de los catedráticos Antonio Morales, Juan Pablo Fusi y Andrés de Blas— explora con rigor científico y voluntad crítica la construcción de España como nación, desde los orígenes mitológicos hasta el siglo XX, siempre en relación con la creación simultánea de otras identidades peninsulares, que a través de los renacimientos medievales del romanticismo cristalizaron en los actuales nacionalismos. Gestado durante siete años en la Fundación Ortega-Marañón, el libro se inscribe en el marco del nacionalismo liberal español, una corriente que arranca de la Ilustración y las Cortes de Cádiz para llegar hasta Azaña y Ortega a través de Larra, Galdós y la generación del 98.

Más polifónico que Las historias de España, pero no muy diferente en su espíritu —los mismos Álvarez Junco y De la Fuente redactan el primero de los artículos—, Historia de la nación y del nacionalismo español contiene, entre otras muchas, contribuciones luminosas de Ricardo García Cárcel sobre los siglos XVI y XVII o de José-Carlos Mainer sobre el fascismo español y el exilio republicano, presta atención a la economía con los textos de José María Serrano o José Luis García Delgado, y se ocupa también de los monumentos y “lugares de memoria”, la identidad musical y la pintura de historia, aunque omite tratar la búsqueda paralela de un estilo nacional en arquitectura, que tan importante sería en los pabellones de las exposiciones universales o en el imaginario del primer franquismo. Consciente de la crisis de la identidad española y de las tensiones hoy existentes en el Estado de las Autonomías, el libro se cierra con la mirada del otro y la imagen de España desde el exterior, un espejo velado en el que hallaremos estímulos ante el desánimo y acaso también vacunas frente a la irrupción belicosa de nuestros demonios familiares.

En el Times Literary Supplement del 15 de noviembre, y bajo el rótulo en portada Spain's history wars, el historiador británico Felipe Fernández-Armesto reseña un libro del antiguo director de la publicación, Jeremy Treglown —Franco's crypt. Spanish culture and memory since 1936— e inicia su texto con una afirmación dolorosa: “Las más de las veces, los llamamientos a la memoria social son en realidad incitaciones a perpetuar mitos, prolongar odios y justificar conflictos”. Las guerras de la historia en España, advierte Armesto, son hoy obcecadamente intensas, y le parece saludable la objetividad de un extranjero como Treglown para ayudar a entender el retorno a la incomprensión mutua entre las dos Españas, una ceguera que se creía haber dejado atrás con la Transición; pese a lo cual, y por fortuna, en el país existen aún líderes de opinión —historiadores como Santos Juliá o Juan Pablo Fusi, y novelistas como Javier Cercas o Antonio Muñoz Molina— que, asegura, el partidismo no ha llegado a corromper.

Esta misma sección de opinión ha servido de foro para esas guerras de la historia, como evidencian los artículos recientes de Gabriel Tortella, Joaquim Albareda y Borja de Riquer, y Guillermo Pérez Sarrión; pero quizá nada las ha resumido mejor que El Roto en su dibujo del 23 de noviembre donde, evocando el famoso cartel de Lord Kitchener para promover el reclutamiento en 1914, recoge la actual consigna: Historiador, tu patria te necesita. El año próximo se cumple un siglo de esa catástrofe europea, y los historiadores, que han desentrañado minuciosamente los orígenes y causas de aquel conflicto, tienen hoy una especial responsabilidad en desactivar los espejismos nacionales que utilizan los contemporáneos flautistas de Hamelín para conducir hacia precipicios.

Luis Fernández-Galiano es arquitecto.


FUENTE: EL PAIS 1 DICIEMBRE 2013 

ESPAÑA CONTEMPORÁNEA: FOTOGRAFÍA, PINTURA Y MODA (FUNDACIÓN MAPFRE)

Concurso de globos en Madrid, 1913 |
Foto: Fundación Telefónica
La muestra España contemporánea. Fotografía, pintura y moda presenta una cuidada selección de fotografías que recorren la historia de España a lo largo de los dos últimos siglos, desde la invención del daguerrotipo, hasta el bombardeo de imágenes con el que convivimos en la actualidad.

Las fotografías relatan los hechos históricos más relevantes de los siglos XIX y XX, en una narración que se acompaña de pinturas que muestran las coincidencias formales de ambos medios e ilustran la construcción de algunos de los estereotipos asociados a nuestra sociedad.
Además, la exposición recorre la evolución del traje femenino a lo largo de este periodo, a través de una treintena de piezas, que ponen de manifiesto la sintonía entre la transformación de la silueta femenina y los cambios sociales experimentados. Conforme el discurso avanza a lo largo del siglo XX, la narración incorpora las imágenes publicitarias y televisivas, como elementos que se han convertido en indispensables para entender nuestra vida.

La exposición muestra los acontecimientos políticos más destacados, pero en la que los grandes determinismos históricos tienden a desaparecer para dejar paso a la memoria de las sociabilidades y los recuerdos. Muestra, así, una mirada que incide en el peso de lo cotidiano y en la que nuestra propia manera cambiante de vernos ocupa un lugar fundamental.
La muestra se encuadra dentro del proyecto editorial América Latina en la Historia Contemporánea, que aborda la historia de todos los países de América Latina y de aquéllos que, como España, Portugal, Francia o Estados Unidos, desempeñaron un papel fundamental en la creación de cada una de estas diferentes identidades nacionales.
La colección está compuesta por cinco volúmenes dedicados a cada país, donde se presta una atención similar a la historia política, cultural, social y económica, con el ánimo de poder trazar historias transversales que construyan una imagen más verdadera de estos países. El proyecto culmina con un volumen dedicado a la historia de cada país a través de la fotografía, y con una exposición – que hoy presentamos en Madrid, sobre España –.
Estas exposiciones se han presentado en los últimos años en Argentina, Brasil, Colombia Chile y México, con gran éxito. En algunas de ellas, como en España, se abrió la fotografía al diálogo con otros géneros artísticos para elaborar una visión más amplia sobre el imaginario de nuestro país.

FUENTE: Madridout (1 diciembre 2013)