Una de las primeras evacuaciones, a principios de 1937, con destino a Burdeos |
Este mes se
cumplen 80 años de la expedición que condujo de Santurtzi a Southampton a 3.843
niños y niñas que huían de los bombardeos de la Guerra Civil
A
diferencia de lo que ocurrió en otros países, el gobierno británico no se
implicó en la operación, y todo el peso del dispositivo recayó en la sociedad
civil
Entre marzo y junio de 1937, a medida que iban cayendo
posiciones y poblaciones fieles a la República y se estrechaba el cerco sobre
Bilbao y su aparentemente inexpugnable 'cinturón de hierro', más de 20.000
niños y niñas vascos fueron evacuados de la zona de guerra. El Departamento
de Asistencia Social del Gobierno Vasco, del que era titular el socialista Juan
Gracia, diseñó un minucioso dispositivo que hizo posible una evacuación
ordenada y controlada; ejemplar, dadas las circunstancias.
Después del cruento bombardeo de Bilbao del 4 de enero de
aquel mismo año, el Ejecutivo presidido por José Antonio Aguirre ya
planteó la posibilidad de evacuar a los pequeños, y se organizó para marzo
una primera expedición , que llevó a unos pocos cientos de niños desde
Bermeo hasta Francia. A partir de ese mes, la ofensiva final contra Bizkaia
recrudeció los bombardeos e incrementó la presión sobre la población civil, con
el agravante de que, además de a los naturales de Bilbao y las localidades
vecinas, afectó a los que huyendo de zonas ya ocupadas por las tropas
franquistas habían buscado refugio en la villa. Fue el caso de muchas familias
guipuzcoanas,
A la vista de la evolución de los acontecimientos, el
Gobierno Vasco hizo un llamamiento a la comunidad internacional para
tratar de extraer de aquel infierno a la mayor cantidad posible de niños.
Francia respondió acogiendo a más de 15.000. También lo hicieron Bélgica, la
Unión Soviética, Dinamarca, Suiza, México...
Uno de los contingentes más numerosos fue el que desembarcó
en Gran Bretaña, concretamente en Southampton, el 23 de mayo de 1937. Lo
integraban 3.843 niños y niñas (la lista inicial era de 4.160, pero 317 no
embarcaron, por diversas circunstancias y 239 adultos: 95 maestras; 120
auxiliares ('señoritas') y 15 sacerdotes. Todos habían embarcado dos días antes
en Santurtzi en el incansable 'Habana', el viejo trasatlántico de madera,
diseñado para trasladar a 800 viajeros, que protagonizó gran parte de los
viajes de aquel éxodo infantil que se prolongó durante meses.
El parecido entre las imágenes de un 'Habana' sobrepasado,
con cientos de niños hacinados en la cubierta, y las de los barcos que tratan
de cruzar el Mediterráneo en circunstancias muy parecidas es sobrecogedor. Pero
en esta historia las moralejas son tan obvias que ni tan siquiera es necesario
plantearlas.
«Nuestros niños vascos de hace 80 años son los niños que
huyen hoy de las guerras», dijo en la Jornada sobre el Derecho a la Educación
que tuvo lugar hace unos días en Facultad de Educación, Filosofía y
Antropología de la UPV/EHU, en San Sebastián, Luis Mari Naya, subdirector
del Museo de la Educación, miembro del equipo del el Grupo de Estudios
Históricos y Comparados en Educación Garaian e hijo de un 'niño de la guerra'
evacuado a Gran Bretaña. «La diferencia fundamental entre lo que sucedió en
1937 y lo que pasa en 2017 -recordó-, es que organizó la evacuación un gobierno
legítimamente constituido y reconocido, y que los países receptores tuvieron
gobiernos y sociedades que pusieron los medios necesarios. Ahora salen con cero
apoyo, y cuando llegan se encuentran con lo que se encuentran: con campos de
concentración».
