1893, MARÍA CRISTINA: PALACIO DE MIRAMAR (DONOSTIA)

Panorámica del Palacio de Miramar en obras
1893 Tal día como el de hoy, la reina María Cristina y su familia tomaron posesión del nuevo Palacio de Miramar

Existimos quienes desde siempre hemos elegido vivir de alquiler como una parte de nuestra particular filosofía de la libertad, en tanto que otros optan por la compra de la vivienda como situación más segura. 
También existen los que viven de prestado que, sin duda, es más económico pero menos presentable, máxime cuando quienes se encuentran en esta situación pertenecen a la realeza.

No es difícil imaginar la conversación de la reina Victoria I de Inglaterra cuando en 1889, al visitar en Ayete a la reina María Cristina, le pudo decir -¿por qué no?- ¡qué palacio tan bonito! Y hete aquí a la Reina Madre teniendo que contestar: «No es mío, que me lo han prestado».

La escena pudo ocurrir, no lo sabemos, pero sí sabemos que cuatro años más tarde, tal día como el de hoy de 1893, la reina agradecía a la IV Duquesa de Bailén el que le hubiera permitido residir en su palacio y procedía a la inauguración de su propia casa, el Palacio de Miramar.

Cierto es que la idea ni el terreno era nuevos en la Casa Real. El infante don Sebastián, primo de Isabel II, ya había adquirido terrenos frente a la Bahía para construirse un palacete, pero la revolución de 1868 le obligó a expatriarse. Se trataba, precisamente, de los terrenos que más tarde elegiría la reina María Cristina.

Anteriormente, la duquesa de Bailén había ofrecido vender la finca de Ayete al Ayuntamiento a precio de costo, con la condición de que se lo regalara a la reina, pero la corporación municipal, tras largas polémicas en distintos plenos, rechazó la oferta.

Propuesta de nuevo la conveniencia de regalar el palacio, son conocidas la pregunta y respuestas que las crónicas ponen en boca de la Reina Regente. Pregunta real: «¿Quién lo va a pagar?». Respuesta municipal: «El pueblo con sus impuestos». Respuesta real: «Agradezco el ofrecimiento, pero no puedo aceptarlo».

El Ayuntamiento costeó la construcción de los accesos y, junto al Obispado, el traslado de parte de la iglesia a la hoy plaza de Alfonso XIII. Desde primeras horas de aquel 19 de julio hubo gran agitación en el palacio para ultimar los detalles decorativos, al tiempo que se acondicionaban las cuadras y las cocheras para el elevado número de caballos, carrozas y carruajes.

El cortejo real llegó a la estación del Norte a las diez de la mañana siendo recibido, si cabe, con más boato que en anteriores ocasiones. Quizá influyó en ello el bando del alcalde solicitando un gran recibimiento porque la inauguración de la nueva morada auguraba largas permanencias en San Sebastián.

Circuló la comitiva, en una de cuyas carrozas iba la citada duquesa de Bailén, por el puente de Santa Catalina y la avenida de la Libertad, siendo de destacar el paso por la calle Zubieta, donde se habían congregado «las bañeras de la playa y la gente pescadora» al grito de «¡aquí te pondremos buena!», porque se había dicho que la reina estaba desmejorada por alguna dolencia pasajera.

Apenas llegados a palacio, fueron recibidas las autoridades en el pabellón central, siendo una de las primeras cosas que la reina comentó al alcalde lo contenta que estaba porque al recorrer las calles no había visto papeles en los balcones -los papeles indicaban que se alquilaban habitaciones- porque eso demostraba que había muchos forasteros. A las once y media terminaban los actos protocolarios y los cuarenta miqueletes destinados a palacio al mando del teniente Iñurrategui comenzaban a hacer su guardia.


FUENTE: DIARIO VASCO (Javier Sada), 20 JULIO 2015