José Ignacio Tellechea ha sido considerado uno de los más
importantes historiadores del siglo XX en España. El escritor abulense José
Jiménez Lozano le valoraba como el historiador «que de forma más sistemática ha
dado vueltas al siglo XVI y a las grandes figuras de ese tiempo». ¿Era la
curiosidad o su pasión por el conocimiento del personaje las que empujaron
durante su vida a biografiar a Felipe II, San Francisco Javier, Catalina de
Errados, la monja alférez, Miguel de Molinos, San Ignacio de Loyola y ‘ los
espirituales del siglo XVI’? pero, sobre todo, a Tellechea Idígoras hay que
concederle el mérito de haber dado cima al caso Carranza, el arzobispo
perseguido y castigado por la Inquisición española con el destierro a Roma
desde su sede de Toledo. Su monumental estudio y el trabajo de investigación
del arzobispo Carranza reúne en ocho volúmenes todo su talento y esfuerzo por
dar como «visto para sentencia» histórica el famoso caso. Este estudio, que le
llevó a seguir su huella y su punto final hasta la víspera de su muerte lo
comenzó Tellechea a petición del médico e historiador Gregorio Marañón, quien
le indicó: « Si usted me trae la transcripción de este volumen, yo me encargaré
personalmente de que ingrese en la Real Academia de la Historia » . Con tal
seguridad y aplomo hablaba el doctor Marañón a la vista de las dificultades del
caso Carranza.
A sus dotes del gran investigador y buceador de los
personajes y del tiempo histórico que ocuparon en su tiempo el guipuzcoano
sacerdote dio todo su talento y la dedicación más completa de su larga vida a
bosquejar y a analizar con toques sutiles de psicólogo la personalidad
enigmática de un Ignacio de Loyola, el alma de conquistador de almas de un
Francisco Javier, los recovecos de una monja fuera de serie como Catalina de
Erauso y el claro oscuro de un Felipe II. Y como a Tellechea le atraían tanto
los personajes como las dificultades de su psicología y las contrariedades de
los mismos y de sus contemporáneos el historiador vasco a radiografiar a todo
un Unamuno y al pintor Zuloaga con sus « glosas a unas cartas inéditas». Y qué
sor presas desconocidas halla el lector en la relación epistolar entre el filósofo
de «La agonía del cristianismo » y el bohemio pintor de toreros y gitanas.
En 1979 fue nombrado académico correspondiente de
Euskaltzaindia y llegó a ser el fundador y director del Instituto Doctor Camino
de Historia donostiarra y era miembro de Eusko Ikaskuntza y de las academias de
la historia española, venezolana y guipuzcoana. Pero nuestro historiador no se
apuntaba a cargos honoríficos sino a deberes y tareas. Y con su dedicación y
tenacidad Tellechea no sólo entraba con su mente y su paso por la historia de
España y sus contradicciones y esplendores sino también por la historia de su
pueblo vasco. A esa dedicación y atención se deben los estudios sobre su San
Sebastián, ‘ Martín de Loyola: viaje alrededor del mundo’, ‘Erquicia y Araoaza,
dos mártires guipuzcoanos’ y los numerosos artículos y monografías que dedicó a
diferentes aspectos de la iglesia, tanto en la esfera española como en la
vasca.
Nos hallamos, sin duda, frente a una personalidad en materia
de historia, un investigador de fiar, uno de esos servidores leales del saber y
de la verdad en historia. Cuando el lector lee con deleite y con asombro su
extraordinaria biografía ‘ Ignacio de Loyola solo y pie’, y observa como el
biógrafo no se entretiene en encumbrar o desfigurar al santo fundador de los
jesuitas, sino que lo analiza en sus debilidades y sus luchas interiores y el
abandono o incomprensión de los suyos, siente que está delante de un autor
veraz, un auténtico maestro de la historia.
Y ¿qué diremos de su humanidad y sentido de la amistad? Esta
faceta se descubre en su libro-retrato ‘ Estuvo entre nosotros mis recuerdos de
Juan XXII’. Tellechea Idígoras conoció e hizo amistad con el papa bueno en Roma
y más tarde, siendo cardenal y arzobispo de Venecia, le acompañó llevándole en
su coche por tierras guipuzcoanas y navarras. Y de este paseo se gloriaba el
sabio diciendo que habían sido sus mejores días en compañía del cardenal
Roncalli. Hay que leer este libro de recuerdos para darse cuenta de la grandeza
de alma de Juan XXIII y de Tellechea Idígoras.
El sabio investigador pasó una parte muy importante de su
vida en su lugar preferido; el encantador pueblecito de Ituren. Ahí, entre
mugidos de vacas y los ladridos de pastores alemanes, en la humedad del pueblo
tranquilo, José Ignacio estudió, escribió, meditó muchas de sus páginas
preferidas. Y por voluntad o elección propia quiso ser enterrado en la paz del
camposanto de Ituren. Tellechea había nacido en San Sebastián pero había
elegido Ituren como su lugar de descanso definitivo.