En el caso de Gran Bretaña, sin embargo, falló uno de
los elementos de la ecuación: el apoyo de un Gobierno que, en nombre de la no
intervención, se lavó las manos con flema genuinamente británica. No obstante,
la falta de implicación oficial no fue excusa para la indiferencia de una
sociedad ya previamente posicionada a favor de la legitimidad de la República.
El relato del bombardeo de Gernika que el reportero
George Steer publicó en 'The Times' terminó de sacudir las conciencias en la
calle y en el Parlamento. Y fue una parlamentaria de conservadora, la
duquesa de Atholl, quien lideró la presión para que Gran Bretaña admitiera a
los 'ninos'. La noble escocesa, que había sido elegida en las filas del Partido
Unionista Escocés, asociado al Partido Conservador de Inglaterra y Galés, tenía
ideas propias acerca de muchas de las cosas que ocurrían en el mundo,
incluyendo lo que estaba pasando en una España que visitó en abril 1937 para
ver con sus propios ojos los efectos de los bombardeos con los que la Luftwaffe
de Hitler prestaba apoyo a los nacionales.
Apodada 'la duquesa roja', fue uno de los apoyos más
destacados del National Joint Committee for Spanish Relief (NJCSR), un organismo
en el que estaban representados casi todos los partidos, creado a finales de
1936 para coordinar toda las iniciativas de apoyo a las víctimas de la
Guerra Civil. Atender a los refugiados, extraer a los civiles de las zonas de
guerra y prestar apoyo médico eran sus principales áreas de actuación. Desde
los primeros compases de la guerra, antes incluso de que en 1937 los primeros
brigadistas británicos se incorporaran a la lucha sobre el terreno, se habían
formado en toda Gran Bretaña cientos de grupos de apoyo, y el número había ido
creciendo a medida que se conocían los bombardeos de Elorrio, de Durango y,
sobre todo, de Gernika.
«Al igual que gran parte de los que ayudaron, la duquesa de
Atholl no lo hizo por razones políticas, sino por razones filantrópicas y
humanitarias», destaca Carmen Kilner, hija de una de las maestras que
acompañaron a los niños en su viaje a Inglaterra y miembro de BCA'37 UK-The Association
for the UK Basque Children.
En la primavera de 1937, el primer ministro británico Stanley Baldwin y su gobierno eran prácticamente los únicos que se tomaban al pie de la letra el 'Pacto de no intervención' en la guerra española, suscrito a finales de agosto de 1936 por la práctica totalidad de los países europeos. También lo habían suscrito, y olvidado rápidamente, Alemania, Italia o la Unión Soviética...
Baldwin, que daría el relevo a Chamberlain justamente a
finales de mayo de aquel año, se aferraba su compromiso de neutralidad para no
mover un dedo en la cuestión de los niños vascos sobre la que tan sensibilizada
estaba ya la sociedad. Finalmente, tuvo que dar su brazo a torcer y admitió
el 15 de mayo que 2.000 'basque children' fueran trasladados temporalmente
a Gran Bretaña. La operación se puso en marcha bajo la coordinación del
denominado Basque Children's Committee (BCC), que se había constituido en el
seno del NJCSR.
Finalmente los niños no fueron 2.000, sino casi 4.000, y
los británicos lograron acogerlos y acomodarlos en poco más de una semana.
Concretamente, en los ocho días que mediaron entre el 15 de mayo y el 23 del
mismo mes, cuando desembarcaron, con poco más que una tarjeta de identificación
y una maletita, pequeños asustados, separados de sus familias, castigados por
la guerra y el viaje. Un viaje con vuelta que, en principio, solo iba a durar
unos meses...
