El historiador británico Ronald Brighouse, ayer en Donostia |
El historiador Ronald Brighouse ofreció recientemente una
conferencia en la que habló sobre las batallas napoleónicas en el País Vasco
Licenciado en Historia por la Universidad de Cambridge,
Ronald Brighouse ha dedicado gran parte de su carrera a investigar sobre las
guerras napoleónicas. Una época que él considera «muy interesante porque, a
pesar de lo que muchos piensan, fue una continuación de la Revolución Francesa,
no un punto y aparte».
Sobre dicho momento histórico versó recientemente en una
conferencia que dio el pistoletazo de salida a un ciclo con motivo del
bicentenario de la batalla de Waterloo. Bajo el título 'De Vitoria a Waterloo,
pasando por San Sebastián. El desarrollo militar británico en la campaña
peninsular', el historiador habló sobre las batallas que se tuvieron lugar en
el País Vasco en la época de Napoleón.
«En junio de 1813, mientras José Bonaparte trataba de huir
del país y volver a Francia, las tropas inglesas y portuguesas, bajo las
órdenes del duque de Wellington, le asaltaron y vencieron a su ejército.
Después, el éxito en las batallas de San Marcial y San Sebastián animó a los
prusianos y rusos para levantarse contra Napoleón en 1815 y derrotarlo
definitivamente en la batalla de Waterloo», explicó.
La victoria de dichas batallas radicó, precisamente, en la
ventaja geográfica que brindaba el País Vasco. «Es una zona muy montañosa, que
estratégicamente era muy positivo para ambos bandos. No podían ser rígidos
porque todo podía cambiar de un momento a otro, por lo que la flexibilidad era
determinante para ir respondiendo a dichas variaciones. Pero, sobre todo, dio
ventaja a las tropas aliadas, que contaban con soldados vascos que conocían
perfectamente el territorio y que no se acobardaban ante los franceses».
La batalla del 31 de agosto
Profundizando más en el tema, Brighouse contó cómo fueron la
batalla y el incendio que arrasó San Sebastián en 1813. «Los franceses habían
ocupado la ciudad y los ingleses también querían hacerse con ella, pero sin
dañarla. Querían entrar a toda costa, así que el 31 de agosto bombardearon la
muralla, con tan mala suerte que los napoleónicos habían colocado en diversos
sitios vasijas de barro envueltas con telas y llenas de materiales inflamables.
Durante la batalla, con los cañonazos y los destrozos, muchos de ellos se
rompieron, provocando cortinas de fuego que nadie pudo apagar porque estaban
combatiendo. Fueron una serie de circunstancias que coincidieron, pero ninguno
de los dos bandos tenía intención de quemar la ciudad».
Precisamente ese fue el remate de las tropas napoleónicas en
España y el principio del fin de su imperio. «El 31 de agosto los aliados
vencieron en Irun y en Donostia. Los franceses resistieron una semana en
Urgull, tratando de recuperar la ciudad, pero el 8 de septiembre se vieron
obligados a salir definitivamente del país.
Entonces llegaron tropas de
guipuzcoanos que ayudaron a limpiar y reorganizar la zona. Los franceses
partieron a su territorio, donde libraron alguna otra lucha, en Tolouse por
ejemplo, hasta que Napoleón se vio obligado a abdicar y a reitrarse a la isla
de Elba durante un año, porque había perdido todo su imperio.
A su regreso
reunió a varias tropas para reconquistar territorios, pero al llegar a Waterloo
Wellington le venció una vez más, derrota que supuso su final definitivo»,
concluyó el historiador.