Un viejo lema de mal agüero ha sobresaltado a los españoles
que ya tienen cierta edad. En 1964, Manuel Fraga, entonces ministro de
Información y Turismo, puso en marcha la maquinaria de propaganda franquista y
apabulló al país con el lema ‘25 años de paz’ para conmemorar que la dictadura
cumplía un cuarto del siglo. Lejos del avinagrado discurso de la cruzada, el
Gobierno de entonces reivindicaba las bondades del primer plan de desarrollo,
que se traducía en la España del Seat 600 y del boom turístico. Ahora, para
celebrar los 70 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, la Fábrica Nacional
de Moneda y Timbre ha acuñado una serie de monedas de un valor facial de 200 y
10 euros que incorporan la imagen de Felipe VI y en cuyo reverso figura la
leyenda ‘70 años de paz’. La asociación de ideas que suscita el mero enunciado
ha provocado la polémica, primero porque resucita la imagen de una España de
vencedores y vencidos y, segundo, porque, sin comerlo ni beberlo, resulta
implicada la institución de la Corona.
No en balde, el anverso muestra la efigie del rey Felipe VI,
que aparece engalanado con traje militar. Todo un cúmulo de circunstancias ha
resucitado antiguos fantasmas. En el reverso de la pieza, aparte del lema de la
discordia, una paloma de la paz con una rama de olivo en el pico alza el vuelo.
La ocurrencia ha enfurecido a muchos, pues se da por hecho que desde 1945
España era una balsa de aceite en la que no había torturas, ejecuciones, campos
de concentración, cárceles a rebosar con presos políticos o tribunales de orden
público.
Por obra y gracia del inventor del malhadado lema, los
fabricantes de la serie han incluido 30 años de dictadura en el periodo de paz.
Por añadidura, y dejando al margen la situación de España, es muy optimista
pensar que el Viejo Continente ha sido durante los últimos 70 años un
balneario, cuando Europa se ha desangrado en contiendas como las de Bosnia -
Herzegovina y Ucrania, por poner solo dos ejemplos recientes. Además de que ese
lema balsámico omite la ocupación soviética de los países de la Europa del
Este.
Al margen de la ausencia de rigor histórico en la elección
de la leyenda, las piezas no son ninguna ganga. La moneda de cuatro escudos y
con un valor de 200 euros está hecha en oro y se vende por 675 euros sin IVA,
mientras que la de ocho reales y un facial de 10 euros, realizada en plata, se
comercializa por 45 euros. Los objetos pueden adquirirse de forma individual o
en un estuche individual con las dos monedas. La tirada prevista para los
cuatro escudos era de 2.500 ejemplares, mientras que para los ocho reales se
han hecho 7.500 copias.
La polémica ha tardado algo en estallar, ya que la primera
emisión de las monedas se puso a disposición de los coleccionistas el 26 de
enero. No sabe muy bien por qué ahora y no antes se han caldeado los ánimos,
sobre todo teniendo en cuenta que la orden se publicó en el Boletín Oficial del
Estado el año pasado.
Con la irrupción de la noticia las redes sociales se han
inundado de comentarios que echaban pestes por la acuñación. Unos lo ven como
un ataque al sentimiento independentista que anida en Cataluña y otros como una
afrenta a la memoria histórica. Compromís ha terciado en la controversia y ha
asegurado que la edición conmemorativa es «vergonzosa». El diputado Joan
Baldoví considera que la iniciativa «es un insulto a las personas que dieron su
vida en la Guerra Civil para defender el Gobierno legalmente elegido por las
urnas de la II República y que después fueron perseguidas durante más de 35
años por la dictadura y represión franquista».
Hay quien busca culpables, lo cual es complicado. No
obstante, la orden oficial publicada en el BOE viene anunciada por el
Ministerio de Economía y Competitividad, del que depende la Fábrica Nacional de
Moneda y Timbre. Si no son pocos los que consideran a Luis de Guindos un personaje
poco simpático, ahora sus detractores tienen una razón más para la inquina.