Los niños viajaban bajo las condiciones de dos gobiernos. El
vasco dispuso que permanecieran agrupados, que se mantuviera juntos a hermanos
y a hermanas, y que se velara por su educación, tarea que encomendó a las
maestras que les acompañaron. El británico impuso la edad -de 7 a 15 años-, los exámenes
médicos y los 'cupos ideológicos', de manera que los niños y niñas
fueron seleccionados en función de los resultados electorales y la filiación
política que declararon sus padres a la hora de realizar la inscripción: tantos
nacionalistas, tantos comunistas, tantos socialistas, tantos anarquistas...
Los primeros exámenes médicos se realizaron en Bilbao, a
cargo de doctores británicos. Inicialmente se hacían a la luz del día, pero
tras haber sido objeto de un bombardeo que dejó varias víctimas, procedieron a
trasladarlos a la noche. En cuanto a los 'cupos', no fueron raros los casos de
'transfuguismo de supervivencia', en los que, a medida que se iban agotando las
plazas, los padres no dudaban en declarar una ideología que no era la suya para
evitar que sus hijos se quedaran en tierra. Las condiciones económicas también
las fijó un Ejecutivo británico que, obsesionado por no gastar una libra en la
operación, exigió al Basque Children's Committee garantizar 10 chelines por
niño y por semana. El equivalente a 35 euros, según calcula Carmen Kilner.
Finalmente, un 'Habana' sobrecargado partió de Santurtzi a
las 6:40 de la tarde del 21 de mayo de 1937. Los pequeños, que acumulaban
meses de penurias, devoraron la merienda que les habían preparado, y lo pagaron
por la noche cuando, sin un lugar confortable para descansar en la mayoría de
los casos, el mar les pasó factura.
Todo lo que tenían cabía en una maletita. A la izquiera, en primer plano, Luis, el padre de Luis Mari Naya. |
Después de una travesía que muy pocos olvidarían, llegaron
a Southampton la noche del 22 de mayo.
Pernoctaron en el barco, y por la mañana
les recibieron con bandas de música, y con las calles engalanadas con los
banderines que habían sobrado de la coronación de Jorge VI, en diciembre del
año anterior. Ya les esperaba al norte de la ciudad un gran campamento de
acogida, North Stoneham, que se había empezado a acondicionar unos días
antes. 500 tiendas blancas, montadas por voluntarios de los Scouts y
de YMCA sobre campos de labranza. Las tiendas las había alquilado, previo pago
de su importe, el muy neutral ejército británico. Las parcelas las cedió un
granjero.
En el campo, cada grupo se estableció en su zona. La más
amplia, con capilla, correspondió al PNV. Carmen Kilner indica que, sin
embargo, en la jerarquía católica británica, a diferencia de otras confesiones
que se emplearon a fondo, pesó más su simpatía por Franco, adalid del catolicismo,
que el ejercicio de la virtud de la caridad. Kilner sugiere que la manfiesta
frialdad de los sindicatos, muchos de cuyos miembros eran católicos, también
guardó relación con esa circunstancia.
A North Stoneham fueron conducidos los niños que, tras un
segundo examen médico, se consideraron libres de enfermedades infecciosas y de
piojos. Atender a tantos pequeños fue una odisea, una prueba que se superó a
base de solidaridad y esfuerzo. El campo se embarraba cada vez que llovía, y
cada día había que obtener y preparar toneladas de cebollas, 4.000
naranjas, cantidades ingentes de pan y mantequilla... El menú diario incluía
una onza de chocolate, donada por la empresa chocolatera Cadbury, propiedad de
una conocida familia cuáquera.
Los cuáqueros, junto con el Ejército de Salvación y un
sinnúmero de organizaciones de todo tipo y de grupos de voluntarios, destacaron
en su esfuerzo por atender a los niños vascos. Niños que, en muchos casos,
habían alcanzado a causa de la guerra una madurez impropia de su edad y que,
por lo tanto, no siempre tenían los modales que esperaban los británicos.
Algunas crónicas destacan que lo que más les llamaba la atención era el hecho
de que algunos de ellos fumaran y su alto grado de politización.
