Recreación de la vida de una familia neandertal en el Museo del Neandertal de Krapina (Croacia). / REUTERS |
Los neandertales no solo eran distintos de nosotros en
cuerpo y cerebro, sino que también mostraban un estilo distinto de evolución.
Aquellos primitivos habitantes de Europa experimentaban más cambios genéticos
en la forma del esqueleto, mientras que los humanos modernos hemos mutado más
en comportamiento y pigmentación. La investigación dirigida por el líder
mundial del ADN fósil, Svante Pääbo, del Max Planck de Leipzig, y con una
importante contribución del CSIC, se basa en la comparación de los genomas de
tres neandertales de Siberia, España y Croacia, entre sí y con los humanos
modernos de África, Europa y Asia. Y también muestra que la diversidad genética
neandertal era menor que la de los humanos actuales, y que sus poblaciones eran
pequeñas y aisladas.
Comparar los genomas de tres
neandertales se dice pronto en un artículo de periódico, pero supone un
problema tecnológico formidable para los (no muchos) científicos que se han
interesado a fondo por la emergente disciplina del ADN antiguo. Aparte de la escasez
de restos neandertales lo bastante bien preservados, los expertos se enfrentan
a que más del 99% del ADN que sale de allí es de origen microbiano, por no
hablar de la omnipresente contaminación con material genético de los humanos
modernos que tiende a confundir sus experimentos. Bajo el liderazgo del gran
genetista Svante Pääbo, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en
Leipzig, los biólogos van sorteando poco a poco esos escollos. Colaboran con él
desde hace años científicos españoles del CSIC, las Universidades de Oviedo y
Pompeu Fabra (Barcelona) y el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid.
De los tres únicos genomas neandertales secuenciados hasta la fecha, uno
procede de la cueva de El Sidrón, en Asturias, en un raro ejemplo de apremio y
diligencia de la ciencia local en la genética de vanguardia planetaria.
Los investigadores también han usado el genoma de un
denisovano, la enigmática especie que, de hecho, no habría sido descubierta de
no ser por las técnicas de secuenciación de ADN antiguo, pues no es mucho lo
que se conserva de ella, salvo algunos fósiles —halladas hace unos años en la
cueva de Denisova de las montañas de Altai, en Liberia— y unas cuantas
secuencias genéticas que les pasaron a los actuales pobladores de Asia. Y han
comparado todo ello con nueve poblaciones modernas: yoruba, mandenka y dinka,
de África; franceses, sardos e italoamericanos, de origen europeo; han y dai,
de Asia; y papúa de Oceanía. Un espectro de la historia y de la prehistoria sin
parangón hasta la fecha.
Con ese material, los genetistas del
siglo XXI pueden alcanzar conclusiones asombrosas sobre los humanos primitivos,
como si dispusieran de una máquina del tiempo. Por ejemplo, el tamaño de los
tramos de homocigosis —segmentos de ADN totalmente coincidentes en los dos
cromosomas de cada par, el que viene del padre y el que viene de la madre—
revela que el apareamiento entre familiares era mucho más común entre los
neandertales que entre nuestros coetáneos.
También han podido saber que el grado de diferenciación
genética entre los neandertales era mayor que el que existe hoy entre
africanos, europeos y asiáticos. Al espectador actual, todos los neandertales
pueden parecerle iguales, pero ya se ve que no es así. Es lo esperable, pues
los neandertales llevaban cientos de miles de años campando por las estepas
eurasiáticas, mientras que nuestra especie es una recién llegada a este mundo.
De hecho, la mayor parte de la variación genética entre los humanos modernos no
es nuestra propiamente, sino que la hemos heredado de nuestros
ancestros africanos. La genética se abre camino en la noche de los tiempos.