Los niños vascos y sus acompañantes tenían su jornada
perfectamente planificada, con sus tres comidas, sus clases, su siesta, sus
horas de recreo... Se trataba de que, puesto que iba a ser un paréntesis en la
vida de los pequeños, todo fuera lo más 'normal' posible. A pesar del dolor de
la separación, para muchos poder comer, lavarse con jabón y jugar sin
miedo a las bombas era un sueño.
Desde la prespectiva de los adultos, mantener todo aquello
en marcha era complicado pero, total, iban a ser tres meses... Sin embargo, en
junio cayó Bilbao, y el Gobierno Vasco y sus recursos empezaron a disolverse
hasta desaparecer, como la esperanza de un regreso cercano.
También empezaron a escasear las ayudas y, ante la
evidencia de que la estancia de los pequeños se iba a prolongar más de lo
previsto, el campo, que se había planteado desde el principio como una solución
transitoria, se fue desmantelando. Los niños y sus acompañantes adultos se
trasladaron, siempre en grupo, siguiendo las indicaciones del Gobierno Vasco, a
las'colonias' que surgían allí donde un grupo de personas de buena
voluntad ponía a su disposición un lugar donde vivir.
Familias, empresas, asociaciones, ayuntamientos... Personas
y colectivos de todo tipo facilitaron las infraestructuras para que los niños y
niñas que todavía no podían volver a sus casa prologaran su estancia en Gran
Bretaña. También hubo colegios y establecimientos católicos que, a pesar de las
reticencias iniciales, acogieron a grupos de niños, en la mayoría de los casos
vinculados al 'cupo' nacionalista.
Llegaron a ser un centenar, la mayoría en Inglaterra, si
bien hubo cuatro en Gales, y una en la lejana localidad escocesa de Montrose.
«Hubo de todo», recuerda Carmen Kilner. Colonias con mucho apoyo, otras en las
que apenas conseguían poner algo de comer en la mesa; edificios en buenas
condiciones, casas en ruinas; centros marcados por la disciplina, colonias que
se autogestionaron...
Poco a poco, a medida que la situación se apaciguaba en
Euskadi, las familias comenzaron a reclamar a sus hijos e hijas, condición
imprescindible para gestionar su retorno. A finales de 1937, el gobierno
británico ya había reconocido a Franco y apremiaba para que se aceleraran las
repatriaciones. Para mayo de 1938, la mitad de los niños ya habían vuelto
a casa. «Deseamos que lo encuentre usted mejorado y crecido», decía la carta
con la que volvían a sus familias los niños que tenían una familia a la que
volver. No fueron pocos los niños que, en lugar de volver a Euskadi, se
reunieron con sus familiares en el exilio. A los que ha habían cumplido 16
años se les dio la oportunidad de elegir, y muchos eligieron quedarse. Otros,
que durante sus estancia en Gran Bretaña se habían acostumbrado a vivir en
libertad, no pudieron adaptarse a la España franquista, y optaron por volver
por sus propios medios al país que les había acogido y construir allí sus
vidas. También fue esa la opción de algunas de las maestras y asistentes que
les acompañaron.
Cuando terminó la Guerra Civil, en primavera de 1939,
apenas quedaban 400 niños vascos en Gran Bretaña. En otoño de aquel
año, la II Guerra Mundial aceleró las repatriaciones, porque Gran Bretaña tenía
sus propios problemas y sus propios niños evacuados desde las ciudades más
castigadas por los bombardeos alemanes. En aquel momento, apenas permanecían en
funcionamiento un puñado de colonias, en las que se iban agrupando los pequeños
que no tenían adónde volver. La última, The Culvers, en Carshalton,
cerró sus puertas en 1947. Se calcula que, en total,unos 250 'niños y
niñas de la guerra' se quedaron para siempre en Gran Bretaña. Finalmente, el
Basque Children's Comittee se disolvió en 1951, cerrando así un episodio
que, 80 años después de su comienzo, tal vez sea más necesario que nunca
recordar.